La contaminación de las mentes
Borrell dijo el otro día que hay que buscar “mecanismos para sancionar actores nocivos que desinforman”. Son declaraciones que ponen los pelos de punta. Como si no tuviéramos bastante con el horror de las niñas asesinadas a bombazos, con la confusión sobre la postura a tomar frente a la guerra (el espinoso dilema sobre si enviar armas para que se defiendan los atacados o no enviarlas para no alimentar la escalada de la violencia), con el temor a las consecuencias que todo esto pueda tener también para nosotras. El mismo Borrell ha anunciado que la UE destinará 500 millones más en armas para Ucrania. Los pelos se ponen de punta porque la guerra entre Putin y la OTAN ya es nuestra guerra, por pacifistas y antimilitaristas que queramos ser. O sencillamente, por tener la honestidad de reconocer que, más allá de tus principios o de la obviedad ante la agresión extrema de un ejército, no sabes lo suficiente como para opinar sin arrogancia, atrevimiento o simple ignorancia. Con frecuencia la geopolítica sobreviene sin que sepamos apenas colocar fronteras en el mapa, ni mucho menos qué se cuece de verdad a ambos lados de la mesas tan largas donde se sientan los megalómanos a negociar. Lo que nos ubica es una empatía que cruza los campos helados de Europa o las cortantes concertinas del Estrecho de Marlaska, aunque parezca otro cantar.
De alguien que es el jefe de la diplomacia europea se espera justamente eso, diplomacia, algo que Borrell no está sabiendo aplicar cuando más se necesita, lo cual es chocante y peligroso dado su mencionado cargo. Lejos de dejarse la piel promoviendo negociaciones con el objetivo de lograr el alto el fuego y en última instancia acabar con la guerra, lejos de apelar a la mesura y el contraste de la información (siempre en peligro de ser fake o propaganda en un contexto de caos como es el de una guerra), Borrell nos bombardea cada día con declaraciones de corte belicista.
El pan para hoy de esas armas que se envían a Ucrania será sin duda el hambre y la destrucción para mañana. Y es más que posible que ese hambre se extienda no solo por la zona ahora vulnerable sino por muchas otras a cuya ciudadanía no se ha consultado en absoluto si quieren embarcarse en semejante deriva. Nadie nos ha tenido en cuenta sobre un asunto como este, excepcional y de importancia extrema, pero de la noche a la mañana estamos involucradas hasta el punto de llegar a ser una de las fichas del dominó que caiga. Lo mínimo que debería hacer Borrell es no echar leña al fuego. Leña no es solo enviar armas a Ucrania. Leña es también poner en cuestión y amenazar con intervenir uno de los derechos en los que se fundamentan las presuntas democracias de la Unión: el de la libertad de expresión.
Sin libertad de expresión estaremos definitivamente perdidas. Lo que Borrell llama “mecanismos” bien podemos traducirlo como censura, pues no de otra forma se “sanciona” la información. Borrell da entender que a él debemos creerle todo y siempre, pero no así a otros. Se acusa de infantilismo a quienes, a pesar de todo, están en contra de participar en un conflicto bélico, pero se pretende al tiempo que asuman la infantil posición de recibir las comunicaciones convenientemente censuradas. En un lenguaje impropio de un hombre de su posición política, Borrell considera que hay informaciones que pueden “contaminar las mentes”, infravalorando la capacidad de la ciudadanía para entender y distinguir lo que llega a sus “mentes”, y vulnerando el derecho a la información libre, le guste a él o no, y la libertad de expresión. Viva la democracia de Borrell.
No se puede instar al respeto a la libertad de expresión e información, como ha hecho el Tribunal Europeo con Moscú en relación al diario ruso Novaya Gazeta, mientras el jefe de la diplomacia anda diciendo que hay que controlar lo que él considera contaminantes mentales. Incluso en el caso de que lo fueran, no puede ser la censura sino una investigación también libre quien desvele su toxicidad y la haga llegar a la ciudadanía. Bloquear a Sputnik y a Rusia Today, como si las ciudadanía europea no fuera capaces de advertir si un medio es o no afín a Putin, plantea un serio problema a la Unión Europea. Para empezar, porque esa competencia corresponde a cada Estado y no a la Unión. Para seguir, porque ya no tendremos comunicación de esos medios que no le gustan a Borrell ni a Ursula von der Leyen, pero seremos menos libres y posiblemente se habrán conculcado además las leyes europeas que protegen esa libertad. Se sabe cómo ha empezado el recorte de libertades pero no cómo acabará. Y las cosas están lo bastante feas como temerse lo peor.
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