No es la única causa, no se apresuren a descalificar este humilde artículo por su titular, pero déjenme que lance una pregunta al aire en estas horas tensas, surrealistas y también patéticas en las que nos sobrevuela una catástrofe de magnitud impredecible: ¿Estaríamos en esta dramática situación si el PP y la antigua Convergencia no hubieran sido dos formaciones políticas gangrenadas por la corrupción? ¿Estaríamos conteniendo la respiración quienes nos sentimos españoles o catalanes si Jordi Pujol, Artur Mas, Esperanza Aguirre o Mariano Rajoy no se hubieran visto salpicados por gravísimas acusaciones de financiación irregular e incluso de enriquecimiento ilícito? Mi impresión, apoyada en los hechos acaecidos durante estos últimos años, es… rotundamente no.
Si repasamos el camino del procés, desde sus orígenes, nos encontramos con los actores independentistas convencidos; ERC, la CUP y diferentes movimientos ciudadanos que, de una u otra manera, siempre han estado ahí, sosteniendo orgullosamente la estelada. El recién llegado, y elemento que desestabilizó la balanza, fue la antigua Convergencia; el partido del empresariado y la burguesía catalana pasó, de la noche a la mañana, de un nacionalismo unionista, a tomar la vía del secesionismo. Casualmente, la sorprendente transformación de la fuerza política que dirigía Artur Mas coincidió con el aluvión de revelaciones periodísticas y de causas judiciales por corrupción en que se vieron implicados los líderes convergentes. La estelada fue para Convergencia, inicialmente, el parapeto de sus miserias; después, poco a poco, sus líderes se fueron viendo superados por los acontecimientos que ellos mismos habían desencadenado y por el empuje de sus compañeros de viaje.
Los inquilinos de Génova y de Moncloa, sin duda, hicieron la ola cuando se planteó el que ellos mismos definieron como “desafío soberanista”. Catalunya ya había sido útil para el Partido Popular cuando se encontraba en la oposición, permitiéndole arañar votos en Madrid, Galicia, Murcia, las dos Castillas, Extremadura o Andalucía a base de criminalizar el Estatut para generar así un profundo sentimiento de catalanofobia. Si Montoro dijo en pleno cataclismo económico bajo el Gobierno de Zapatero aquello de “que España se hunda, que ya la levantaremos nosotros”, Rajoy debió pensar algo parecido cuando decidió encender la peligrosa llama del odio interterritorial. Es muy probable que el entonces líder de la oposición planeara apagar el incendio que él mismo había provocado cuando llegara a la Moncloa; sin embargo, su mandato presidencial se vio desde el principio amenazado por el tsunami de corrupción que inundaba su partido, desde las sedes municipales y regionales, hasta el mismísimo edificio de Génova 13. En ese contexto, la amenaza independentista fue el enemigo perfecto que necesitaba el ya presidente del Gobierno. Ya no colaba más azuzar el fantasma de una ETA rendida para aglutinar a sus votantes, parte de los cuales empezaban a asquearse ante las infinitas tramas de gaviotas ladronas que destapaban jueces, policías, periodistas y ciudadanos insobornables. Había llegado el momento de agitar frenéticamente la rojigualda para que los españoles miráramos al trapo y levantáramos así la vista de esa manada de ranas corruptas que habitaba el océano popular.
Este ha sido el teatro que se ha ido representando, con diferentes variaciones, durante los últimos seis años y que el azar, o tal vez otras circunstancias menos casuales, ha hecho que en su acto final confluyan la amenaza de la DUI, la aplicación del 155 y el desenlace del juicio por la primera etapa de la Gürtel. No podíamos estar ante un escenario más peligroso, pero también más elocuente de la tragedia que nos han obligado a vivir. Mientras en escena Rajoy y Puigdemont seguían con su impostada e irresponsable pelea de banderas, la fiscal Concepción Sabadell se veía condenada a exponer sus demoledoras conclusiones entre bambalinas. La eficiente fiscal de la Audiencia Nacional no dejaba margen para la duda: El Partido Popular se benefició de actividades delictivas y ha quedado “plena, abrumadora y constantemente acreditada” la existencia en Génova de una caja b que se nutría de comisiones ilegales, pagadas por empresarios a cambio de la concesión de contratos públicos otorgados ilícitamente por administraciones gobernadas… por el Partido Popular.
