Los pronósticos del CIS están muy desacreditados entre la opinión pública y también entre los especialistas. Porque casi nunca aciertan, a veces ni de lejos, y porque en ellos, desde que José Félix Tezanos es su presidente, se observa un sesgo de los resultados hacia la izquierda que de ninguna manera está justificado. Pero los resultados del barómetro del CIS son mucho más que eso, se diría incluso que los vaticinios son lo menos importante del estudio. Porque este, además, proporciona muchos datos cruciales para conocer el estado de la opinión política. Y ahí los especialistas, de todos los colores, son también unánimes: ese segundo nivel de información es muy válido y no puede ponerse en cuestión.
Y es justamente en ese estrato, que no suele aparecer en los titulares, en donde destaca un dato que es fundamental para conocer el estado de la pugna electoral en estos momentos. Y es el que dice que el 66,5% de los ciudadanos cree que el PP va a ganar las elecciones, mientras que sólo el 19,5% cree que lo hará el PSOE. Es una diferencia abismal que no sólo define el estado de la opinión pública ante el 23 de julio, sino que cifra las enormes dificultades que va a tener la izquierda para poder ganar.
Obviamente en ese 66,5% hay votantes del PP, pero también del PSOE y de otros partidos. Pero lo relevante es el desánimo de muchos votantes socialistas. Que se confirma día a día en los ambientes sociales de izquierdas, incluso entre militantes del partido. Y que puede ser un factor negativo de cara al voto, pues puede aumentar la abstención, “porque no hay nada que hacer”.
Pero hay otro factor negativo y éste es seguramente más conspicuo. El de que una parte de los todavía hoy indecisos sobre qué votar -un 35,1% del electorado según el barómetro del CIS- se incline finalmente por el PP, simplemente porque prefiere apuntarse al ganador. La remontada a la que aspiran tanto el PSOE como Sumar, y que parece estarse produciendo tímidamente en las últimas semanas, tiene así un nuevo obstáculo que superar.
El más duro, con todo, es el que se desprende de los resultados de las municipales y autonómicas, que supusieron una derrota de la izquierda en toda regla y en todas partes y que parece muy difícil de revertir en sólo dos meses: cerca de tres millones de ciudadanos dejaron en esa ocasión de votar a la izquierda para hacerlo a la derecha y no se ve muy factible que en ese periodo de tiempo vayan a dar marcha atrás.
Las posibilidades de la izquierda no radican en ese colectivo, aunque una parte del mismo sí podría hacer ese cambio, sino en sacar de la abstención a todo el público potencial de izquierdas y en parar la sangría de votos del PSOE y de Podemos hacia la derecha que, sin ser exagerada en volumen, sí se ha producido coincidiendo con las municipales y autonómicas y después, y que según distintos institutos de sondeos parece haberse parado ya.
Volviendo al principio, ¿por qué el 66,5% del electorado cree que el PSOE va a perder? Harían falta análisis demoscópicos más profundos para tratar de responder sólidamente a esa pregunta, pero a vuelapluma se puede decir que la clave de esa actitud hay que buscarla en la peripecia del Gobierno de coalición durante el último año.
Su deterioro fue tremendo y sistemático. Por muchas medidas sociales y económicas que implementara el Gobierno -no pocas de ellas de gran trascendencia- la sensación dominante que percibía la opinión pública era que estaba roto y que la coalición entre el PSOE y Unidas Podemos era imposible de recomponer. Cada semana se venía a añadir un nuevo elemento a ese conflicto, pero los graves errores que contenía la ley del 'sólo sí es sí' y su insoportable secuela de reducciones de condenas y de excarcelaciones de delincuentes sexuales fue la culminación de ese destrozo.
Visto lo visto, y sobre todo el citado dato del CIS, parece hoy claro que Pedro Sánchez tuvo que cortar por lo sano desde un primer momento, en lugar de dedicarse a salvar, a costa de un descrédito creciente, una coalición que no tenía futuro alguno. Se equivocó al no disolver las Cortes ya desde el inicio de las tensiones y en no convocar las generales antes de las municipales y autonómicas. Es imposible saber cuánto de esa imagen negativa contribuyó al batacazo en estas últimas, pero seguramente no fue pequeña.
Sánchez dio demasiada imagen de inacción y de tener atadas las manos y el electorado no suele perdonar esas cosas. Y lo peor es que regaló a Alberto Núñez Feijóo una ventaja que seguramente éste por sus propios medios no habría obtenido nunca. Tratar de borrar ese antecedente, transmitir a la opinión pública que la izquierda es ahora otra cosa, y colocar al PP ante sus limitaciones -la de su pacto con Vox no es la única- es la tarea que espera en los próximos quince días.