“Los debates no ganan elecciones”. Con esta afirmación la propia Kamala Harris encabezaba uno de sus primeros correos tras su debate con Donald Trump para pedir más donaciones. El debate lo ha ganado, aunque ha sido más una confrontación sobre el pasado que sobre los posibles futuros. Para Harris se trataba más de forjarse una imagen de presidenciable, atractiva y dura a la vez, de distanciarse de Biden sin criticarlo, que de defender sus propuestas. Ambos se echaron a la cara de que el otro no tenía “un plan” (en Europa se hubiera dicho “programa”). “La cuestión se reduce a esto” tuiteó un influyente empresario pro-Trump tras el debate: “¿Quieres que las tendencias actuales continúen durante cuatro años más o quieres un cambio?».
La política en democracia se ha vuelto cada vez más emocional. Cuenta más impactar sobre las sensibilidades y sobre los sentimientos, sobre todo en una sociedad polarizada, que las propuestas concretas, que pocas ha habido. Harris lo llama la “economía de oportunidad”. Trump sigue emperrado en su MAGA (Make America Great Again).
El republicano no tuvo empacho en justificar que no eliminó el Obamacare, el sistema de cobertura sanitaria con seguros privados de menor coste que puso en marcha el anterior presidente demócrata, pero que tiene “un concepto de un plan” para reformarlo. Claro que Biden a su vez no ha desmontado, sino reforzado, los aranceles punitivos a China. En política exterior y de seguridad, ninguno brilló. El debate no aclaró que harán cada uno frente a la guerra en Ucrania y en Oriente Próximo.
Algunas cosas significativas se silenciaron. Harris puede convertirse en la primera mujer y negra-india presidenta de Estados Unidos, un obstáculo difícil de superar en EEUU. Sin embargo, no reivindicó ninguna de estas condiciones, pues sabe que es mejor no hacer de ello una bandera, pese a los ataques de Trump, esta vez más moderado al respecto. Seguramente le dará más rédito defender el derecho al aborto, en peligro por los nombramientos de Trump a Tribunal Supremo y el traslado de la decisión a los estados.
Trump, atacado sin piedad por una Harris contundente, se defendió mal del balance de su primer mandato, que acabó en el asalto al Capitolio aquel fatídico 6 de enero de 2021. Y de las imputaciones judiciales que se le acumulan. También, pese a su buena forma, de su edad, algo que tenía a favor frente a Biden, más no frente a una Harris que representa el fin de una cierta gerontocracia. Harris tuvo que buscar los inevitables equilibrios entre no criticar a Biden, al que ha servido como vice presidenta estos años, y presentarse como la candidata del cambio. “Ella es Biden”, remachó Trump. En general Biden ha hecho una buena política económica, pero la inflación y la pérdida del poder adquisitivo de la gente, junto a una falta de buenas explicaciones, han socavado la popularidad de su acción. En esta situación, como indica David Brooks, el problema de Harris es que vende alegría y esperanza, cuando la gente no las siente.
Harris no lo tiene fácil, y solo quedan 54 días para el primer martes de noviembre. El debate habrá servido para impulsar su popularidad, la percepción de su idoneidad para el cargo al que aspira, y su apoyo electoral, pero previsiblemente será una subida de aguas que bajará en unos días. Dado el sistema del colegio electoral, lo decisivo no es la intención de voto a escala nacional, donde casi todo está ya jugado, sino en los seis o siete estados donde hay un empate. Claro que hay una rebelión contra Trump entre republicanos, destacados o no, como Dick Cheney, vicepresidente de Bush, cabeza de los neocons y de la invasión ilegal y desastrosa de Irak en 2023, que ahora se considera moderado.
Harris tiene que luchar contra muchas mentiras. Y el falsario en jefe es Trump. Traer al debate, en el crucial tema de la inmigración -crucial en todo el mundo, no solo en Occidente- que inmigrantes haitianos en Springfield se comen mascotas de los ciudadanos vecinos -un bulo que ha circulado por internet-, o que en algún estado se permitía matar a los niños recién nacidos. Todo esto indica que el resto de la campaña va a ser muy sucia. Por cierto, al principio, al hablar de los inmigrantes que hay que rechazar, Trump unió a los afroamericanos y los latinos. Como si los primeros fueran inmigrantes, y no estadounidenses plenos, descendientes de esclavos llevados a la fuerza.
¿Con tal falsario, quién necesita manipulaciones rusas, que supuestamente se están produciendo? El falsario en jefe cuenta con una gran ayuda. La de ese empresario visionario que es Elon Musk, ahora propietario de X (antes Twitter), red en la que no duda en dejar diseminar todo tipo de bulos, incluidos los que él mismo promueve (el 4 de abril ya retuiteó una afirmación falsa de que hasta dos millones de no ciudadanos se habían registrado para votar en Texas, Arizona y Pensilvania, algo que volvió a salir en el debate presidencial). Si gana, Trump ya lo ha elegido al frente de una Comisión sobre la Eficiencia del Gobierno, idea propuesta por el propio empresario. Si pierde Trump, Musk puede erigirse en su sucesor al frente del escorado Partido Republicano.
Musk es el autor del tuit citado al principio en el que plantea, en lo que no está nada descaminado- que esta elección va de cambio, no de marchas atrás. Un presidente Trump 2 sería mucho peor, por mejor preparado, que el Trump 1, y Harris no sería una Biden 2. Veremos por qué opta el puñado de electores que va a decidir esta elección de alcance universal. El debate les habrá calentado la sangre más que la cabeza.