Cada año, cuando se celebra el debate sobre el estado de la nación, los medios de comunicación –y los propios partidos– se empeñan en buscar un ganador. Un esfuerzo inútil que ni tan siquiera conduce a la melancolía. No conduce a nada. Porque ¿qué importa quién gana supuestamente el debate si lo pierden los ciudadanos?
Y parece claro que en las magnas sesiones parlamentarias celebradas esta semana, la ciudadanía no ha ganado nada. No hay ningún detalle que haga pensar que puede mejorar la situación de millones de personas, ni sus expectativas en un porvenir que sigue envuelto en la desesperanza, porque el impasible presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no se ha dignado a descender del pedestal de ese puñado de datos macroeconómicos en los que sostiene su inflado optimismo y a mirar cómo vive buena parte de la ciudadanía para la que también debería gobernar.
El presidente ni siquiera pareció inmutarse cuando los portavoces de la oposición, de Alfredo Pérez Rubalcaba a Rosa Díez, pasando por los de la Izquierda Plural, el Grupo Mixto y hasta CiU y PNV, le fueron relatando los padecimientos de millones de españoles que se han quedado sin trabajo o que, si lo conservan, les han bajado el salario, que han perdido sus casas, les han estafado con las preferentes o se han gastado los ahorros en mantener hijos y nietos que están en el paro o con empleos precarios.
Ciudadanos a los que el Gobierno del PP les ha recortado los derechos laborales, las prestaciones sociales, les ha dejado sin becas de comedor o de estudios, les hace copagar las medicinas o les quita la tarjeta sanitaria si pasan más de tres meses en el extranjero buscando curro. Y a los que además quieren limitar sus derechos civiles con reformas como las de la Ley de Seguridad Ciudadana y la del aborto.
Rajoy parece imperturbable ante las penalidades ajenas. Ajenas, pero de impronta propia, porque son las políticas aplicadas por el Gobierno para afrontar la crisis, o con la excusa de la crisis, las que provocan esas situaciones dramáticas. Pues bien, de esa triste realidad el presidente no dijo nada. Bueno, sí, dijo lo de siempre, que la culpa es de los otros. ¡Ah!, y que el discurso de Rubalcaba era apocalíptico. El calificativo se puede extender al resto de los portavoces.
No vislumbran, por tanto, rectificaciones que alivien el sinvivir de tanta gente. Más bien al contrario. El rodillo de la mayoría del grupo popular aplastando todas las propuestas de la oposición para enmendar el rumbo de lo social y lo dicho por el presidente hacen prever que habrá más de lo mismo en el año y nueve meses que le quedan de legislatura.
Porque a Rajoy se le vio tan satisfecho de los resultados de las políticas ejecutadas, y tan convencido de que sus votantes no están entre los afectados de la reforma laboral o entre los que se han visto abocados a ir a los comedores sociales, que sólo si se demostrara que esa percepción es equivocada, es decir, que se percibiera que también hay electores del PP damnificados por sus políticas, cabría albergar alguna esperanza.