Contra la crueldad y por la rendición de cuentas
Mucha desinformación y propaganda, y sobre todo mucha crueldad. En el conflicto palestino israelí, una de las batallas que suceden de forma paralela a lo que ya está ocurriendo, es la guerra de tratar de llevar razón a la hora de ser cruel y justificar la crueldad. Y en esa lucha, la del relato, la de la retórica, la de las declaraciones políticas e institucionales que también llevan violencia, una vez más la población civil es parte del botín. Cuanta más crueldad sobre esta haya tenido “el enemigo” más numerosos son los motivos para desplegar y doblegar toda la crueldad de la que se sea capaz y más contundentes los argumentos para ondear las banderas, pero también para prohibirlas y suspender derechos fundamentales como el de manifestación, tal y como ha decretado Francia, al prohibirlas en todo su territorio si son de apoyo a Palestina.
Esta forma de actuar y sobre todo de razonar, especialmente por parte de los Estados, entraña un enorme peligro al naturalizar en la conversación, en los planteamientos y el análisis una lógica completamente opuesta a la que seguimos quienes defendemos los derechos humanos. Una lógica que, al igual que sucedió tras el 11S, no hará del mundo un lugar más seguro sino todo lo contrario, un lugar donde habrá más víctimas del terror fundamentalista y más más violaciones de derechos por parte de quienes tiene la obligación de garantizarlos. La crueldad de unos hechos terribles no puede secuestrar nuestra capacidad de mirar, analizar y actuar desde la perspectiva de los derechos humanos. Ceder ahí es abandonar a quienes necesitan un marco internacional fuerte de derechos que asegure su protección y que no haya impunidad. Solo ese marco, que interpela a la humanidad y a las leyes internacionales, pueden frenar esta escalada de violencia que no es nueva, lo contrario es avivar más la crueldad. Si de ponerse del lado de un bando se tratase, tiene que ser, sin duda, el de las leyes internacionales y los derechos humanos. Por eso no es buen comienzo que haya países europeos que estén restringiendo el derecho a la libertad de expresión cuando este es para mostrar apoyo al pueblo palestino.
Este enfoque de derechos que clama también por la rendición de cuentas y contra la impunidad lo resumen perfectamente un comunicado que sacó Amnistía Internacional estos días: “El ampliamente documentado historial de crímenes de guerra de Israel no justifica las terribles acciones cometidas por los grupos armados palestinos, ni exonera a estos de cumplir con la obligación que les impone el derecho internacional humanitario de respetar los principios fundamentales de humanidad y protección de la población civil.” Nada justifica la crueldad, nada. No cabe la ecuanimidad ni ante los crímenes contra la humanidad que viene cometiendo el Estado de Israel desde hace años ni ante los despiadados crímenes de guerra y actos terroristas que ha llevado a cabo Hamas hace una semana escasa. Por supuesto que este grupo armado palestino debe rendir cuentas por los asesinatos, secuestros y ataques indiscriminados cometidos contra mujeres, hombres, niñas y niños de forma deliberada, e insisto, despiadada. No creo que haya nadie que defienda los derechos humanos que esté negando algo tan obvio. Que los responsables, los autores e ideólogos sean juzgados y condenados por tales actos. Y ese debe ser el foco, que no haya impunidad.
En cambio, el gobierno de Netanyahu ha decidido poner el foco en una lógica muy diferente a la de los derechos humanos y las leyes internacionales, ha decidido hostigar, masacrar, denigrar y tratar con crueldad a los millones de personas que viven hacinadas en unos territorios que, en realidad, son una cárcel. Esta ha sido su política desde hace décadas ante la pasividad internacional. ¿Acaso las vidas humanas palestinas son menos humanas que las vidas israelíes? Para el ministro de Defensa israelí, sí; considera que las y los palestinos son “animales humanos”. Una referencia espeluznante que sobrecoge por su crueldad y porque, paradójicamente, la deshumanización se basa en el uso de metáforas o la simple equiparación del otro con animales, tal y como recogen distintos estudios sobre “cómo la propaganda nazi deshumanizó a los judíos para facilitar el Holocausto”.
