No hay que ser muy inteligente para saber que, si visitas con frecuencia las cloacas, tarde o temprano acabarás siendo mordido por las ratas. Eso es lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte en este país. Todos los españoles, salvo los que hayan vivido en el limbo, somos conscientes desde hace años de que nuestros políticos y nuestras fuerzas de seguridad se han dedicado a jugar en el interior de las alcantarillas, utilizando a sus oscuros moradores para que les hicieran los trabajos más sucios. En estas décadas hemos conocido el GAL, los fondos reservados, los picaderos reales pagados por el CNI, los despachos de ministros cargados de micrófonos, la mal llamada policía patriótica… Incluso hemos memorizado los nombres y los rostros de algunos de estos habitantes de las cloacas. Espías que mueren y resucitan como Francisco Paesa. Comisarios que parecen tener al Estado agarrado por las pelotas, como Villarejo.
Todos somos culpables, de alguna manera, de haber llegado al dramático lugar en que nos encontramos. Entre todos hemos permitido que las alcantarillas se fueran llenando con una mierda muy peligrosa. ¿Cuántos españoles sonreían cuando el GAL asesinaba a un supuesto etarra? ¿Cuántos consideraban que España sería una nación buenista si no contaba con Paesas que atravesaran los límites de la legalidad para negociar discretamente con dictadores, pactar con traficantes o engañar al Roldán de turno? ¿Cuántos aplaudieron hace apenas un año cuando se enteraron de que existía una “Policía Patriótica” que fabricaba pruebas e informes para perseguir a los malvados independentistas catalanes? ¿Cuántos, al menos, no hemos callado o no hemos gritado lo suficiente contra esta situación que considerábamos inevitable? Al fin y al cabo, pensábamos y creo que muchos siguen pensando: ¿Qué país, por muy democrático que sea, no tiene sus cloacas? Esa es la madre del cordero. Vendimos nuestra alma el día en el que asumimos que el Estado de Derecho tenía que tener agujeros negros.
Es obvio que la mayor responsabilidad la tienen nuestros gobernantes. El primero de todos, el actual rey emérito que entonces solo era El Rey. No le bastó con su inviolabilidad constitucional y vivió intensamente el día a día dando por hecho que siempre tendría detrás un Señor Lobo que limpiaría las pruebas de sus líos de faldas y de los beneficios que le pudieran generar sus mediaciones comerciales. Y tras la corona, las tres formaciones políticas que han gobernado España durante estas cuatro décadas de democracia. La UCD del santo Suárez conocía muy bien las virtudes represivas de las alcantarillas del Estado franquista y por eso puso a Rodolfo Martín Villa al frente del Ministerio del Interior. Su labor consistió en redecorarlas con tuberías de apariencia democrática que, sin embargo, transportaban las mismas inmundicias que cuando vivía el dictador. No debemos olvidar que personajes como Villarejo se formaron en los años 70 en aquella policía franquista todopoderosa y sin normas en la que reinaban tipos como Billy El Niño. El PSOE y el PP, por su parte, jamás quisieron calzarse las botas de agua y bajar para realizar la necesaria limpieza. No lo hicieron en parte por miedo; miedo a los dolorosos mordiscos que sabían, acertadamente según podemos observar en estos días, que recibirían. Sin embargo, no fue solo por cobardía. Las ratas eran repugnantemente atractivas porque actuaban más allá de esa, a veces, incómoda frontera en que la ley te obliga a detenerte.
En ocasiones por conveniencia, en otras muchas otras por temor, los gobiernos socialistas y populares permitieron que la mierda creciera y que la población de roedores se multiplicara, haciéndose cada vez más poderosa. Tan poderosa que en 2009 y 2014 los ejecutivos de Zapatero y de Rajoy llegaron a condecorar al habitante más conocido de las cloacas. Era la prueba de que el Estado de Derecho rendía pleitesía a quienes habitaban en el lado oscuro.
Hoy el comisario Villarejo está en prisión y utiliza la peligrosa mierda que ha ido acumulando durante 46 años de “servicios” para chantajear a todo el país. Las cloacas están expulsando una pequeña parte de su podredumbre. ¿Cómo debería responder nuestra nación ante este desafío? Es en este punto en el que discrepo con la mayor parte de los admirados columnistas que escriben en este diario. Yo no creo que haya que rechazar la basura acumulada por Villarejo porque sea él el contenedor. Yo no creo que debamos mirar para otro lado mientras continúa el goteo de grabaciones. Además, no nos engañemos, muchos de quienes hoy descalifican las informaciones sobre la ministra de Justicia son aquellos que pedían una investigación sobre el posible pago de comisiones al rey desvelado en las grabaciones de Villarejo a la princesa Corinna. Igualmente, los mismos que tachaban la difusión de esas cintas de ataque inaceptable contra la Corona, son los que hoy exigen la dimisión de Dolores Delgado.
Lo queramos o no, Villarejo y sus compinches van a seguir jugando con nosotros hasta que no bajemos a las cloacas, miremos lo que hay en ellas, utilicemos lo que nos valga, limpiemos el resto y tapiemos cada entrada para que nunca puedan volver a llenarse. Es el propio Estado, a través de sus políticos, sus jueces y sus fuerzas de seguridad, el que debe investigar lo que realmente oculta su subsuelo. Urge una investigación especial, exhaustiva y todo lo rápida que sea posible. Encontraremos mucha mierda inútil acumulada para chantajear a personas poderosas. Conversaciones privadas en las que se insulta a uno o a otra en la barra de un bar. ¿Quién de nosotros mantendría su trabajo, su pareja o sus amistades si se difundieran las charlas que mantenemos durante la sobremesa o en una noche de copas? Quizás sea imposible evitar que el comisario y los suyos logren esparcir esa basura a través de determinadas webs sin escrúpulos, pero a nadie le interesa saber (y no tenemos por qué saber) lo que se opina en la intimidad sobre un amigo o un enemigo, o si alguien es un infiel consumado, un jugador compulsivo, un cocainómano, o un fiel cliente de determinados prostíbulos. Siempre tendrán esas webs, pero tanto políticos como periodistas deberíamos ignorar este tipo de mierda.
Esa investigación a fondo, sin embargo, sí debe hacer aflorar la basura útil. Si Villarejo u otros moradores de las cloacas obtuvieron datos sobre la comisión de delitos o participaron en ellos, estas deben salir a la luz. Quizás no pueda usarse ante un tribunal una grabación realizada ilegalmente, pero sí puede servir para tirar del hilo que acabe con una nueva trama corrupta o permita enchironar a un pederasta. La información está ahí y va a seguir estando por mucho que nos neguemos a mirar. Las opciones son: bajar e intentar encontrarla nosotros mismos o asumir que la irán dejando salir en dosis más intensas o más leves, en función de sus propios intereses.
El Estado a investigar, los políticos y los periodistas a actuar con responsabilidad. Si lo hacemos así no digo que la batalla vaya a ser fácil, pero sí que lograremos nuestro objetivo. Digámosle a Villarejo que no tenemos miedo a lo que pueda contar. Es más, digámosle que, si no lo cuenta él, lo acabaremos descubriendo nosotros. Solo quienes tengan hechos graves que ocultar temblarán ante este nuevo escenario. Las ratas nos están mordiendo. No las volvamos a encerrar en las cloacas. Acabemos con ellas y con aquellos que las alimentaron. Para siempre.