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Continúa la ficción. Del procesismo al legitimismo

El debate de investidura y la elección de Joaquim Torra como presidente me han dejado un sabor más agrio que dulce.

La alegría inicial por la normalización que supone una investidura efectiva, después de cinco meses de fuegos artificiales y degradación política, ha quedado rápidamente arrinconada por el pánico provocado por la personalidad del candidato, sus intervenciones y el debate de investidura.

Torra ha aceptado ser un presidente provisional -para la 'gestión interior'- sólo por el tiempo necesario para volver a elegir a Puigdemont, el único presidente 'legítimo'. Ha aceptado hacer de 'casero' que le cuida las tierras al dueño. No creo que sea la mejor manera de empezar, ni es lo que precisa hoy la sociedad catalana, necesitada de estabilidad institucional y serenidad social. Erosiona su credibilidad, aunque no sería la primera vez que alguien le coge gusto a llevar un hábito que le han prestado por un rato.

Lo más preocupante, sin embargo, es comprobar que en el seno del independentismo han ganado una vez más los partidarios de negar la realidad, jugar a la ficción y seguir engañando a la sociedad catalana. Se ha impuesto la estrategia de cronificación del conflicto, sin atender a los muchos y preocupantes efectos que conlleva mantener la herida abierta y continuar echándole sal. Por si fuera poco, Ciudadanos confirma que se encuentra muy cómodo en este escenario de confrontación que utiliza como la mejor de sus armas electorales.

A pesar de las declaraciones de sus dirigentes, sugiriendo una reconsideración de la estrategia independentista, ERC y el PDeCAT se han plegado a Puigdemont que, haciendo de ventrílocuo, ha hablado a través del candidato y ha marcado el camino a seguir.

Lo que Puigdemont ha propuesto por medio de Torra comporta instalarse en el autoengaño colectivo y la ficción. Insistir en el supuesto e inexistente mandato del 1 de octubre es olvidar que éste se fundamenta en unas leyes, aprobadas el 6 y 7 de septiembre, que no están vigentes. Es obviar que el 1 de octubre fue todo menos un referéndum con capacidad de vincular a la sociedad catalana. Entre otras cosas, porque más de la mitad de la ciudadanía no lo reconoce como tal y no se siente vinculada. No hay ningún proyecto colectivo que se pueda construir con una sociedad partida en dos mitades y confrontadas entre sí, desde el mismo momento constituyente -por utilizar las palabras del candidato Torra-.

El procesismo, ahora reconvertido en legitimismo, está reescribiendo la historia de estos últimos meses con la inestimable colaboración de los medios de comunicación adeptos. Haciéndonos creer que todo empezó el 1 de octubre como momento “constituyente”, que antes no pasó nada y que el conflicto es exclusivamente entre Catalunya, representada por los independentistas, y el Estado español. Obvian deliberadamente que el conflicto más importante y más grave se da en el seno de la sociedad catalana, en la que más de la mitad de la población no reconoce ninguna legitimidad, ni la declaración de independencia, ni la república catalana.

El programa de Torra -por llamarlo de alguna manera- insiste en la estafa política cuando apela al supuesto mandato de construir la república. Habría que recordarle al nuevo presidente, y a su mentor, algunas cosas: el mismo 27 de octubre los miembros independentistas de la Mesa del Parlament dejaron constancia en el acta de la reunión de que la resolución votada por el pleno y que supuestamente legitima la república catalana no tenía ningún efecto jurídico. Este argumento de la falta de efectos jurídicos de la resolución ha sido utilizado como legitima vía de defensa jurídica por las personas procesadas. Las elecciones del 21-D legitiman a las fuerzas independentistas para hacer mayoría parlamentaria, elegir presidente y gobernar, pero no para “construir república” que, por cierto, tampoco se ha explicado en qué consiste.

Esta nueva estafa política pretenden vestirla como la estrategia de la “bifurcación”, que según sus creadores consiste en decir una cosa y hacer la contraria. Ningún proyecto se puede construir sobre el mantenimiento de la autoengaño colectivo y la ficción de un mandato democrático que no existe.

Parece increíble pero asistimos a la enésima repetición de la misma jugada que marca la vida de Catalunya desde 2012 con la mutación del procesismo en legitimismo.

Con algunas diferencias importantes que hacen la situación mucho más insostenible. Desde hace meses tenemos en prisión de manera injusta a personas que están en riesgo de ser condenadas a muchos años de prisión. Y en la medida que el conflicto continúa empantanado los efectos sociales colaterales se agravan.

Además, el presidente elegido expresa una actitud sectaria, nada integradora y ha hecho gala de una ideología supremacista que no parece las más adecuada para recoser la sociedad catalana. Lo más grave es que las expresiones supremacistas no son un 'error' del candidato por el que se piden disculpas y santas pascuas. Desgraciadamente el supremacismo está más extendido de lo que parece en una parte del independentismo. Insisto, en una parte.

Basta recordar la horrorosa propuesta para expulsar del nomenclátor de Sabadell los nombres de personajes españoles identificados con lo que sus redactores consideran “imperialismo” cultural castellano.

El supremacismo ha calado en una parte de la sociedad catalana, que se ha acostumbrado a hablar de los españoles como una sociedad degradada y un pueblo “irreformable”. Esta descalificación se ha utilizado reiteradamente para descartar la viabilidad de diálogo o pacto con el Estado español. Y es alimentada por los creadores de opinión de la 'División mediática Itaca' que la utilizan para cohesionar el independentismo y sumar fuerzas. El supremacismo va acompañado del riesgo de creerse 'pueblo elegido', como se hizo evidente con las declaraciones de Puigdemont en las que calificó a Europa como un conjunto de pueblos “decadentes”.

Además estas actitudes son retro alimentadas diariamente en España por la 'caverna mediática Brunete' que trabaja incansablemente para presentar a Catalunya como una sociedad “abducida” y tomada por la violencia y el terrorismo.

Este es el tobogán por el que nos estamos deslizando peligrosamente y que la cronificación del conflicto no hace más que agravar. Por eso considero que la elección de Joaquim Torra como presidente es una salida en falso, que lejos de resolver el conflicto, lo agrava porque comporta reiterar en todo lo que nos ha llevado a este empantanamiento.

El mandato para construir república, el proceso constituyente y muchos de los imaginarios sobre los que está construido su programa sufren de la misma patología, la deformación ideologizada de la realidad. La misma que lleva a Torra a afirmar que Catalunya vive una crisis humanitaria.

Es urgente salir de la ficción en la que nos ha situado el procesismo y empezar a recoser la sociedad catalana. Nada de positivo se puede construir desde la negación de la realidad. La primera condición para transformarla es conocer e interpretar bien la realidad que se quiere transformar. Nada bueno se puede hacer desde una sociedad fracturada.

Urge hacer emerger y potenciar las muchas voces y actitudes que en Catalunya y España creen que el camino para salir del bloqueo pasa por apostar por la moderación y por la construcción de puentes. Será un trayecto largo, pero hay que empezar cuanto antes. ¿Nos ponemos a ello?