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El cordón sanitario al fascismo ¿se debilita?

La reacción de Angela Merkel fue inmediata y contundente: en apenas 24 horas el recién elegido presidente del land alemán de Turingia se vio obligado a dimitir. El liberal Thomas Kemmerich (FDP) aceptó los votos de la ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) que sumó a los de la CDU de Merkel. La canciller no lo ha consentido. Era la primera vez que se rompía el cordón sanitario impuesto a los neonazis en el país que mejor los conoce. Supuso tal conmoción que miles de personas protestaron en las calles desde Hamburgo a Munich. Fue “un mal día para la democracia”, “imperdonable” dijo Merkel en Sudáfrica, donde se encontraba. Y desde allí solventó con energía el asunto. Un día después, la prestigiosa revista Spiegel habla de un golpe que ha afectado a la credibilidad del sistema democrático. “Incluso si el fantasma ha terminado por el momento, el daño sigue siendo inmenso”, dice.

Alemania ha superado el primer ataque. El cordón sanitario al fascismo parece debilitarse, pero a la vez refuerza su defensa como reacción. Otros países como España, lejos de combatirlo, le abren la puerta de par en par. Urge reconocer los síntomas de esta enfermedad invasora. Hay males, tanto en la salud humana como en el cuerpo social, que han de ser encapsulados o erradicados para evitar su expansión. El fascismo es uno de los más peligrosos. La propaganda de los emisores y la ignorancia o mala fe de los receptores lo intentan dulcificar minimizando sus daños, más aún: contando supuestas bondades.

Llámenle con el nombre que quieran, ultraderecha, fascismo nuevo o del de siempre, pero es la única ideología que propugna la desigualdad, la superioridad de unos seres humanos sobre otros en razón de su raza, sexo, procedencia, nivel económico o creencias. Es decir, combate cuanto representan los Derechos Humanos -según su Declaración Universal- y las Constituciones democráticas. Como ya ocurriera con el nazismo en la Alemania de Hitler, se vale de mentiras para subvertir la democracia en un período inicial y pasar a medidas más drásticas una vez implantado.

Vuelve a ser hora apremiante, por tanto, de romper presuntas analogías interesadas. De recordar una vez más que otros sistemas han podido desarrollarse con errores, pero ninguno ataca los cimientos fundamentales de la convivencia. No es lo mismo propugnar la igualdad que la desigualdad, partiendo ya del primer estadio ideológico. El fascismo desató la II Guerra Mundial. Vencido, por fortuna, mucho esfuerzo y mucha sangre, por los países aliados. Fue el ejército soviético quien liberó los campos de la muerte y la ignominia. Angela Merkel, la canciller criada en la Alemania comunista, con toda amplitud de conocimiento, teme y rechaza el fascismo en este sistema único que se está despeñando a la derecha.

La ultraderecha española, tanto como la derecha de toda la vida, es hija del franquismo y cuenta con las mismas anomalías antidemocráticas. Por supuesto que, dentro del Partido Popular, hay demócratas que bien caro pagaron en ocasiones esta apuesta, por eso cuesta creer que acepten la deriva impuesta al PP por Pablo Casado, pupilo fabricado por un Aznar reconcomido en la soberbia y el odio. Viene de lejos, sin duda. El PP está tiznado por fuertes cargas de la basura de la corrupción y el cinismo, pero la democracia debe ser más exigente. Lo que Merkel, su correligionaria sobre el papel, ha rechazado con la mayor contundencia es lo que el PP ha aprobado y sostiene en Andalucía, Madrid o Murcia. Ciudadanos, apéndice sin gas del PP, es ya la irrelevancia.

PP y Cs, desde el ayuntamiento de Zaragoza, aquejado del mismo mal, ha ordenado impedir la presentación del libro de Miguel Urban, europarlamentario de Podemos, “La emergencia de Vox”. Según cuenta el periodista Eduardo Bayona, lo encuentran “discriminatorio para el partido ultraderechista al que han convertido en su socio de referencia”.

