A menudo asociamos el concepto calentamiento global con la subida homogénea de la temperatura en todo el planeta. Sin embargo, una de las previsiones más inquietantes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) es la que alerta de un posible descenso de las temperaturas, de moderado a muy brusco, en el sur de Europa por el deshielo del Ártico.
El investigador del cambio climático Peter Wadhams, Catedrático de física de los océanos de la Universidad de Cambridge, predijo en 2012 que, con los datos recogidos en los observatorios del Atlántico Norte, el calentamiento del clima podría provocar la fusión estival de la capa de hielo ártico antes de 2020. Su previsión ha estado muy cerca de cumplirse: el Ártico se está derritiendo, aunque lo cierto es que todavía no ha llegado a fundirse por completo.
Algunos compañeros de Wadhams sitúan la fecha de su total derretimiento estival en 2030. Otros la alargan hasta 2050. Pero de lo que no cabe duda es que el retroceso del hielo ártico está en marcha, es irreversible y su total disolución acontecerá más pronto que tarde.
Cuando ello suceda, la corriente del Golfo, la famosa Gulf Stream, podría responder de manera imprevisible, incluso podría llegar a colapsar, lo que daría paso a un descenso muy significativo de las temperaturas en los países de la UE. Dicho acontecimiento nos situaría en uno de los peores escenarios climáticos anunciados por los expertos. Pero ¿realmente puede llegar a suceder?
Lo que sabemos es que el progresivo deshielo del Ártico está provocando una extraordinaria aportación de agua dulce a los océanos alterando su salinidad y, en consecuencia, también su densidad. Un hecho que amenaza el sensible equilibrio de las corrientes oceánicas que modelan y dan estabilidad al actual sistema climático de la Tierra, como la corriente del Golfo.
Esta corriente se inicia en las aguas templadas del Golfo de México (de ahí su nombre) y sube hacia el norte doblando la península de La Florida, resiguiendo la costa este de los Estados Unidos hasta alcanzar el Cabo de Hateras. Desde allí se adentra en el Atlántico para iniciar su singladura rumbo a Europa, convertida en un inmenso río de agua caliente que atempera nuestro clima y lo hace mucho más confortable.
Algunos datos aproximados señalan que la potencia calorífica de la Gulf Stream equivale a mil millones de megavatios: la que generarían alrededor de un millón de centrales nucleares de potencia media. Gracias a ella los países europeos tenemos unos inviernos mucho más suaves que nuestros vecinos al otro lado del océano pese a estar en la misma latitud. Se calcula que la diferencia de temperatura entre ciudades como Lisboa, Madrid o Barcelona respecto a otras como Boston, Toronto o Detroit puede llegar a superar los veinte grados centígrados debido a la acción de la corriente.
Con una velocidad que supera el metro por segundo, al llegar al Atlántico Norte la corriente empieza a enfriarse, se ramifica por las costas de Portugal, Francia y Gran Bretaña, sigue ascendiendo por Escandinavia y Groenlandia y, con una mayor carga salina, se planta frente al hielo del Ártico.
Una vez allí la temperatura media de la corriente, que rondaba los diez grados centígrados a la altura del paralelo cincuenta, cae en picado hasta situarse por debajo de los tres grados. Y al aumentar de densidad, se hunde y empieza a retroceder cediendo el paso a la que llega por detrás, como si fuera una gigantesca polea.
Pero el deshielo está provocando que esa enorme cinta deslizante de agua templada, que gira y se ramifica caracterizando nuestro clima, se esté ralentizando. Hasta el punto de que, si las aguas del Atlántico Norte se siguen recalentando y el hielo se sigue fundiendo, podría colapsar por completo.
Si ello llegase a ocurrir, si la corriente del Golfo colapsara, se daría un rápido enfriamiento de las temperaturas medias en España y el resto de Europa. Un descenso de los termómetros que algunos expertos sitúan entre los 10 y 20 grados por debajo de las mínimas invernales actuales.
Sería un hecho poco frecuente, pero no insólito, pues ya ha ocurrido en la historia reciente del continente. Entre 1650 y 1850 tuvo lugar lo que los climatólogos denominan como pequeña edad de hielo europea, un período que sumió al continente en una intensa y persistente ola de frío que llegó a mantener congelados la mayoría de los ríos en el invierno.
Son muchas y muy diferentes las causas que pudieron provocar una situación climática tan adversa, pero algunos investigadores proponen como principal hipótesis el colapso de la corriente del Golfo.
La diferencia hoy en día es que contamos con la ciencia necesaria y la tecnología adecuada para evaluar y pronosticar ese probable colapso. Y lo más importante: los científicos han sido capaces de identificar los mecanismos de mitigación que contribuirían a evitarlo. Sin embargo, falta la condición principal: la voluntad política para ponerlos en marcha. Esperemos que la Cumbre de Madrid contribuya a ello y nos alejemos de la incertidumbre.