—Lamentablemente, su tortilla de patatas no es la más grande del mundo.
Esta frase, más o menos, le han espetado los responsables de Guinness World Records al alcalde de Vitoria, Javier Maroto. Maroto es un político de nuevo cuño (de los de camisa blanca remangada) y, sin embargo, milita en el PP. En los últimos meses ha acaparado una cierta atención mediática al declarar una yihad personal contra los inmigrantes.
“Los inmigrantes magrebíes”, soltó hace cinco meses, “vienen a vivir de las ayudas sociales”. Un mes después matizó: “Marroquíes y argelinos viven de las ayudas que pagamos todos”. Y, por si su punto de vista no había quedado claro, unas semanas más tarde añadió: “A lo mejor [alguien] no habla ni castellano y tiene ayuda vitalicia”.
El hombre no pierde oportunidad; cada vez que se le aproxima un micrófono aprovecha para recordar que él no es xenófobo. A lo largo de 2014, su guerra contra los inmigrantes ha ido ampliando el campo de batalla y ahora tiene un frente contra la oposición, otro contra SOS Racismo y otro, entiéndase más metafórico, contra la solidaridad como concepto.
Lo llamativo del asunto es que nadie en su partido le ha mandado callarse o cambiar de tema, como si pensaran que, en el fondo, algo de razón lleva el muchacho. Pero ese pasotismo tan propio de Rajoy quizá esté a punto de cambiar. Porque esta vez Maroto se ha metido en un lío realmente gordo.
Los hechos:
Sábado 2 de agosto.
En Vitoria, capital española de la gastronomía, 13 cocineros se dan cita con el noble objetivo de cocinar la tortilla de patatas más grande del mundo. Utilizan, para ello, 16.000 huevos, 1.600 kilos de patata, 26 kilos de cebolla y un Maroto. ¿Resultado? Un tortillón de más de cinco metros de diámetro y tonelada y media de peso.
El alcalde celebra la gesta culinaria cual victoria electoral, dejándose retratar por los medios con los brazos abiertos, en gesto de éxtasis cristiano. Es la viva imagen de la felicidad pura, del triunfo y del gozo. Por fin España/Vitoria/Maroto se pone en el mapa de Los Más Algo Del Planeta.
Lunes 1 de diciembre (cuatro meses después).
La organización Guinness World Records notifica oficialmente que de récord, nada, oiga. Que el récord lo tienen y lo mantienen unos japoneses y que, además, la técnica vitoriana (montar una supertortilla a partir de tortillas más pequeñas) viola las normas del concurso.
Como consecuencia, el PP de Vitoria y Maroto en particular se han visto arrastrados a una azconiana espiral de acusaciones, en las que una oposición enfurecida le pide cuentas por la estafa de la tortilla. Que se sienten estafados, dicen socialistas y nacionalistas. Que esto es una afrenta al pueblo de Vitoria como no se veía desde sabe Dios cuándo y que habrá que depurar responsabilidades por semejante daño a la credibilidad de su villa.
A estas alturas, Maroto estará ya pensando en cómo culpar de todo este lío a los marroquíes y argelinos que, como es obvio, vienen aquí a vivir de nuestros impuestos. A lo mejor, quién sabe, esta crisis le acaba costando el Gobierno vitoriano al PP. Para los inmigrantes, me parece a mí, sería una buena noticia. Y Maroto acabaría pasando a la historia, como tanto anhela. Se convertiría en el único alcalde que perdió unas elecciones por encargar una tortilla demasiado pequeña.