En España, el fascismo-franquismo fue un cáncer expandido en metástasis que mantiene graves secuelas en la sociedad. Llámenle como quieran, ya digo; derecha antidemocrática y corrupta, si prefieren. Abarca pilares fundamentales del Estado, desde la justicia a los medios de comunicación. Las batallas individuales que vemos son muy meritorias, pero la decisiva para vencer este tipo de enfermedades degenerativas se libra en la lucha de las células sanas contra las malignas. Y el éxito precisa de medios racionales de ataque y voluntad de curación.

La libertad de expresión o de acción, no puede incluir la libertad de extorsión y de infección. Se precisarían filtros democráticos para evitar anomalías tan graves como presenta la ultraderecha. Si han enraizado ya, exige actuar sobre las piezas afectadas. No son tolerables tramas policiales –y políticas, en consecuencia- como las cloacas del Estado que impulsó el PP para tapar su sucia caja B. Ni retorcimientos judiciales como todavía se dan ahora mismo. Con Catalunya en el punto de mira, el caso del abogado Gonzalo Boye es de primero de venganza y abuso de poder, como voz para acallar por cualquier método. Sigue siendo imprescindible atajar la desinformación con información. Desde los medios públicos y revisando subvenciones encubiertas como las que se dan a la Conferencia Episcopal para defender cada día a la ultraderecha incluso y faltando a la verdad.

Imprescindible que el Gobierno no se amilane por la guerra turbia. Ni Torra, ni Catalunya, ni el feminismo, ni Venezuela son los problemas de la sociedad española. No lo es este Ejecutivo en sí. No pidan perdón. “Este Gobierno no necesita recibir un certificado de buena conducta de la ultraderecha, la patronal y el episcopado...” escribía hace unos días el periodista de toda solvencia Javier Valenzuela.

El cordón sanitario se ha roto en varios países, si alguna vez lo establecieron. Los Estados Unidos de Trump están ya invadidos. Se ríe el encausado de las tragaderas de su partido, el Republicano, en el impeachment. Y de la torpeza manifiesta de los Demócratas en su primera selección electoral en Iowa. Bolsonaro ya destruye la democracia, la cultura con listas de libros “inadecuados”, y cuanta razón encuentra a su paso en Brasil. Atentos, si quieren Venezuela, al pastel que Trump y toda la derecha insisten en preparar con Guaidó.

Por el contrario otros países lo mantienen o lo implantan de alguna manera. Suecia estuvo 5 meses sin gobierno en 2018 antes que pactar con la ultraderecha. Aquí, por primera vez en mucho tiempo, el gobierno de España parece contar con el deseo y el poder para atajar algunos de nuestros males más perniciosos. Lo ha querido así la mayoría de los españoles, contra los vendavales del odio y el daño. Y lo ha hecho a través de su mayoría parlamentaria no permitiendo que Vox presida ninguna comisión, ni que sus diputados formen parte siquiera de ellas. 132 cargos quedan fuera de su alcance por acuerdos legítimos entre demócratas. Le ha aplicado el cordón sanitario. El PP quería negociar con Vox vicepresidencias pero, según se quejan, sus socios prefieren sacar rédito electoral de su “aislamiento”. Los demócratas también tomarán nota de la medida sanitaria en futuras elecciones.

No es fácil. Hay que resistir, luchar y cambiar. Hacer ver a la buena gente la necesidad de un cordón sanitario siquiera en su mente. Decenas de ejemplos, libros y películas nos muestran con hechos reales la profunda degradación a la que puede llegar una sociedad tomada por el fascismo. El estadio final de una barbarie que se va tejiendo con las cazas de brujas de todos los tiempos. Con injustas persecuciones toleradas. Con todas sus luces y sombras -no probadas-, Kirk Douglas rescató del injusto castigo de silencio al guionista Dalton Trumbo. Para escribir y ser Espartaco. La voz del esclavo rebelde, de cuantos gritaron con él, pervive.

Para no llegar a extremos indeseados, es mejor prevenir. El cordón sanitario preventivo puede, evitando la extensión de males devastadores, lograr una sociedad que viva en salud. Es arriesgado bajar la guardia.