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El cum laude secreto de Camps

El expresidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps. / Efe

Guillermo López García

Francisco Camps, expresidente de la Generalitat Valenciana, ha vuelto esta semana al primer plano de la actualidad por dos razones diferentes: su imputación en el caso de los contratos de la Fórmula 1 (uno de los desfalcos de dinero público más impresionantes que dejó Camps como legado político; y miren que eso tiene mucho mérito, que había mucha competencia) y la publicación en el diario El País de una investigación sobre las peculiaridades de su tesis doctoral, que Camps leyó en febrero de 2012.

Camps anunció que estaba elaborando una tesis doctoral en junio de 2011. El tema de la disertación era una propuesta para reformar el sistema electoral español, dirigiéndose hacia un modelo mayoritario uninominal similar al inglés o al estadounidense. La reforma se proponía tanto para ambas cámaras del Parlamento español (Congreso y Senado) como para los autonómicos. También se propugnaba la elección directa de los alcaldes, una proposición clásica del PP que en los últimos meses, conforme las encuestas les daban peores resultados, se ha puesto en segundo plano.

Camps anunció ese proyecto y, poco después de comunicarlo, dimitió como consecuencia de la apertura del juicio oral en el 'caso de los trajes'. La retirada del primer plano de la política debió de ser extraordinariamente fructífera para su tesis, porque la leyó tan solo ocho meses después del anuncio.

Una tesis doctoral es un trabajo ingente que debería ocupar a la persona que se involucra en él durante varios años. Constituye un significativo sacrificio personal (y también económico, en muchos casos). Y es el máximo grado académico que se puede alcanzar, que muestra la madurez y capacidad del investigador que obtiene el doctorado.

Claro está que no todos los que hacen una tesis (ni los que la dirigen, o evalúan) lo hacen en las mismas condiciones, o con los mismos criterios. A veces, el rigor con el que se desarrolla el trabajo y se evalúa por parte del tribunal evaluador es significativamente más elevado en unas tesis que en otras.

Entre estas últimas podríamos ubicar, precisamente, muchas tesis doctorales elaboradas (en teoría) por dirigentes políticos mientras están en activo. Porque, como cabe imaginar, una persona que tiene muy poco tiempo y energías, más allá de las que debe dedicar al servicio público, difícilmente podrá hacer un buen trabajo en su tesis doctoral.

¿Por qué la hacen, entonces? Pues por un complejo cúmulo de circunstancias en el que se incluye la vanidad, el afán por acaparar todos los ámbitos de reconocimiento público que estén a su alcance y, naturalmente, porque no le piensan dedicar mucho tiempo... Aunque sí quieren tener el doctorado, claro. Es una peculiar cultura del esfuerzo consistente en obtener los réditos de las cosas excluyendo el esfuerzo que comporta conseguirlas para el común de los mortales.

¿Cuántas líneas de su tesis doctoral habrá escrito un dirigente político que ni siquiera redacta sus propios discursos ni los artículos que firma en la prensa? Es difícil decirlo. A menudo nos encontramos con tesis como la de Federico Trillo, o la del exconseller de la Generalitat Valenciana Manuel Cervera, parcialmente plagiadas de otros trabajos (en Alemania, como son muy raros, por estas cosas los políticos se ven obligados a dimitir). En cuanto a otras tesis, como la que leyó Rodrigo Rato en 2003, cuando era el todopoderoso vicepresidente económico del Gobierno (una tesis cuyo objetivo era mostrar lo bien que lo había hecho el propio Rato al frente de su ministerio), parece difícil imaginarse al doctor compaginar el proceso de elaboración de la tesis con sus múltiples ocupaciones. ¡Cuánto les cunde el tiempo a algunos!

Sin duda, el escenario hacia el que vamos, caracterizado por la digitalización de todo tipo de contenidos y el desarrollo de programas cada vez más depurados para detectar sorprendentes y llamativas coincidencias entre unos textos y otros, nos deparará en el futuro muchos momentos de gloria proporcionados por algunos eximios doctores de nuestra clase política.

Sin embargo, la tesis de Camps constituye toda una novedad: porque se trata de una tesis… secreta. No es posible consultarla, ni obtener una copia, por expreso deseo del autor. Tampoco fue posible acceder a la lectura, en su día, a pesar de ser un acto público, puesto que la Universidad Miguel Hernández no solo no lo publicitó, sino que se negó a dar ninguna información a los periodistas y académicos interesados en el evento. Posteriormente, como hemos visto, tampoco fue posible acceder al texto. Y hasta hoy.

Una situación insólita, aunque no sorprendente, tratándose de Camps. Y no solo por el enfermizo secretismo sectario con el que siempre se manejó el personaje, especialmente en sus últimos años. Sino por otro motivo. Digámoslo sin ambages: ¿qué razones puede tener un dirigente político como Camps para preservar su tesis doctoral (leída intempestivamente, con un tribunal de “amigos” que avalaron sus contenidos) del escrutinio público? ¿Por qué alguien querría desarrollar una propuesta académica, y también política, que a continuación se guarda bajo llave, no sin antes hacerse con el título de doctor?

En efecto, estoy diciendo que quizás haya algo raro en la tesis de Camps. ¿Plagio? ¿Ínfima calidad? ¿Una cosa y la otra? Qué vergüenza, tal vez pensarán algunos de ustedes: el articulista está aplicándole a Camps la presunción de culpabilidad. En efecto, así es. Y lo hago porque es el propio Camps el que nos aboca a llegar a esa conclusión. Una tesis doctoral es un documento público que ha de estar disponible para la consulta de los componentes de la comunidad académica que así lo requieran.

No hay absolutamente ninguna razón para mantener un documento de estas características blindado por una cláusula de confidencialidad (Camps no está describiendo cómo armar un dispositivo nuclear, o un arma biológica). Así que la única razón que nos queda para “entender” este secretismo es que el autor de la tesis siente pavor ante la perspectiva de que otros puedan encontrar quién sabe qué en el texto.

Si Camps no quiere asumir las consecuencias de formar parte de la comunidad académica, además de sus beneficios (el prurito del doctorado, que mucho político frívolo gusta de colgarse encima), quizás tendremos que concluir que su tesis es una investigación de ínfima calidad, escrita apresuradamente por quién sabe qué plumillas (o algo peor aún) al servicio de la causa de convertir a Camps en doctor.

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