Hace dos años analizábamos cómo el deterioro electoral del bipartidismo permitía vislumbrar un horizonte de crisis de representación en la confluencia de una creciente visibilidad pública de la corrupción y una crisis económica determinada por el retroceso en derechos sociales y laborales. Exploramos la situación a izquierda y derecha del espectro político para proponer y promover proyectos suficientemente creíbles, constatando con preocupación el desesperanzador desencuentro político-electoral entre izquierdas sociales y partidarias tras el 15M. Reclamábamos afrontar la colaboración de aparatos tradicionales y nuevas redes sociotecnológicas, dificultada porque buena parte de los recursos humanos y materiales que debían darle forma y contenido estaban comprometidos en luchas internas.
Algunos cambios de tendencias en la opinión pública y en las identificaciones electorales nos llevaban a manifestar la urgencia de impulsar un nuevo sujeto colectivo, portador de un proyecto constituyente capaz de orientar a la ciudadanía en una compleja crisis de gobernabilidad multinivel. A nuestro entender, esto exigía buscar la convergencia en un espacio político más ambicioso sustentado (de manera combinada) en la información experta en la producción de discursos, agendas y comunicación para las mayorías sociales, y, también, en una amplia participación transversal de carácter popular y ciudadano.
Dos años después, ya plenamente embarcados en la hipótesis Podemos, observamos incluso mayor fluidez en la coyuntura, aunque ahora discurre sobre nuevos lineamientos y demarcaciones. Inimaginable hace pocos meses, se dibuja la posibilidad real de enfrentar la pesada hegemonía conservadora, si conseguimos mantener el rumbo planteado en el salto de crecimiento a una organización de ámbito estatal.
No cabe duda de que la presencia en la disputa televisiva de Pablo Iglesias y de los principales líderes de nuestra joven formación, un discurso crítico apoyado en metáforas populares (la casta o el pueblo) y una metodología participativa abierta e innovadora han sido fundamentales en términos de pedagogía política para la ciudadanía. En sólo un año de existencia, Podemos arroja cifras espectaculares en simpatía pública en redes sociales, en adhesión social y apoyo económico, en expectativas demoscópicas, de participación y de afiliación partidaria.
El éxito de un diagnóstico crítico bien relatado, considerado hasta hace poco como fantasioso e irresponsable, se ha ido confirmando en el devenir de la crisis, otorgando a Podemos un creciente liderazgo discursivo en la lectura de la coyuntura política. Incluso hasta el punto de verse obligadas algunas formaciones políticas a realizar aceleradas operaciones de renovación generacional, así como también se han visto obligadas las diferentes cadenas televisivas a ampliar los espacios de debate político, ahora rentables debido a la demanda de unas audiencias por esta vía reciudadanizadas en la vida política.
El sorpresivo éxito electoral de Podemos en las elecciones europeas de mayo de 2014 aceleró los tempos de los diferentes actores políticos durante el último medio año. Se intensificaron las incorporaciones procedentes de organizaciones próximas a movimientos de base, como Izquierda Anticapitalista, Frente Cívico u otros colectivos urbanos a un proyecto que tiene en algunas facultades de universidades públicas una importante cantera de sus principales liderazgos.
La decisión de Podemos de no participar en las elecciones municipales ha reforzado la propuesta de confluencia de sus militantes con plataformas que apuestan por una metodología de primarias abiertas, como son los Guanyem/Ganemos. Y también ha impulsado los debates, divisiones y reagrupamientos en las estructuras implicadas, ya sean partidarias, ciudadanas o de asociaciones.
En Madrid, Izquierda Unida no ha logrado superar las siempre postergadas tensiones políticas y generacionales presentes entre sus diversas familias, y la renovación parece saldarse con un partido instrumental al que se incorporan sus liderazgos más jóvenes y referenciados para seguir explorando nuevas dinámicas y superar la tradicional querencia por la “sopa de siglas”.
En breve se verá qué método de coalición eligen organizaciones como Equo, ICV, Compromís, las CUP o SSP en Tenerife y tantos otros agrupamientos municipalistas presentes en diversas localidades de todo el Estado. Sin duda las ciudades y las comunidades serán un primer escenario, avanzado en Andalucía, para evaluar las decisiones, recursos y discursos que se movilizarán en todas las organizaciones políticas las próximas semanas, que serán sin duda apremiantes. La estrategia de centralidad de Podemos ha estimulado la reconstrucción de la izquierda.
La construcción de un espacio político con capacidad de aglutinar un sujeto constituyente ha empezado a preocupar a lo que todavía hoy con cierta timidez llamamos casta en España, pero que el pensamiento crítico de otras latitudes ha llamado normalmente establishment u oligarquía. La coyuntura sigue siendo por tanto fluida porque, sin duda, esta amplia coalición de poder hará lo que esté a su alcance para contener el crecimiento de Podemos.