Hace solo un mes, todos los diarios (no incluyo, obviamente, los panfletos), así como los informativos de radio y televisión (tampoco cuenta ese NODO que se edita en los despachos de la Moncloa y que emite Televisión Española) habrían abierto sus ediciones con las palabras de Concepción Sabadell, asegurando que “Luis el Cabrón” no era otro que Luis Bárcenas y que en los apuntes de la documentación intervenida a los cabecillas de la red, “J.M.” eran las iniciales del ex diputado popular Jesús Merino. Es obvio que en el desarrollo de la noticia, todos habríamos recordado que, punto por punto, se van corroborando los datos que aparecían en los llamados “papeles de Bárcenas”; unos documentos en los que aparecía un tal “M. Rajoy” como perceptor de miles de euros de sobresueldos pagados con dinero negro.
Si tenía alguna duda, que yo creo que no la tenía, Mariano Rajoy ha visto ratificada su perversa estrategia sobre Catalunya a lo largo de esta semana. El presidente del Gobierno debió lanzar una carcajada al comprobar que la que debería ser noticia del año, quedaba completamente eclipsada por la crisis catalana. En los bares y oficinas de Madrid, Sevilla o Barcelona, las víctimas de la trama Gürtel, que somos todos, ignoraban que la Fiscalía les estaba informando de que el PP les había robado la cartera; entre café y café, cerveza y cerveza preferían pasar el rato maldiciendo a los radicales independentistas o a los malvados españolistas.
Mientras Mariano Rajoy y este PP infectado de corrupción sigan en el poder, tendremos crisis catalana a perpetuidad o, al menos, hasta que surja un nuevo enemigo con el que amedrentar y exacerbar al electorado. Es posible que el presidente del Gobierno haya eludido afrontar políticamente el problema, durante los seis años que lleva en la Moncloa, por pura desidia, prepotencia y vaguería; sí, pero no solo por eso. Nada cobija más de los papeles de Bárcenas que una buena bandera rojigualda. Nada desvía más la atención de la financiación irregular de su partido que aunar a la ciudadanía contra un demoniaco enemigo común armado con una estelada. Ojalá me equivoque, pero tengo el convencimiento de que Rajoy y los suyos están moviendo las piezas en estas horas críticas para el futuro de España y de Catalunya y lo seguirán haciendo en el futuro, tal y como han hecho hasta ahora, con el único objetivo de estirar un conflicto político que les resulta políticamente rentable.
Solo así se explica la actitud de los populares mientras Puigdemont pedía, este jueves, un mínimo gesto desde Madrid antes de inmolarse personal y políticamente convocando elecciones anticipadas. En esas horas decisivas, cuando más prudencia y sensatez se requería de los servidores públicos, Albiol y Javier Arenas realizaban unas incendiarias declaraciones tratando de humillar, aún más, al presidente de la Generalitat. Casualmente, también en esos mismos instantes, la fiscalía teledirigida por el ministro Catalá anunciaba su negativa a revisar la prisión provisional de los líderes de la ANC y de Òmnium. Parece obvio que ninguno de estos actos fueron definitivos a la hora de empujar a Puigdemont a recuperar, no sabemos si definitivamente, la vía de la declaración unilateral de independencia; aún así tenemos el derecho y hasta el deber de hacernos una pregunta: Si el PP hacía este tipo de gestos irresponsables e inoportunos en público, ¿qué no estaría haciendo en las negociaciones que mantenía en privado con la Generalitat a través de diversos intermediarios?
Por estas razones, y por muy descerebrados que puedan ser los actos de Puigdemont en las horas venideras, se equivocará gravemente el PSOE si sigue confiando en un presidente que no es de fiar. La realidad era, es y será tozuda, por mucho que asalten TV3 desde Moncloa para convertirla en un clon de NODOTVE. Por muy irresponsables que hayan sido y que sigan siendo, los dirigentes independentistas catalanes, los principales culpables de que estemos como estamos, de que se perpetúe el conflicto con Catalunya y de que pueda desembocar en una verdadera tragedia no solo se llaman Puigdemont, Junqueras, Gabriel, Rajoy o Rivera. Los principales culpables debemos buscarlos detrás de nombres tan originales como Gürtel, Púnica, Lezo, Palau, Nóos, Acuamed, Millet, Palma Arena, Pokémon, Guateque, Pallerols, Brugal, Auditorio, Imelsa, Andratx, Campeón o Faycan. Los responsables son los políticos, empresarios y periodistas implicados, cómplices o complacientes con estos escándalos. Los responsables son también esos millones de ciudadanos que han votado a partidos y candidatos sabiendo que eran corruptos, porque, a pesar de todo… eran sus corruptos. Los responsables, igualmente, son esos partidos de izquierda que siguen siendo incapaces de ponerse de acuerdo para desalojar de la Moncloa al “señor X”. Quizás, en el fondo y aunque duela decirlo, tenemos y tendremos lo que nos merecemos.