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El 'consejo de ministras' y el no de la RAE

Desde hace unos días tenemos en España un nuevo gobierno que, por primera vez en nuestra historia, está formado por más ministras que ministros. Lo inédito de la situación ha generado muchas dudas sobre si debemos referirnos al nuevo gobierno como ‘consejo de ministras’ en lugar de ‘consejo de ministros’, puesto que está integrado mayoritariamente por mujeres. La RAE, no obstante, ya ha salido a matizar que lo adecuado sigue siendo ‘consejo de ministros’, incluso para referirnos a un consejo mayoritariamente femenino, con el consiguiente revuelo tuitero.

Ante el desasosiego y la indignación que ha generado la respuesta académica, aquí van algunas matizaciones para intentar contextualizar y aportar algo de luz al asunto de si 'se puede' o no decir ‘consejo de ministras’:

La soberanía de los hablantes

Vaya por delante una perogrullada que, si bien dicha hasta la saciedad, parece que nunca está de más repetir: la lengua es propiedad de sus hablantes. Las lenguas existen y evolucionan por acción de quienes las hablan. Se acuñan nuevas palabras, se crean nuevos giros, se modifican estructuras lingüísticas por obra de los hablantes. En el largo plazo, algunos de esos cambios sobrevivirán y otros se los llevará el viento. A pesar de los temores de los hablantes más conservadores y timoratos, el cambio lingüístico no es una caja de Pandora que hay que evitar abrir a toda costa. El cambio forma parte de la naturaleza misma de la lengua y la lengua cambia incluso cuando no nos damos cuenta. En ese sentido, los hablantes tienen toda la libertad del mundo para acuñar lo que les venga en gana. La creación ‘consejo de ministras’ es tan válida como propuesta como cualquier otra innovación lingüística que los hablantes ideen.

RAE: instrucciones de uso

Entonces, ¿por qué la RAE dice que no se puede decir ‘consejo de ministras’? Es más, si la lengua es propiedad de sus hablantes, ¿qué pinta la RAE en todo esto? Tendemos a pensar que la RAE es la autoridad incontestable del español en general, que la única lengua buena es la que la RAE contempla. Pero lo cierto es que la Academia no se dedica a dar cuenta de todo el idioma, sino que se ocupa en concreto de una parcela de la lengua bastante limitada que se conoce como ‘norma culta’.

La norma culta es un estándar que contempla básicamente el registro formal, el que normalmente esperaríamos encontrar en los medios de comunicación, en los documentos escritos y en las situaciones formales en general. La lengua culta es esa forma de habla que los hablantes interpretan como una forma prestigiosa de expresión y que tiende a ser conservadora por naturaleza. Qué usos lingüísticos se consideran prestigiosos cambia con el tiempo, porque, al fin y al cabo, el prestigio lingüístico no es más que una moda. De hecho, el prestigio lingüístico (como todo prestigio) está íntimamente ligado a las relaciones de poder y a las estructuras sociales de cada época: la norma culta está hecha a imagen y semejanza del habla de los grupos sociales hegemónicos de cada momento, así que la norma culta es en sí misma tremendamente cuestionable desde muchos puntos de vista. Sin embargo, la RAE no es enteramente responsable de que exista una norma culta. A pesar de que la RAE es su máxima vocera y contribuye enormemente a su mantenimiento y prestigio, si mañana la Academia decidiera echar el cierre la lengua culta seguiría existiendo y manteniendo su poder, porque la noción de que hay formas prestigiosas de hablar pervive tácitamente incluso aunque no haya una institución que la explicite, de la misma manera que todos sabemos qué ropa se considera formal y cuál no aunque no tengamos una Real Academia de la Vestimenta.

Así que cuando acudimos a la RAE con la innovación lingüística de turno buscando su bendición (en este caso, 'consejo de ministras'), es esperable que la RAE no dé su aprobación. El rechazo de la RAE no significa que ‘consejo de ministras’ esté mal o no se pueda decir. Lo que el no de la RAE significa es que ese uso del femenino genérico (que en los últimos años nos hemos acostumbrado a ver sobre todo en el activismo político) no es lo habitual en el registro formal estándar en español actual. Y no hay más que echar un vistazo a los usos reales y espontáneos de la lengua (en periódicos, en telediarios, en declaraciones) para constatar que, efectivamente, ese uso del femenino genérico no es lo habitual y no ha permeado en la norma culta: el género gramatical masculino es el que se usa mayoritariamente en la lengua estándar para referirse a grupos mixtos (Mis padres no están en casa), cuando el género de las personas es indeterminado (El que avisa no es traidor) pero incluso también cuando hacemos la concordancia con objetos no humanos (Las lentejas y los garbanzos los puse anoche a remojo).

Así que tan disparatado es pedirle a la RAE que dé su bendición a un uso novedoso como ‘consejo de ministras’ (imposible que lo apruebe, puesto que ese uso no es habitual en la lengua estándar) como lo es dedicarse a dar la matraca normativista a los hablantes de a pie que deciden usarlo. Afear a los hablantes que usen expresiones o giros que viven extramuros del estándar académico es tan disparatado como irrumpir en casa de perfectos desconocidos a decirles que ir en pijama para estar por casa no es elegante.

Entonces, ¿puedo decir ‘consejo de ministras’?

Desde luego. Los hablantes pueden decir lo que quieran. Lo que la RAE promulga no son leyes universales sobre cómo funciona el español, sobre cómo se debe hablar o sobre si algo es posible o no en la lengua. Las recomendaciones de la RAE tienen la validez que tienen, que es relativamente pequeña porque el alcance de sus observaciones está limitado a una parcela del idioma muy acotada (la lengua estándar) y que no recoge ni de lejos toda la competencia y creatividad lingüística que tiene un hablante nativo de español

Hay muchos casos en los que los hablantes optan por alejarse del camino más transitado (el estándar) para maximizar otras prioridades expresivas. En este caso, una motivación tan válida como otra cualquiera para usar ‘consejo de ministras’ puede ser que el hablante quiera hacer patente así su apoyo a una mayor visibilización de las mujeres, o remarcar lo inusitado y refrescante de ver tantas mujeres en el gobierno. De hecho, la denominación ‘consejo de ministras’ ni siquiera plantea problemas de ambigüedad: solo hay un consejo formado por las cabezas ministeriales en España, así que es evidente a qué nos referimos con ‘consejo de ministras’ y no da pie a error.

Probablemente nos llevaríamos menos disgustos si en vez de decir que algo es correcto o incorrecto (que tiene un poso de juicio de valor muy cuestionable) las instituciones normativas se limitaran a decir que algo es o no estándar. Mientras tanto, ser conscientes de desde dónde habla la RAE puede ayudarnos a contextualizar mejor sus respuestas, frustrarnos menos con sus decisiones y decidir que nos pueden resbalar tranquilamente sus recomendaciones.