Lo primero era parar la hemorragia pública de credibilidad. Sin poder descartar totalmente más sorpresas en lo relativo a la corrupción, el hecho de postergar importantes juicios para después de las elecciones demuestra la capacidad para controlar la agenda por parte de una estrategia gubernamental que goza de la complicidad judicial de una mayoría absoluta conservadora.
Los medios de comunicación con grandes dependencias financieras parecen dispuestos a ponerse las orejeras que les plantean sus consejos de administración para leer la actualidad económica de la “recuperación”. El descontento de la sociedad dirá si se podrá mantener el espejismo informativo de “la luz al final del túnel”, que cuenta con todo el apoyo de las instituciones internacionales hasta el final de la legislatura.
Pero es difícil de esconder que el gobierno de Rajoy ha limitado su acción a recortar y externalizar el trabajo de las administraciones y a una política de ajuste con tendencia a indecorosas cesiones de soberanía económica y democrática. El 86 % de los españoles le tiene poca o ninguna confianza ante el deterioro social sin precedentes que padece el país.
La ley mordaza pone en evidencia que los conservadores españoles siguen pensando la cuestión social como un asunto de la policía. La clara voluntad de control represivo y punitivo de la protesta ciudadana implica un vuelta de tuerca más en el cierre de la esfera pública como lugar de expresión del descontento social, al tiempo que amplía un radio de arbitrio estatal potencialmente autoritario y lesivo para las mínimas garantías requeridas por los derechos democráticos. Ha sido condenada por toda la oposición, al igual que otras medidas adoptadas que dejan patente que el Partido Popular sigue adoleciendo de cualquier sensibilidad democrática y social. Esto anima a los espacios políticos de orientación centrista emergentes, como UPyD y Ciudadanos, donde se abre un nuevo juego de tensiones y alianzas para echar redes en el volátil caladero de los votantes moderados; que también estará alimentado desde el espacio de centroizquierda, ante la inocultable crisis del PSOE por el avance de Podemos en centralidad.
A pesar de su rejuvenecido liderazgo, el PSOE tiene dificultades para posicionarse en la nueva coyuntura como partido ajeno a la casta. Sus compromisos con las grandes corporaciones mediante quitas en sus deudas bancarias, así como con las puertas giratorias para la salida de sus altos cargos de la vida política, se hacen evidentes en votaciones como la realizada con alevosía para modificar el artículo 135 de la Constitución, o para pedir en el Parlamento Europeo una comisión de investigación sobre el comportamiento del presidente Junker en el escándalo LuxLeaks.
Las dificultades para la recomposición del programa socialdemócrata se muestran mayores en España por las inercias culturales e inconsistencias ideológicas asumidas en los consensos del régimen de 1978. Las excusas puestas por la presidenta no electa Susana Díaz para finiquitar el primer gobierno de una coalición de izquierdas en Andalucía son sin duda un paso más en la destrucción del campo progresista y unos cuantos más en dirección a un —más que previsible— gobierno de gran coalición bipartidista. Es más, tampoco puede descartarse la reaparición del presidente Bono en la disputa por un cargo y un lugar en la historia, con una suerte de lance para un aggiornamiento populista-retro, de carácter indudablemente socialconservador.
La hipótesis Podemos se ha mostrado operativa en una coyuntura política que parecía inamovible y en los próximos años será posiblemente la principal herramienta para construir un proyecto inclusivo en nuestro país. Incluso en Europa llama la atención tanto de intelectuales como de sociedades civiles, el nuevo marco interpretativo con el que Podemos logra desvelar una prolongada crisis de representación, que estimula a participar en esta reconstrucción de una su voluntad política crítica sin duda demandada por la coyuntura histórica. De ahí la reacción tan concertada de la casta transnacional.
En nuestro país, sin reparar en recursos, sus estrategias político-mediáticas explotarán de manera sistemática el entendimiento y el miedo de audiencias milimétricamente estudiadas y controladas a partir de dos dinámicas informativas básicas: la primera, de “igualación” (“todos somos iguales”, “todos queremos quedarnos con la pasta”) dentro de la lógica del escándalo político, donde los periodistas se arman con una maniquea filosofía de la lupa y se ponen la capa de la neutralidad valorativa para llegar a insólitas comparaciones, que si no fuesen insultantes serían irrisorias.
La segunda será más clásica: la de “satanización”, donde el periodista demócrata se construye a sí mismo al denunciar sin complejos un fantasioso peligro etiquetado históricamente como prejuicio ideológico (comunista, chavista, etarra, iraní) en una peligrosa deriva inquisitorial de claras consecuencias antideliberativas. La capacidad crítica y el compromiso democrático de los intelectuales, individuales y colectivos, serán decisivos para contrarrestar la agresiva manipulación de unas élites depredadoras en nuestra frágil esfera pública. No puede perderse de vista que su objetivo es abortar cualquier voluntad de transformación real en España.