Cuchillas de doble filo
Algún día, algún adolescente del futuro nos mirará a la cara y dirá: “Pero tú lo sabías, ¿verdad? Tú sabías que en la isla de Lampedusa morían a cientos, a muchos cientos, los hombres y mujeres y niños que huían hacia una vida mejor, y que había leyes que impedían a los ciudadanos socorrerles. Sabías que llegaban de todos los agujeros negros del mapa, arracimados en pateras y cayucos, en un esfuerzo supremo por sobrevivir. Llegaban con fe, con el miedo comiéndoles los talones y el hambre de empezar de nuevo en las entrañas. Y se les detenía, se les hacinaba, se les confinaba, se les devolvía a cualquier parte, con tal de no seguir teniéndoles presentes. O se les recogía del mar, ausentes ya de sí mismos y de su historia trágica, muertos que, en oleadas, probaban el tratamiento riguroso que los europeos reservan para los pobres.
Sabías que a los subsaharianos se les dejaba morir de sed en el desierto y que aparecían cadáveres de mujeres abrazadas a los cuerpecitos de sus niños, muertos ellos mismos apretando contra el pecho sus libretas de colegio. Sabías que las vallas de alambres de Ceuta y Melilla se alargaban y triplicaban, y que se les añadían cuchillas, llamadas concertinas –qué nombre tan simpático: música para rasgar las carnes–, con objeto de detener a los exiliados del hambre y de la miseria y de las guerras. Para, además, castigarlos, para que el rechazo les doliera aún más, para que sus sueños fueran más cruelmente mutilados. Medievalmente rechazados. Tú lo sabías. ¿Y qué hiciste? ¿Mirar hacia otra parte? ¿Igual que los honrados alemanes que veían salir humo por las chimeneas de los campos y creían que era un nuevo sistema de calefacción central?“.
Algo así podrán reprocharnos los hijos del mañana si es que disponen de un mañana humanista en medio de tanto elemento represivo, envueltos en tanta indiferencia y desapego. “Sabías que a su desesperación se les oponían dentelladas de acero. ¿Y qué hiciste para impedirlo?”.
Poco, lo reconozco. Firmar la petición de Change dirigida al pío ministro del Rosario y la Porra, Jorge Fernández Díaz, para que desista de semejante carnicería, y buscar en Internet qué empresas se dedican a fabricar las siniestras concertinas. Hay muchas. Se trata de un negocio en auge, porque pertenece al apartado del miedo.
Y el miedo al otro, bien administrado, produce delirios en forma de cuchillas. Las nuestras hieren y matan a los que vienen pero, nosotros, de vallas para adentro, si no gritamos contra este horror, es que ya estamos muertos.