Una de las tareas más complejas que tiene el diseño de las estrategias políticas es la de ser capaces de medir el impacto electoral que puede tener cualquier hecho que pueda producirse. Dentro de los partidos abundan los expertos en leer las encuestas en la que los ciudadanos exponen lo que opinaban ayer sobre cualquier asunto. Lo que no hay son estudios que definan qué van a pensar mañana. Los lunes suele ser sencillo acertar los resultados de la quiniela del domingo anterior. A cambio, es casi imposible acertar ese mismo lunes la del domingo siguiente.
Curiosamente, dibujar escenarios futuros es una de las aficiones preferidas del mundillo mediático-político. Por desgracia, no suele dejarse acta notarial de lo que cada uno defiende. Lo único seguro es que casi todos ellos, tiempo después, defenderán que acertaron en su pronóstico con total exactitud. Es una pena que las tertulias televisivas o las reuniones en los despachos de los partidos no levanten acta de lo que cada uno mantiene.
Al final, las batallas políticas se libran en el escenario de la comunicación. La conclusión a la que podría llegarse a la hora de determinar el coste electoral de las decisiones políticas sería la de que la clave está en la capacidad de los líderes para moverse en un entorno donde la frontera entre lo previsible y lo imprevisible es siempre difusa. Con viento a favor, una nave puede chocar contra cualquier barrera si no se maneja adecuadamente. Con el viento en contra, siempre cabe la posibilidad de intentar cambiar de rumbo y evitar luchar contra los elementos.
El manejo de lo previsible
Esta semana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, expuso ante la prensa en Alcalá de Henares, junto a su homólogo polaco Mateusz Morawiecki, su particular concepción sobre el posible costo electoral que pudiera acarrear la concesión de los indultos a los presos independentistas catalanes: “Ayudar a resolver problemas no representa un coste. El coste para el país sería dejar las cosas tal y como están, enquistadas en el año 2017, y eso no se lo merece ni Catalunya ni el resto del país”.
Tardaremos un tiempo en poder saber qué consecuencias puede tener en el mapa electoral español la medida impulsada por Sánchez y su Gobierno. En realidad, será prácticamente imposible llegar a determinarlas. En la vida política, se superponen de forma constante diferentes acontecimientos que impiden poder aislar con exactitud unos de otros. Estamos ante un asunto de evidente interés nacional en el que muchos ciudadanos lo observan con una fuerte carga emocional que puede condicionar todo lo que suceda.
Para el Gobierno de coalición, se trata sin duda de una medida largamente meditada y que conlleva evidentes riesgos ante la opinión pública. La única ventaja con la que cuenta es la de tener la capacidad de manejar los tiempos. A diferencia de otros acontecimientos imprevistos o fuera de control, en este caso puede planificarse todo el proceso para intentar conseguir que provoque el menor coste posible o, por el contrario, pueda incluso convertirse en un movimiento que favorezca sus expectativas electorales. Según el politólogo y vicepresidente de la ACOP, Ignacio Martín Granados, “el Gobierno además tiene la ventaja de la convocatoria electoral. El tiempo corre a su favor para que cuando lleguen las elecciones lo que era una polémica se haya amortizado o normalizado”. Todo dependerá de cómo termine la intensa batalla de comunicación que se librará alrededor del asunto.
Del anuncio del caos al olvido
Hace apenas tres semanas, se suponía que el Gobierno iba a sufrir un desgaste descomunal tras su decisión de levantar el estado de alarma. Toda la oposición en pleno, algunos socios de legislatura y la mayor parte de los medios de comunicación vaticinaron una hecatombe. Se vaticinó la llegada de un grave caos jurídico, sanitario y político imparable. Apenas un par de semanas después del 9 de mayo, nadie dudaba ya de que la decisión gubernamental fue absolutamente acertada.
La lucha contra la Covid parece avanzar por un buen camino cimentada en un proceso de vacunación que está cumpliendo las mejores expectativas previstas. El negro horizonte que muchos políticos, periodistas y especialistas planteaban no se ha cumplido ¿Qué impacto electoral puede haber tenido este proceso? Es imposible de determinar. Parece consecuente establecer que en caso de que los vaticinios de los agoreros se hubieran hecho realidad, la valoración respecto al Gobierno hubiera sufrido un significativo impacto.
Conviene recordar cómo todos los analistas coincidieron en señalar la presencia del asunto del coronavirus en la campaña electoral madrileña como el elemento determinante del resultado en las urnas. Según Enrique Cocero, CEO de 7-50 Strategy, “fue sobre todo por los planteamientos y las medidas que Ayuso ejecutó frente al Gobierno. Rivalizaba con Sánchez, lo que generó un componente de mucha más potencia”. ¿Hubiera cambiado de forma significativa este resultado si las elecciones hubieran tenido lugar apenas 15 días después del 4 de mayo? Posiblemente, sí. En este caso, el control de los tiempos jugó en contra de los socialistas. La desastrosa gestión de la moción de censura en Murcia abrió un período de pérdida del manejo de la situación que acabó por desembocar en la severa derrota en las urnas en Madrid.
El PP y su montaña rusa
El Partido Popular debe desenvolverse, mientras tanto, en una ruta llena de altibajos que parece más una montaña rusa que un apacible sendero. Tras la debacle sufrida en Cataluña, los procesos judiciales que se siguen contra la formación mostraban un panorama lleno de incertidumbres. Todo parecía cuesta arriba. Pablo Casado llegó a manifestar su desolación ante la prensa reflejada en un asunto paradigmático. “No debemos seguir en un edificio cuya reforma se está investigando esta misma semana en los tribunales”, declaró el pasado 16 de febrero.
En plena crisis, el embrollo de Murcia le facilitó la salida de la tempestad. Ciudadanos murió como competidor y el PSOE quedó seriamente castigado. La jugada del adelanto electoral en Madrid resultó de una eficacia extrema. Ahora el viento viró a favor y el futuro parecía despejado. La decisión de Pedro Sánchez de poner en marcha los indultos ha colocado a los populares en una disyuntiva ante la que no ha dudado lo más mínimo. Han decidido ir a degüello.
La vuelta a Colón de una derecha exaltada, indignada y unida abrirá un nuevo escenario del que nadie sabe qué balance se puede obtener. Aunque expertos como Cocero, no creen que “el tema de los indultos ayude al PP a recoger mayor espectro de votantes del que ya tienen como potencial”. Aun así, el PP intentará seguir desgastando al Gobierno, aunque se juega poder volver a cargar con la imagen de una oposición irresponsable, oportunista y desestabilizadora. “Parece que quieren aprovechar el éxito electoral en Madrid, pero todavía tienen muchos asuntos pendientes en los tribunales. Por eso, están interesados en convertir los indultos en una cortina de humo”, añade Granados. Con eso cuentan en el Partido Popular. Con el factor a favor de distraer la atención del eterno desarrollo de sus procesos judiciales: Gürtel, Kitchen, Bárcenas, Cospedal, Villarejo, Rajoy...