Ay, el viejo Partido Socialista. La gran noticia de la noche electoral francesa fue la victoria de la izquierda y la derrota de la ultraderecha. Pero al día siguiente, bajo la incertidumbre de una Asamblea Nacional inmanejable, lo más notable es la resurrección de los socialistas: de ellos depende lo que vaya a ocurrir en los próximos tres años, lo que resta del mandato de Emmanuel Macron.
Jean-Luc Mélenchon, antiguo militante socialista y líder de La Francia Insumisa, fue el héroe del “cordón sanitario”. Propició la creación de un bloque electoral, el Nuevo Frente Popular, para frenar al lepenismo, y reclamó el voto útil contra la ultraderecha, pese a que en muchas circunscripciones eso perjudicaba a su partido-movimiento. El Nuevo Frente Popular ganó, y la mayor parte del mérito corresponde a Mélenchon. Pasadas las elecciones, sin embargo, la supervivencia de la coalición izquierdista no está garantizada.
La decisión corresponde al Partido Socialista, la formación con la que se ensañó Emmanuel Macron (al que, por ser ministro de François Hollande, consideraban más o menos uno de los suyos) para crear el movimiento La República en Marcha, que le aupó a la presidencia. Macron se llevó buena parte de los cuadros y la militancia socialista. No parecía que el PS pudiera sobrevivir, sin otra figura relevante que la alcaldesa de Paris, Anne Hidalgo. La alcaldesa obtuvo el 1,7% de los votos en las presidenciales de 2022. Todo apuntaba a la desaparición del partido obrero fundado en 1905 y refundado en 1971 (con menos obreros) por François Mitterrand.
El caso es que aquí están de nuevo, con 59 de los 178 escaños obtenidos por el Nuevo Frente Popular. Y la pregunta es: entre Macron y Mélenchon, ¿a quién odian más? Si la cuestión se limita a las personas, posiblemente el resultado sea un empate. Máximo odio a ambos. Al untuoso Macron, porque les destruyó y les ha engañado, como a todos los franceses, una y otra vez. Al arrogante Mélenchon, por años de desprecios. Ahora bien, si hablamos de ideologías no hay color. Los socialistas están cerca de Macron y lejísimos de Mélenchon.
En casi cualquier punto, desde la política económica a la política europea, desde las relaciones con Rusia a las relaciones con la OTAN, desde la posición respecto a Israel y Palestina hasta la posición respecto a los flujos migratorios, La Francia Insumisa y el Partido Socialista mantienen un largo enfrentamiento.
Cabe suponer que el primer objetivo del presidente Macron es ganar tiempo, aún al precio de entregar la cabeza de su primer ministro, Gabriel Attal, cuando la Asamblea Nacional se reúna el 18 de julio y reclame cambios. A Macron no le importa Attal, las relaciones entre ambos son pésimas. Y no le será muy difícil encontrar a una figura tecnocrática que aguante unos meses al frente del gobierno. El segundo objetivo de Macron, el más importante, consistirá en atraer a los socialistas.
No se pueden convocar nuevas elecciones antes de un año, por mandato constitucional, ni se puede conseguir una mayoría mínimamente sólida con el actual reparto de escaños. Pero sumando los diputados de Macron (150) a los diputados socialistas (59), al puñado de centristas varios (15) y echando mano de los Republicanos que se han negado a acercarse al lepenismo (otro medio centenar), la presidencia podría arreglárselas para ir tirando.
Otra cosa es que a los socialistas les convenga volver a aproximarse a Macron. Cuando una formación política intenta repetidamente el suicidio, suele acabar muerta del todo. Tampoco les será cómodo permanecer a la sombra del carismático Mélenchon, como grupo secundario en una izquierda con la que no se identifican.
Para acabar de hacer las cosas fáciles, el PS tiene ahora, al margen de Anne Hidalgo, dos mascarones de proa. Uno es el primer secretario, Olivier Faure, que como diputado ha demostrado predisposición a llegar a acuerdos con el macronismo pero como dirigente logró imponer por los pelos, en el Congreso de Marsella (enero de 2023), la alianza con Mélenchon. El otro es Raphaël Glucksman, que como candidato en las recientes europeas obtuvo un buen resultado y cuyo rechazo a Mélenchon es visceral, en buena parte por el conflicto entre Ucrania y Rusia. Glucksman participó personalmente en la revuelta ucraniana del Maidán, se casó con una georgiana antirrusa que llegó a ser ministra del Interior de su país, y cree que Vladimir Putin constituye el mayor peligro para la paz mundial. Mélenchon no es ni proucraniano ni antirruso, más bien lo contrario.
Cualquier posible aproximación y cualquier posible ruptura llevarán tiempo. Los Juegos Olímpicos entretendrán a los franceses durante unas semanas, pero la realidad seguirá ahí: un país descontento cuyo principal partido es ultraderechista. Puede ocurrir cualquier cosa. Lo único casi seguro es que Emmanuel Macron pasará a la historia, aunque, probablemente, no por las razones que él habría preferido.