En esta cinta de 1996, Roland Emmerich construye un sólido e hiperrealista relato de una pésima gestión de crisis por parte de un gobierno incompetente.
La película arranca con una clara muestra de desidia institucional. A pesar de que la NASA lleva años advirtiendo de una posible invasión extraterrestre, la llegada de los platillos volantes sorprende al Ejecutivo sin ningún tipo de plan ni previsión.
Conviene recordar que el proyecto SETI (Search For Extra Trerrestrial Intelligence) inició su andadura en la década de los 70. Desde entonces, han sido muchos los científicos e instituciones internacionales que han avisado de las terribles consecuencias que tendría para nuestra salud y nuestra economía el contacto con seres de más allá de nuestra galaxia.
El gobierno, sin embargo, hizo caso omiso de todas estas advertencias, minimizando irresponsablemente la gravedad de una eventual invasión. Durante las primeras horas de crisis, el presidente se limita a lanzar mensajes tranquilizadores en lo que solo puede definirse como una temeraria improvisación o una muestra de manifiesta incapacidad.
Aunque la oposición guarda un respetuoso silencio fruto de su compromiso institucional, resulta evidente su desacuerdo. Es notable el patriotismo de estos hombres y mujeres que, aunque no salen en la película, arriman el hombro en estas aciagas circunstancias, posponiendo los debates que, sin duda, habrán de mantenerse en el futuro, incluyendo aquí la petición de responsabilidades penales.
No es hasta que un grupo de funcionarios caen abatidos por un rayo que el presidente cede a lo que ya es un clamor mediático y popular y declara el Estado de Alerta. Poco después, la Casa Blanca explota fruto de la prolongada inacción del Ejecutivo.
Se tiene que llegar a este dramático episodio para que el presidente movilice por fin al ejército, que, si no está para esto, yo no sé para qué está. Como era de prever, la descoordinación del Gobierno, que sigue reaccionando tarde y mal, provoca numerosas bajas entre los trabajadores públicos, bien sea por rayos de plasma, bien sea por colisiones contra los campos de fuerza de las naves.
Mención aparte merecen las maneras con que el advenedizo presidente aparta de su lado a todos aquellos que son críticos con su visión en una suerte de purga estalinista más propia de un estado bolivariano que de una democracia consolidada.
La película concluye cuando el presidente toma un avión militar para su uso privado y, por la vía del deus ex machina, la crisis termina.