''A Gaelle, por los cuidados'' es uno de los agradecimientos de Joseph Pontus al final de Desde la línea, uno de los ejemplos más brillantes de literatura obrera de los últimos años. Un libro en el que el autor narra su propia vida como trabajador precario con estudios a través de varias ETTs en empresas manufactureras de marisco y mataderos de vacas. Un obrero de mono azul, de los pocos que quedan, agradeciéndole los cuidados a quien ha compartido con él sus desvelos, su espalda rota, sus días de mal humor, sus noches escribiendo tras el tajo y aquellas en las que ni siquiera pudo darle las buenas noches.
Los cuidados y la ternura atraviesan una obra que puede olerse, primero al pescado que el autor trata y después a los coágulos de la sangre del matadero, pero que sobre todo se siente. El pesar del autor por no faltar al tajo para quitarle pesar e incertidumbre económica a su esposa, para librarle de cargas. Su dolor por estar tan agotado que no puede pasar más tiempo sacando a su perro a pasear por la playa. Se pasa el libro cuidando, y no dejan de cuidarle. Como cuando su madre le manda una carta llena de amor y ternura con 50 euros para que no tenga que hacer horas el sábado y así poder tener un fin de semana completo descansando y disfrutando junto a su esposa. Qué seríamos sin los cuidados más que despojos sin fuerzas para vivir.
Josep Pontus murió poco después de haber tenido éxito con su primer libro. No pudo disfrutarlo apenas, pero nos queda el sabor dulce de que pudo ver cómo su trabajo le dio un par de años felices con su esposa y su perro Tok Tok. Cuidarse es también desear a los que comparten nuestras penas de trinchera social unas mínimas alegrías. Alberto Prunetti, uno de los autores actuales de referencia de pluma obrera, le dedicó un obituario de piel y compromiso, el único que puede leerse en castellano gracias a la traducción de Nacho Lorente. Porque somos pocos con conciencia de clase y tenemos que cuidarnos y darnos voz.
Las obras de Prunetti están editadas en Hoja de Lata, una pequeña editorial asturiana que nos otorgó el regalo de dejarnos leer Amianto y que tiene el valor de editar con conciencia de clase y gusto por la buena letra. Se podría decir que los quiero por lo que hacen. Por eso no deja de pesarme ver cómo con esa sensibilidad que muestran en su selección entran en el juego del desprecio a los cuidados, en esa dinámica de censura a todo aquello que no sigue los preceptos del obrerismo de otro siglo. Son errores disculpables cuando se viene haciendo una labor magnífica en el campo editorial de la izquierda porque lo rectificarán, pero eso no supone que haciendo honor a ese cariño nos plantemos delante con el ceño fruncido cuando se hace daño a quienes más nos protegen. No se pueden despreciar los cuidados porque la clase obrera no es sin ellos. Porque ellas, quienes históricamente nos han cuidado, merecen que ahora pongamos delante sus reivindicaciones, que ya es hora.
Despreciar los cuidados solo porque están asociados a las mujeres para minusvalorarlos como síntoma de debilidad y ponerlos de antagonistas al sindicalismo forma parte de la peor doctrina de la izquierda dogmática. No solo porque se haga considerándolos un estorbo a las únicas reivindicaciones que se consideran auténticas, sino porque tan clase obrera son ellas y elles como nosotros. No concibo cómo puede hablarse de sindicalismo sin mencionar los cuidados, sin que sean la parte troncal del trabajo de acompañamiento, camaradería y solidaridad que conforman el valor principal del sindicalismo. ¿Pero qué es una caja de resistencia sino un ejercicio activo de cuidado?
Cuidémonos los que compartimos duelos y quebrantos y no despreciemos a quienes son como nosotros con distintas maneras de nombrar el mismo dolor y las mismas penas. La clase obrera es solo una y se nombra a sí misma de diferentes formas, ninguna mejor que otra, reconocernos y cuidarnos forma parte de la única lucha compartida que merece la pena.