Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora
Como ni la riqueza, ni la producción, ni el consumo de un país se mide en bienes materiales y servicios a disposición de las personas, sino en magnitudes monetarias, es fácil inducir a la gente al engaño permanente al equiparar el discurso del crecimiento con la igualdad social y económica.
El gobierno saca pecho por el alza anual del 3% del PIB y deja entender como ese porcentaje de subida supondrá una mejora para la vida de los ciudadanos. Todo el tiempo oímos machaconamente la virtud del crecimiento económico como condición para nuestro bienestar.
Pero los jubilados no reciben, ni perciben, el beneficio del 3%, tampoco los trabajadores en general, ni las mujeres con salarios discriminados. Menos aún los desocupados, los jóvenes y los emprendedores que navegan entre la desesperación por trabajar, la precariedad y la temporalidad laboral. Todos estos colectivos vulnerables conforman la mayoría de la población y el sentimiento conjunto respecto al incremento del PIB de los últimos años, como decía recientemente un jubilado hablando del 0,25% de ajuste de las pensiones, es: “nada y menos”.
Entonces, ¿qué pasa para que los 40 mil millones de mejora del PIB – el 3% de 1,3 billones de euros – no impacten en el bienestar de la sociedad? ¿Por qué si crece la producción en esa magnitud, no lo hacen también las rentas de los ciudadanos? La respuesta, tal como acostumbra a concretar nuestro presidente, es depende. Una de las ventajas para la política de la ambigüedad calculada es que los números, las magnitudes dinerarias, deslumbran y ocultan en la simplicidad del resultado la realidad económica, sin aclarar nada en relación con el confort material de la sociedad. Como intuitivamente una subida de la renta nacional pareciera una buena noticia nos la repiten insistentemente.
Ahora bien, la renta nacional en prosa, no en cifras numéricas, es la contrapartida en forma de remuneraciones e ingresos, a las aportaciones del trabajo, por un lado, y al capital por otro; a la producción de bienes y servicios en un período de tiempo determinado. Es la suma de los salarios de los trabajadores y del lucro del capital. Sin embargo, aunque trabajo y capital constituyen la imagen del PIB, esto es sólo una apariencia. Como muchas cosas en la vida, no son lo que parecen ser: son contradictorias. La evolución de la actividad económica en nuestro país, la de los últimos años, está mostrando que los incrementos de los ingresos del capital están coincidiendo con los egresos del trabajo: devaluaciones de salarios, desocupación y precariedad laboral. De forma más sencilla: los trabajadores, los jubilados, los jóvenes están perdiendo renta al tiempo que los capitalistas la incrementan. En forma más llana aun, a los agentes económicos del trabajo, los trabajadores, no les llega nada de ese 3%, esos 40 mil millones euros de más anual. Por el contrario, a los poseedores del capital, en mayúsculas, sí.
Ahí están los datos. Las empresas del Ibex 35 incrementaron ganancias durante 2017 en 16,2%, el equivalente al crecimiento del PIB anual: unos 40 mil millones de euros. En cambio, los salarios se han devaluado en los últimos años un 7,5%, como calcula CCOO, incluso los más bajos lo han hecho más que el promedio al agregar a la devaluación de recortes de los sueldos, la precariedad de la temporalidad contractual y la parcialidad de las jornadas de trabajo.
Que la economía medida en números, en euros, en dinero, crezca en porcentaje no es necesariamente bueno para los ciudadanos, sino que puede resultar exactamente en lo contrario: en un empeoramiento de las condiciones mínimas de vida de las personas. ¿Es posible que un deterioro de las retribuciones de los trabajadores sea condición para que la economía se expanda? La regresividad en la distribución de la renta de estos últimos años en la economía española nos lleva a esta conclusión.
