Hablábamos la semana pasada sobre los aliados feministas, sobre qué se espera de ellos y sobre qué no, y sobre lo fácil que le resulta a un hombre caer en el mansplaining. Después de aquel artículo surgió un debate en los comentarios (bueno, el debate fue más bien en redes, de los comentarios rara vez podemos sacar algo en claro porque sólo hay ataques) en relación a esto mismo: cómo no caer en un mansplaining. Muchos hombres me preguntaron que si cualquier cosa que dijeran sería tachado de mansplaining, y que si así era ¿cómo iban a poder darles a sus hijas una educación feminista?
Para las mujeres, por regla general, es impensable cruzar la línea que hay entre preguntar para instruirse y hablar para dar lecciones a alguien que sabe más. Para los hombres esa línea no suele existir, y tan pronto acaban de conocer un tema ya creen poder rebatir los argumentos a quien tienen delante (si es una mujer, claro), porque dan por hecho que ella no ha tenido en cuenta otras variables, otros escenarios, ella no ha caído porque es mujer y necesita de la inteligencia de él para completar su conocimiento.
La duda con la que se topan los aliados del feminismo una vez se han concienciado de que esta práctica es habitual y también son conocedores de las ocasiones anteriores en que ellos mismos se marcaron sus propios mansplainings (con su consiguiente rechazo a la posibilidad de volver a caer en ellos), es hasta qué punto pueden opinar, debatir y criticar en la lucha feminista.
Lo cierto es que es muy fácil saber cuándo estás dando lecciones de más a una mujer hablando de feminismo: si tu argumento es más reaccionario que el de ella, da por hecho que lo más probable es que estés metiendo la pata, por lo que todo lo que le digas será dar lecciones a una mujer que habrá leído y pensado sobre lo que está hablando mucho más que tú. Y no sólo por eso, sino porque cuando tú, como hombre, tienes la poderosa necesidad de rebatir a una mujer con un argumento más reaccionario, no estás pensando en lo mejor para el feminismo ni en la igualdad de género. Lo que haces es anteponer tu ego y tu “Le voy a decir dos cosas a esta lista para que se baje un poquito del pedestal” al bien común, que la liberación de la mujer y la igualdad. Porque aunque así fuera, aunque dieras con una mujer que está completamente fuera de sí diciendo que se le ha aparecido dios y que está segura de que era mujer, esto no va de ella, ni de ti, ni de tu ego, y tampoco de que quepa una posibilidad de que lleves razón en un momento muy puntual con una feminista en particular: esto va de una lucha llena de muchas mujeres con, a su vez, muchas opiniones. Si das un día con una opinión de una feminista a la que crees equivocada, pregunta las dudas que tengas pero no la sentencies, no la critiques, no le digas que hace daño al feminismo. Desde el momento en que dices estas palabras, el obstáculo para el feminismo eres tú, no ella. Las mujeres feministas leen y se informan mucho más de lo que tú lo harás, porque ellas ya son conscientes de la importancia que tiene esta lucha en sus vidas, ellas ya saben más que tú, y aunque así no fuera: ya hay otras mujeres feministas que debatirán con ella sobre lo oportuno o no de su planteamiento, y lo harán desde la experiencia de opresión que tú no tienes ni tendrás.
La sororidad no va de darnos la razón como a los locos entre nosotras, tú como aliado por eso no tienes que sufrir, no somos una “secta” como muchos aseguran. Si te preocupa esto de verdad, da por hecho que estás muy lejos de ser un aliado.
En el feminismo hay muchos debates abiertos a día de hoy porque las feministas siguen defendiendo posturas diferentes. Sólo hay que ver lo intrincado del debate sobre la prostitución, entre abolicionistas y regulacionistas. No nos damos la razón, muy al contrario: somos muy críticas con el movimiento cuando creemos que no va encaminado hacia lo que pensamos que debería ser. Podéis estar seguros de que la lucha feminista no necesita que nos arrojéis luz, muy al contrario, necesitamos que nos dejéis debatir y avanzar a nosotras, que somos las que experimentamos la opresión que ejercéis vosotros. Cualquier crítica que quieras hacer, por muy brillante que te parezca, no te quepa duda: si era necesaria ya la hizo antes una feminista.
Sólo se me ocurre un escenario donde un hombre puede mostrar disconformidad con una feminista (y esto es una opinión personal, no puedo hablar por otras y asegurar que siempre será bien recibido, pero yo sí estoy abierta a estas críticas) y es sólo si es para señalarme que me he quedado corta. Por ejemplo, no veo mal que si yo ante un anuncio sutilmente machista no veo el micromachismo, el aliado me explique qué me estoy perdiendo, lleve luego razón o no. Así da gusto que te corrijan o te señalen dónde fallaste. Yo misma he aprendido con algunos (pocos, escasos... vale, sólo 2) chicos feministas. (No desisto y espero que el número no deje de crecer).
Al final, para no caer en un mansplaining, sólo hay que reflexionar si lo que tienes que decir a una feminista es más o menos reaccionario de lo que está diciendo ella, y tener en cuenta que lo que tienes delante, aunque “sólo” sea una mujer, sabe de qué está hablando. También puedes preguntar a otras feministas cuando dudes, quizás te abran los ojos con otras formas de explicarlo, quizás no. Pero en ningún caso le digas a una mujer que lo suyo no es feminismo o que hace daño al movimiento, sólo porque te incomoda su radicalidad, porque entonces el que está fuera eres tú, sin ningún tipo de dudas.
Porque tomar la parte por el todo y coger una idea planteada por una mujer para quejarte del “feminismo” o de “un sector del feminismo” te invalida completamente como aliado, y pasas a ser un “Flaco Favor” (“flaco favor le haces al feminismo”, que es una frase que me resulta increíble un hombre pueda seguir diciendo en 2016).
Pero sí, los aliados pueden y deben educar a sus hijas con una base feminista, recomendarles lecturas de mujeres y sobre mujeres, que amplíen sus conocimientos, para que sepan qué opresiones van a encontrar y cómo las van a vivir.
En resumen, podríamos decir que estás preparado para añadir algo al discurso de una feminista cuando no estés movido por la imperiosa necesidad de hacerle saber lo equivocada que está; cuando tu respuesta ante su argumento quiera ser sólo para remarcar que hay partes que se está dejando por analizar aún más en profundidad que la favorecerán y, en definitiva, cuando lo que sientas al escucharla o leerla no sea un ataque, sino ganas de que vaya aún más lejos. Si como aliado dudas hasta cuándo puedes o no hablar, piensa si te mueve el sentirte atacado como hombre o si lo único que te puede hacer sentir ya atacado son los ataques machistas, por nimios que sean. Cuando estés en el segundo escenario, ya pocas dudas tendrás sobre la conveniencia de que hables o guardes silencio en según qué momentos. También sabrás a quién y cómo preguntar si alguna vez estas dudas afloren.