La permanencia de Javier Rodríguez como consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, dos meses después de aquellas infamantes declaraciones en las que, entre otras lindezas, acusó a la auxiliar de enfermería Teresa Romero de haber mentido sobre cómo se había contagiado de ébola, representaba una ofensa para toda la ciudadanía. La de Madrid y la del resto de España. No era comprensible que se mantuviera en el puesto a quien, el mismo día en que peligraba la vida de Romero, se permitió hacer afirmaciones como “creo que nos ha estado mintiendo, aunque eso es de mi cosecha”, “no hace falta un máster para quitarse o ponerse el traje”, “tan mal no debía de estar para ir a la peluquería” y un sinfín de cosas por el estilo, producto de su verborrea y de su insensibilidad.
Lo sorprendente fue que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, reprobara públicamente aquellas declaraciones pero no lo destituyera. Como resultó inexplicable que la incompetente gestión de la crisis del ébola realizada por la entonces ministra de Sanidad, Ana Mato, tampoco fuera acompañada de su cese y que haya habido que esperar a que el juez Ruz la señalara como partícipe a título lucrativo de la trama Gürtel para que el presidente Mariano Rajoy la relevara de su cargo. Este jueves González también ha destituido a Rodríguez, pero después de que este, en un nuevo alarde de arrogancia, afirmara que si él hubiera hecho una mala gestión de la crisis del ébola, Teresa “no estaría hablando” y “España seguiría teniendo esta enfermedad”.
Se desconoce cuál ha sido la intervención milagrosa del ya exconsejero Rodríguez que ha permitido salvar la vida de Teresa Romero y evitar que el resto de las personas que habían tenido algún contacto con el letal virus, incluida una doctora de Médicos Sin Fronteras repatriada de África, no se contagiaran de la enfermedad. Sí se sabe que si la auxiliar de enfermería se ha curado ha sido gracias a su lucha y su fortaleza y a la magnífica labor profesional y a la entrega de los trabajadores de la sanidad pública, esa que los Gobiernos madrileños del PP intentan privatizar para que sus amigos hagan negocio con la salud ciudadana y que los sanitarios madrileños, desde los médicos especialistas a los técnicos de enfermería, están logrando salvar. Con sus movilizaciones y con su buen hacer.
En el apartado de las curiosidades cabe admirar la reivindicación del sistema público de salud que hacen, tras la curación de Romero, los mismos que han intentado desprestigiarla con argumentarios que ponían en duda su eficacia, su gestión y la entrega de los sanitarios y desmantelarla con recortes de medios y personal. Podría ser –ojalá– que se hubieran caído del caballo de las privatizaciones y se hubieran convertido a la fe de lo público, pero no conviene pecar de ingenuos. Habrá que seguir en alerta, porque en cuanto puedan volverán a las andadas.