“Me resisto a pensar que la historia de España acaba aquí, en manos de cuatro estúpidos. Este país es mucho más y habrá cambio de tendencia, habrá pelea por ser español en España”. La frase, para esculpirla en piedra, es de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Tan poco institucional, de tan escasa altura y tan impropia en alguien que ostenta semejante responsabilidad que hasta el Abc la camufla en el último párrafo. Ni un subtítulo, ni un sumario, ni un ladillo. Ni siquiera una repregunta. No vaya a ser que… callar también es otorgar en periodismo.
¿A quién se refiere, presidenta? ¿Es necesario el insulto? Sólo cuando se carece de argumentos, se recurre a la ofensa. Y no parece que, además de los argumentarios que le escriben por la mañana y las frases de madera a las que acostumbra, Ayuso tenga razonamientos demasiado elaborados para combatir la política del Gobierno de España. No lo creen siquiera en la calle Génova.
“Lo que molesta a Sánchez -añade la presidenta- es que no son ellos los que gestionan la Comunidad, y también que Madrid no les permite que nos parezcamos al modelo de Venezuela”. Juzguen ustedes mismos si hay algo de cordura en todo lo que dice: que si los cuatro estúpidos, que si la historia de España no acaba aquí, que si pelear por ser español en España, que si Venezuela…
Estúpido es aquel al que le falta inteligencia y no parece que Ayuso, a juzgar por sus perlas y por la opinión que de ella tienen en su propio partido, sea considerada una erudita en nada. Mas bien está donde está porque alguien la puso en el sitio adecuado en el momento oportuno. Hasta que Pablo Casado no decidió que fuera candidata a la Comunidad de Madrid después de que le fallaran otras opciones, en el partido nadie pensó jamás que tan poco pudiera llegar a tanto. De hecho, una mayoría perpleja con la decisión del presidente de los populares le restó importancia porque nunca imaginó que gobernaría. La división de la izquierda se lo puso en bandeja, a pesar de que perdió las elecciones, el 32% de los votos y 18 diputados de los que el PP había sumado cuatro años antes frente a un PSOE encabezado por Ángel Gabilondo, que por primera vez en más de 20 años se erigía en ganador de los comicios autonómicos.
Entre Gabilondo y Ayuso los madrileños no tuvieron duda. Apostaron claramente por el socialista. Vox y Ciudadanos hicieron el resto para que Ayuso, pese a la debacle de su candidatura, fuera investida presidenta. Desde que lo es no ha hecho otra cosa más que confrontar con el Gobierno de España por la gestión de la pandemia porque alguien se ha empeñado en convertirla en lideresa más allá de las fronteras madrileñas y el propio Sánchez de algún modo ha contribuido a ello.
Uno escucha a quienes defienden que la presidenta madrileña ha arrebatado a Casado el liderazgo de la oposición en España y que tiene ambiciones nacionales y resulta que son los mismos que defendían las grandes dotes políticas de Cristina Cifuentes para suceder a Mariano Rajoy antes de que se conociera su falso máster y su vídeo de la vergüenza. No hay nada como el boletín oficial de la región o el presupuesto en publicidad institucional para elevar la altura intelectual y política de quien, de no estar sentada en la Puerta del Sol, no merecería más que un breve en página par de los mismos diarios que hoy le dedican decenas de portadas a su buen hacer y a su incomparable talla política.
Prepárense porque no queda mucho para que leamos con grande alarde tipográfico que la presidenta de Madrid salió de la Ilustración para disiparnos de las tinieblas de la ignorancia y que en realidad el Siglo de las Luces no nació en el XVIII, sino en el XXI, el día que ella se sentó en el sillón de la Puerta del Sol y nos abrió los ojos, no solo a los madrileños sino a toda España, contra los necios, para que recuperásemos la libertad robada por un gobierno socialcomunista, filoetarra y bolivariano.
Gracias, presidenta. Ya sabemos que este país está en manos de “cuatro estúpidos” y que luego está usted, Isabel Díaz Ayuso, alias 'la ilustrada', que se ha propuesto salvarnos de tanta estulticia.