No ha habido máscaras ni paños calientes. Si algo hay que agradecer a los tres candidatos socialistas a la secretaría general del PSOE ha sido la claridad con que han hablado durante el debate. Más allá de los virulentos ataques personales en los que Susana Díaz hizo valer su larga experiencia orgánica, tanto ella como Pedro Sánchez y Patxi López dejaron claro cuál es su modelo ideal de partido y la estrategia política que desarrollarían si vencen el próximo domingo.
Ya en sus preparadísimas intervenciones iniciales, la presidenta andaluza optó por marcar las diferencias entre su proyecto y el de Podemos, mientras que Sánchez eligió a Mariano Rajoy como el único y verdadero adversario a derrotar. A partir de ahí, entre ataque y ataque, ambos enseñaron sus cartas sin demasiados complejos ante un Patxi López que brilló con luz propia en su papel de esforzado e incansable “cosedor” de un partido que sigue abierto en canal.
Susana Díaz, pese a calificar de “tóxico e infame” al Partido Popular, defendió la abstención con que el PSOE permitió gobernar a Rajoy y no quiso desmarcarse de una posible gran coalición entre socialistas y populares. Igual de clara fue al defender el partido de siempre, en el que las grandes decisiones las toman los dirigentes y no los militantes: “No me esconderé detrás de los militantes”, aseguró la candidata en una de sus promesas más significativas. Su oferta en estas primarias se limita a una idea y un acto de fe: la idea de que con ella el partido dejará de dar bandazos y la profecía de que su liderazgo les conducirá a la victoria electoral. De hecho la principal propuesta de la líder andaluza fue la de dimitir en caso de no obtener un buen resultado en las próximas elecciones generales.
Pedro Sánchez planteó todo lo contrario y así su primer compromiso, en caso de ser elegido, fue el de exigir la dimisión de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. El exsecretario general defendió abiertamente el modelo portugués y, por tanto, dejó más que abierta la puerta a un acuerdo con Podemos para llegar a la Moncloa. En las antípodas del pensamiento de Díaz, Sánchez apostó por dar más poder a la militancia, convocando consultas para que sea ella la que tenga la última palabra en asuntos determinantes de la estrategia política del partido. Más izquierda y más democracia interna fueron, por tanto, sus dos ofertas estrella.
Para quienes menos le conocen, Patxi López fue la sorpresa del debate. Su discurso fue de lejos el más sobrio y el que sonó más espontáneo. Frente a las intervenciones memorizadas y/o preparadas de sus adversarios, el exlehendakari habló, por momentos, desde las entrañas. Más allá de los gestos y las formas, López demostró que sigue coincidiendo ideológica y estratégicamente en casi todo con Pedro Sánchez. Por ello trató de dejar en evidencia el elemento que le diferencia de él y de su otra rival: ser el único que no levanta una profunda animadversión entre las filas enemigas.
El debate deja por tanto un escenario muy similar al que teníamos antes de su celebración. Estratégicamente todo está en el mismo sitio que estaba y no es previsible que los militantes socialistas cambien su voto por los ataques y las descalificaciones que se han cruzado los tres candidatos. Sánchez sale como entró, acusado de ser el culpable de las derrotas electorales y de dar bandazos ideológicos, en función de sus intereses personales, que le llevaron a pactar con Ciudadanos y luego a coquetear con Podemos. Díaz sigue teniendo en la mochila su apoyo a la investidura de Rajoy y las deslealtades que promovió contra el anterior secretario general. López continúa con el discurso de la unidad caminando por tierra de nadie. Está por ver, por tanto, si la militancia castiga más la abstención al PP o los bandazos, la deslealtad o las derrotas, el PSOE de siempre o el que quiere acercarse a eso que se suele llamar la nueva política.