Y algo más concluyente todavía: que las alternativas de reducción de otros costes a los laborales de las empresas, como los aumentos de la productividad por innovación empresarial, no alcanzan a ser un soporte compensatorio del lucro del capital privado. La rotación del conocimiento automatizado y digitalizado de las nuevas tecnologías, la robótica, la informática y todos sus derivados, es tan rápida e inmediata que la curva de aprendizaje tecnológico para atraer innovación y atrapar a más consumidores es asimilada por la empresa casi al instante. La renovación productiva se extiende como una mancha de aceite, rápidamente, en el conjunto del tejido empresarial. No desplaza a competidores de la venta y agrega, más que reduce, costes de capital. El problema fundamental termina centrándose en el vínculo contradictorio entre el costo variable del trabajo y el beneficio de los productos dirigidos al mercado que la incorporación de conocimiento a la producción no alcanza a contrarrestar.
Para los ciudadanos la perfección en el saber productivo y el cambio técnico debería ser una buena doble noticia: primero porque el conocimiento ayuda a resolver mejor los problemas de las satisfacciones materiales y, luego, por el mayor tiempo libre permitido por el aumento de la productividad que nos libera de la obligación de sólo trabajar. Pero no lo es. La subida del 3% del PIB español de los últimos tres años no llega a los ciudadanos porque el capital se disputa, sin resultados claros, pero en cualquier caso en detrimento de las personas trabajadoras, el mantenimiento de la ganancia competitiva en el mediano plazo. Y en esa pelea encubierta entre el capital y trabajo se revuelve la desigualdad económica creciente de la economía española.
Además, si las invenciones técnicas no se traducen en garantías de obtener más ganancias para las empresas, el capital no regresa en su totalidad a la producción, se retira a guaridas fiscales dónde se preserva de tributar y se dirige a incrementar el patrimonio de los ricos, la vulnerabilidad de los más débiles y la desigualdad al escamotearse a la inversión, a la actividad económica y al trabajo.
LOS SALARIOS DE LOS DIRECTIVOS Y LAS REMUNERACIONES DE LOS CONSEJEROS DEL IBEX 35 NO ARRIESGAN. LOS TRABAJADORES SOPORTAN LA CRISIS DEL MERCADO
En este panorama de inequidad social destaca también el salario de los directivos del Ibex 35, escandalosos en cuantía absoluta y también en relación con la media de los sueldos de los trabajadores de las empresas que presiden. Según informes recientes, el año pasado los altos directivos del Ibex 35 mejoraron sueldos en un 6% y las retribuciones de los consejeros lo hicieron en un 11%. Si utilizamos los mismos criterios, ya expuestos, para explicar la relación entre coste salarial y beneficios, estas remuneraciones a directivos deberían bajar también para ajustar la competitividad de los negocios que ellos mismos proclaman. Pero no lo hacen porque la lógica del emolumento directivo no es igual a la del jornal del trabajo. Los directivos del Ibex 35 están para “agregar valor al accionista”: no para producir, sino para generar beneficio, que no es lo mismo.
El rubro sueldos y salarios de los trabajadores de las empresas es función de los resultados previstos en el presupuesto anual y de la volatilidad del mercado. No es un ítem cualquiera de costos de la estructura del gasto empresarial, es la variable de ajuste, como señalamos más arriba, para cuadrar positivamente las cuentas de resultados. El resto de los insumos son exógenos a la empresa, no los controlan y sus precios de costes vienen dados. Para los directivos ejecutivos de las empresas del Ibex 35 las remuneraciones totales son la suma de un fijo varias veces el de un trabajador medio, más un generoso plan de pensiones variable, por encima del primero, y cuya cuantía y actualización se realiza según al valor presente del capital en relación con los beneficios teóricos futuros preestablecido por ellos mismos. Los resultados negativos en la planificación empresarial, aunque posible, se enjugan con manejos contables.
Es decir, mientras los ingresos del trabajador son esclavos de la incertidumbre del mercado, paradójicamente los directivos garantizan los suyos anclándolos a parámetros especulativos. En cualquier caso, si la realidad es tozuda y el negocio no prospera, los directivos del Ibex 35 tienen preparadas las indemnizaciones de ensueño, extraordinarias y previamente concertadas. Nada de riesgo. El mundo al revés: los grandes directivos, campeones en la defensa de la excelencia del mercado, reniegan de sus virtudes y los trabajadores en límite de la dignidad vital soportan el riesgo permanente de asegurar ingresos. Ahí está parte de la explicación del crecimiento negativo de la economía de los ciudadanos: la desigualdad.