Los condenados
El panorama político español es insólito: ahí tenemos al Partido Popular, en el banquillo y gobernando al mismo tiempo. Estos días miraba las imágenes de los implicados en la trama Gürtel, cuyo juicio comenzó el martes, y les recordaba a todos ellos en sus años de esplendor. El frac de Correa en la boda de la hija de Aznar, todos pletóricos de soberbia, sonrisas con mucho oro, venga brillos y que se vea, por todo lo alto, el Bigotes, el conseguidor, regalos–regalos, Bárcenas y sobres. En la nave de la Audiencia Nacional donde se celebra el acto coinciden además con los de las tarjetas black, Rato, sueldos de dos millones, que no falte de nada, alcohol y cilicios, volquetes de putas, el jaguar en el garaje, pañuelos Hermès sobre perlas salvajes, y bolsos también, más champán, lo querían todo.
Fue entonces, entre tantas manos corruptas que veían mis ojos –como si un autor chistoso lo hubiera decidido así– cuando me apareció en pantalla una noticia relativa a la mano incorrupta de Santa Teresa (estos días debe celebrarse su aniversario). Ahí arrancó esta columna, en el momento en que, mirándola fijamente, incrédula, me pregunté:
¿Por qué la mano incorrupta de la santa lleva esos sortijones?
Y es que el estuche que contiene la mano de esa escritora religiosa que hizo votos de pobreza y fundó la orden de las descalzas resulta ser una pieza de plata dorada con incrustaciones de piedras preciosas. Ahí empezó para mí una especie de viaje psicodélico, como si me hubiera tomado un tripi, mirando fotos de las partes incorruptas –y despedazadas-– de la santa hasta que por supuesto enseguida apareció Franco.
El dictador utilizó la figura de Santa Teresa de Jesús como insignia de su nacionalcatolicismo hasta el punto de conseguir el permiso de la Iglesia para mantener en su poder la reliquia y habilitar un rinconcito para ella en su dormitorio. El texto en el que me sumergí no tiene desperdicio y se lo debemos a la hemeroteca del ABC. La descripción de la estancia “inhóspita”, con sus dos “camitas”, el gran cortinaje a modo de cabecero con un “inmenso” jesucristo crucificado encima, el reclinatorio y... la mano de la santa.
Esta “suma austeridad”, este rechazo a cualquier comodidad sólo puede esconder, bajo mi punto de vista, una ambición desatada. Leí que Francisco Franco escogió para vivir la parte del Pardo más incómoda y donde no entraba nunca el sol, también que las ventanas daban a una pared. En mi delirio, y cuando menos lo esperaba, topé en otra página con la respuesta a la pregunta que me había llevado hasta allí: ocurrió que una insignia de la Gran Cruz otorgada a Franco, hecha de oro y brillantes, acabó engarzándose en el relicario de la Mano de Santa Teresa. Al menos un sortijón ya sabemos de dónde viene.
De vuelta de ese mal viaje aterricé en un panorama que ya antes no era mucho mejor, pero que después de mi recorrido por esa combinación enfermiza de espíritu rancio y delirios de grandeza se volvía aún más insoportable. Aquellos adalides de los recortes, de apretarse el cinturón, de ajustar sueldos y trabajar más son los que se sientan en el banquillo acusados de enriquecerse... y no importa. Se ha conseguido pasar del “son casos aislados” a “es algo que pasó” sin que a nadie se le mueva una pestaña. Ahora ya se habla de regeneración, de cortar por lo sano, ¿sí? Sí. No ha sido fácil pero han contado con la inestimable ayuda de la parte más reaccionaria del PSOE. El titular de El País de este miércoles era: “El PP se enfrenta con su PASADO más oscuro”. ¿Pasado? ¿A qué pueden tenerle tanto miedo unos y otros como para dar ese golpe de mano?
Al final resulta que lejos de perjudicar al Partido Popular, el primer juicio de la Gürtel le va a servir como una especie de acto de purificación –dos avemarías y tres padrenuestros– del que pueden incluso salir reforzados, como mártires. En un bucle hipnótico nos repiten, nos recitan las palabras: estabilidad, seguridad, equilibrio y se va creando una especie de murmullo colectivo, murmullo de iglesia cuyo significado realmente no tiene mayor importancia, se trata de recogerse y seguir al unísono la senda que indique el pastor.
El brazo incorrupto de Santa Teresa protegía a Franco, al Partido Popular sólo le falta hacer un relicario con la mano corrupta de Bárcenas y los dedos de Rajoy (aquellos que escribieron “Luis, sé fuerte”) para que les proteja a ellos. Al resto, a la gente de izquierdas, no nos salva nadie. Parece que ya hubo un juicio y lo hemos perdido: los únicos condenados por el momento somos nosotros.