Verano de 2009. “Detenidos 11 inmigrantes en la quinta oleada de pateras del verano”. Verano de 2010: “Una oleada de pateras trae a 300 inmigrantes en una semana”. Verano de 2011: “La oleada de inmigrantes subsaharianos continúa”. Verano de 2012: “Una oleada de inmigrantes ocupa un islote español frente a Marruecos”.
Presión migratoria, cuestionar la soberanía española, efecto llamada que hay que evitar. Avalanchas.
Hasta aquí el lenguaje, nunca inocente. Ahora, la realidad. Las llegadas en cayucos a las costas españolas están bajo mínimos debido a la falta de trabajo en España y la crisis económica, al control policial y a la cooperación con los países de origen como Senegal, Malí, Argelia y Mauritania.
En 2006, cuando la llamada “crisis de los cayucos”, 31.678 inmigrantes llegaron a las Islas Canarias. A partir de 2008, el número de llegadas de subsaharianos por mar tanto a las islas como a la península descendió hasta alcanzar en los últimos años mínimos históricos. La isla italiana de Lampedusa recibió entre enero y mayo de 2011 un total de 30.000 tunecinos.
¿Podemos llamar entonces “oleada” a menos de 100 personas en la pequeña Isla Tierra?
No hay oleadas, ni avalanchas, ni presión migratoria. Tan sólo, lo de todos los veranos cuando las condiciones del mar son más favorables: la valentía de personas que, saliendo de sus países de origen, tratan de llegar a Europa pensando que aquí tendrán una vida mejor. Un grupo ha llegado a Isla Tierra, muchos se mueren por el camino y otros tantos siguen en África intentando sobrevivir pero con la cabeza puesta en partir de sus países de origen.
Mercedes López, cooperante de la ONG Habitáfrica en Rabat (Marruecos) asegura que las percepciones en la zona son que no hay más salidas de cayucos que en otros veranos. “Las ONG locales que trabajan en Marruecos no han notado nada especial este año, no hay avalanchas”, señala López. Lo que sí que ha cambiado es el papel de Marruecos: de lugar de tránsito de los subsaharianos vía Europa, ahora es también un país de asentamiento para esta población.
“Tenemos que defender la libre circulación. Estamos hablando de que con la crisis miles de jóvenes españoles han tenido que salir a otros países pero no aceptamos que otros vengan aquí a buscarse la vida”, explica para ElDiario.es Mercedes Ruiz-Giménez, presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo (Congde) y con amplia experiencia en derechos humanos y cooperación. Ruiz-Giménez recuerda que muchos africanos viven con un euro al día. “En las ciudades españolas pueden ganar pidiendo limosna 5, 10 euros al día, para ellos eso es mucho y no se les puede reprimir por querer intentarlo”, agrega.
La actual crisis alimentaria en la franja africana del Sahel, que afecta ya a 18 millones de personas, hace que muchas familias no puedan hacer más de una comida al día y siempre con alimentos básicos como el arroz o el cuscús. “Aquí, la crisis significa morirse de hambre”, cuenta Moumouni Abou, de 28 años y con siete hijos. Moumouni vive en Níger, uno de los países más pobres de África del Oeste. Más de una vez se le ha pasado por la cabeza coger sus cosas y emigrar. “Si no lo hago es porque tengo aquí a mis hijos”, explica este hombre, que participa en un programa de ayuda de la ONG Acción contra el Hambre.
A su lado escucha Amadou Souley, de 48 años, con la triste historia del inmigrante que ha tenido que regresar con las manos vacías. “Me fui a Libia con la esperanza de ganar dinero porque aquí en Níger no hay comida, pero por el conflicto en Libia tuve que volver. He ido y he vuelto sin nada”, resume lacónico. Apenas puede dar de comer a su familia una vez al día, y siempre a base de arroz o el cuscús. No hay leche, ni carne, ni pescado. Muchos niños no han probado nunca una fruta.
“Europa sigue siendo un sueño para muchos jóvenes africanos, no hay manera de hacerles entender que la vida en París o en Madrid no es fácil, que los inmigrantes tienen los peores trabajos de todos”, señala por su parte Yaye Bayam, una mujer que dirige en Senegal una asociación para disuadir a los jóvenes de que se vayan en cayuco a Europa. El hijo de Yaye murió precisamente en uno de esos viajes en patera con otros chicos de su pueblo que decidieron embarcarse para tocar las costas europeas. Nunca llegaron a destino.
Desde entonces, Yaye se dedica a convencer a los jóvenes de que lo que les espera en Europa no es precisamente la buena vida. Un discurso difícil de transmitir porque, para la mayoría, lo verdaderamente duro es sobrevivir en África.