La crueldad como protagonista, la crueldad como guía para perseguir a un pueblo, la crueldad como objetivo para destruirlo, la crueldad como justificación para cometer todo tipo de atrocidades, la crueldad como discurso político para lograr el apoyo de las masas, la crueldad como antítesis de humanidad, la crueldad para anular cualquier viso de opinión diferente… Contra esa crueldad se promovió la aprobación de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial (SGM). Para erradicar genocidios como el del nazismo contra el pueblo judío, entre otros. Y, para que, en caso de haberlo, hubiera un marco internacional que permitiera señalar esos crímenes contra la Humanidad y a sus responsables, para que no hubiera impunidad y para que las víctimas fueran reparadas. Para que la Historia no se repitiera, y si se repetía, que la Historia no olvidara los nombres de los criminales, pero tampoco de las víctimas, que nadie olvidara que eran seres humanos con vidas, sueños, familias y anhelos.
Israel, desgraciada y extrañamente por lo que sufrió, es uno de esos estados que nunca ha parecido darse por aludida por ese marco de derechos humanos que lo creó. Israel es el único estado creado a partir de una resolución de la ONU que le reconoció el derecho a existir tras la Segunda Guerra Mundial pero, sin embargo, como dice Amnistía Internacional, en las últimas décadas, “no ha dejado de vulnerar sistemáticamente todas y cada una de las resoluciones de esa misma organización que le dio la vida y que le reconoció la legitimidad de su existencia. Israel representa a un pueblo que sufrió en sus carnes unos crímenes atroces. Años después es responsable de vulneraciones constantes del derecho internacional y de un sometimiento, represión y opresión constitutivos de crímenes de guerra contra otro pueblo marginado y repudiado: el palestino.”
¿Qué le hace al estado de Israel tan especial como para tener estatus de “impunidad” ante los crímenes que ha cometido y comete contra el pueblo palestino? ¿Qué le hace tan especial como para solo haber cumplido el 0’5% de las resoluciones en materia de derechos humanos que debía cumplir? ¿Qué le hace que sea la excepción a la norma internacional de no cometer crímenes contra niñas, niños, mujeres y hombres palestinos que son población civil?¿ Por qué su odio a un pueblo no es menos grave, menos peligroso que otros odios?
Ese odio a todo un pueblo (el palestino), sin distinguir entre este y quienes fueron los perpetradores de los crímenes masivos a la población israelí, un desprecio a sus vidas que no es nuevo, ese odio cuando se materializa en actos como el asedio, bombardeo y destrucción de Gaza se acerca mucho a los que describe el artículo 6 del Estatuto de Roma cuando se refiere a “genocidio”. Todo esto no puede, ni debe llevarnos a edulcorar ni relativizar lo que es Hamás y los postulados que representan como grupo político armado más allá de la “defensa de facto” del pueblo palestino por medio de la violencia. Porque Hamás representa para la democracia y los derechos humanos todo lo contrario por su estricta defensa del islam como política religiosa (al igual que Irán o Afganistán), lo que implica graves violaciones de estos como pasa, por ejemplo, con la aplicación de la Sharía.
La complejidad está no en un conflicto histórico cuyo rastro se puede seguir sin dificultad a partir de fuentes fiables, sino en un escenario geopolítico donde hay democracias que no lo son, salvadores que no lo son e intereses de países que no son el pueblo palestino. Un conflicto, el actual, donde lo único claro es que el terror vuelve a devorar a víctimas inocentes y que las leyes internacionales que dicen claramente cómo se debe proceder en esta situación: Israel no puede seguir por el camino de la crueldad y los actos de terror no pueden tener impunidad.
10