Un cordón sanitario al fascismo y otras soluciones
Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista Vox, alaba el franquismo, desprecia a los gobiernos elegidos democráticamente por la soberanía popular y los pilares básicos de la convivencia. Lo hace en el Congreso de los Diputados y ante las cámaras de la televisión pública, RTVE, y múltiples micrófonos y flashes de todos los medios a su alcance, salvo los que su partido veta o insulta porque le resultan incómodos. Esqueje de la planta del PP, forma parte de la deriva de la derecha española, de la propia sociedad que la sustenta.
Al Partido Popular se le están cayendo todas las caretas. La investigación judicial de la operación Kitchen, vinculada a la Gürtel y todo el abecedario de la corrupción, desnuda la terrible faz de la derecha en nuestro país. Sus entramados de poder incrustados en la gran pata de la justicia, y de los medios, y de la economía y de cuanto tiene capacidad de mover peso pesado. España, la única democracia edificada sobre el franquismo-fascismo invicto e impune, acarrea una profunda herida en su democracia y hasta en términos de estricta decencia.
El PP teme que toda la inmundicia que ha salido a la luz con más datos y al amparo judicial le pase factura y vuelva a perder a los votantes que le habían regresado de Vox. A este nivel andamos.
Al PP sí le pasó factura la corrupción por la que fue condenado. Pablo Casado ha perdido cinco elecciones desde que es presidente del partido, en favor de la ultraderecha declarada. Ésa que los medios fueron aupando porque daba audiencia con sus escandalosos titulares y, en muchos casos, porque no les supone problema ideológico y ético alguno. Volvamos a recordar que la repetición de los comicios en 2019, cuando el PSOE buscaba mayorías imposibles, sentó a Vox en el Congreso con 52 diputados, doblando su número en meses. Los que le permiten acciones potentes como presentar una moción de censura. Sin visos de salir adelante, sirve sin embargo como impagable propaganda. Y debemos empezar a prepararnos ante la avalancha publicitaria que los medios le van a prestar graciosamente para soltar sus descabellado ideario.
La democracia, en generosa aplicación de sus principios, permite la existencia de partidos que la combaten, pero al menos los países más serios establecen un cordón sanitario para evitar que se expanda. No hay obligación alguna de llamarles para que opinen de cuanto ocurre. Se les aplica el criterio de lo estrictamente indispensable vinculado a su presencia en las instituciones. Hay que diferenciar claramente lo que es información y lo que es publicidad y parece que el periodismo actual no lo tiene tan claro. De hecho, pocos ciudadanos parecen atisbar tampoco el peligro que los fascismos representan y el daño inmenso que le ha causado a España la permisividad con su presencia y legado.
Pongamos el caso de Alemania. Su partido neonazi, Alternativa por Alemania (AfD), está perdiendo apoyos. Conservadora y criada en la Alemania comunista, Angela Merkel se revuelve cada vez que la ultraderecha avanza en provocaciones. Porque sabe que es el problema. Unidos a los desorientados negacionistas del coronavirus, el 30 de agosto, unas 200 personas intentaron una toma simbólica del Parlamento alemán, el Reichstag, y las instituciones reaccionaron enérgicamente.
En febrero, Angela Merkel tumbó la elección del presidente de Turingia, el liberal Thomas Kemmerich (FDP) porque, además de los votos de su partido, la CDU, aceptó los de Alternativa por Alemania. Miles de personas protestaron en las calles desde Hamburgo a Múnich. La revista Der Spiegel definió lo ocurrido como un golpe que afectaba a la credibilidad del sistema democrático. “Incluso si el fantasma ha terminado por el momento, el daño sigue siendo inmenso”, escribió. Duele la comparación. En España, como sabemos, PP, Cs y Vox (quienes tildan de ilegales a los partidos de izquierda) pactan y gobiernan juntos sin problemas.
Angela Merkel es inequívocamente antifascista e inequívocamente de derechas y llama nazis a los nazis. Aquí todo es jabón. La tolerancia española al fascismo, en medios, votantes ultras o desinformados, políticos, incluido parte del PSOE, es gravísima. Esta degeneración ética conduce además a tragar con muchas otras corrupciones.
Y existen modos de afrontarlo. Se puede activar un cordón sanitario o siquiera los mecanismos de la información. Ni mucho menos soy la única que lo piensa. Inequívocamente antisfacistas e inequívocamente periodistas, Javier Valenzuela o Juan Tortosa lo ven de una forma similar. “Salvo Hungría, en pocos países se otorga tanta cancha a los mensajes de la ultraderecha en los medios del Estado. Suponiendo que legalmente no hubiera otro remedio, que sí lo hay, al hacerlo ¿no se podrían apostillar desde el punto de vista profesional, las barbaridades que sueltan sin anestesia Olona, Monasterio, Smith o Espinosa de los Monteros cada vez que abren la boca? Tal que así, por ejemplo: 'Miren ustedes, quien acaba de decir esta barbaridad representa un opción política que está contra las libertades, son racistas, se oponen al divorcio, al aborto y minimizan la violencia de género”, escribía Tortosa en mayo. Ése es el tema.
Aun los escollos más graves pueden tener solución, si se la busca. El magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, propone una reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial ante el bloqueo del PP. Ningún partido político puede justificar su negativa a renovar los órganos constitucionales, asegura, como parecería lógico en democracia. Y en limpieza ética. Por algún lado hay que romper ya el círculo que asfixia a esta sociedad. España necesita una derecha democrática y limpia, homologable, y no la tenemos. Alguien, entre ellos, debería haber parado ya esa ominosa paralización que, sobre el papel como poco, le favorece en sus asuntos procesales. Si el tronco es este PP y su escisión Vox, a quien cada vez se parece más, estamos apañados. A Ciudadanos no se le ve salir de lo que siempre fue por más que se insista.
La ilegalización del Partido Popular es impensable en esta maltrecha democracia, pero al menos alguno de sus socios y sus cómplices diversos deberían forzar un correctivo enérgico que aligerara tanta mugre. Los silencios de quienes deberían estar hablando son clamorosos.
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