El atlantismo es una ideología que se quiere convertir en ley cuando no es más que un dogma. La defensa de la OTAN y sus intereses es una creencia más arraigada en occidente que los preceptos del libre mercado. Una fe basada en la doctrina Monroe americana que a sus guerras imperiales e intereses comerciales los quiere llamar defensa de la democracia para ocultar lo que late detrás de cada movimiento y decisión. No ha habido en la historia contemporánea ninguna potencia invasora más activa que EEUU y extraña que en un conflicto con otra potencia imperial como Rusia, mucho menos agresiva tras la disolución de la URSS, se le quiera eludir esa categoría para establecer el marco del debate desde un punto maniqueo que excluya cualquier disidencia que no encaje dentro de la propaganda atlantista.
La OTAN sirvió como excusa para que la defensa de los intereses militares y comerciales de EEUU se tomaran bajo el paraguas de una organización plurinacional que dista mucho de preocuparse del bienestar de las democracias y la defensa de sus miembros. No es Rusia un ejemplo en el que mirarse y dista mucho de ser el modelo al que mirar como ejemplo de sociedad, pero España no pertenece a ninguna organización liderada por Vladimir Putin y no es a él a quien debe exigir explicaciones. Lo que haga la OTAN nos concierne porque aunque a muchos no nos guste formamos parte de esa organización.
España entró en la OTAN tras el engaño del PSOE a su electorado y al pueblo español, con unas condiciones y excepciones que conviene recordar porque no se cumplieron, no se cumplen y deslegitimaron el mandato que emanó del referéndum. La pregunta de la consulta incluía la no incorporación a la estructura militar integrada, la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español y la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. No es preciso desgranar los incumplimientos de esa condicionalidad de entrada en la OTAN que todos los gobiernos españoles han incumplido de manera sistémica sin dar ningún tipo de explicaciones. Salir de la OTAN y dejar de ser un actor servil de EEUU es una obligación moral, además de que existen argumentos políticos sobrados toda vez que formamos parte de la Unión Europea y que jamás se cumplieron las condiciones del referéndum.
El antiimperialismo es una ideología forjada en la cultura política del espacio de la izquierda mucho más elaborada que una proclama de pancarta de hace veinte años. Convendría elaborar más el discurso en el seno de los partidos de la izquierda sobre cuáles son las razones que impiden tomar parte en una lucha entre imperios. Pero sobre todo, por encima de discursos, trazar una línea roja bien clara, porque no es compatible permanecer en el espectro de la izquierda y participar en una guerra imperialista que solo crea daño a los pueblos. Si desde el gobierno al que pertenecen no pueden evitarlo solo les queda abandonarlo.
Los atlantistas pueden seguir con su propaganda. Defiendan con libertad el privilegio de la OTAN y de EEUU a intervenir en asuntos que no les conciernen porque creen en la superioridad moral de un país que ya ha demostrado la infamia en reiteradas ocasiones a lo largo de la historia, pero no quieran expiar sus culpas acusando a los antiimperialistas de ser enviados del Kremlin. No les interesa Ucrania por la libertad, la democracia, la defensa de la soberanía nacional de un pueblo o la seguridad de la ciudadanía ucraniana, porque si así fuera hace tiempo se hubiera llamado al orden a Arabia Saudí por los crímenes de lesa humanidad que comete de manera sistémica contra otro país soberano como Yemen. No hay nada más deshonesto intelectualmente que querer vender la geopolítica como un juego en el que el atlantismo es el actor bondadoso preocupado por mantener un orden humanista en el caos que siempre ha sido el mundo. Jueguen sus batallas, pero no pretendan convencernos de que la suya es la guerra buena.