Los debates públicos que enfrentan a los candidatos políticos en los últimos días son el mejor ejercicio de transparencia electoral. Solos y solas ante el peligro del escrutinio de nuestras miradas, los líderes del 20D han quedado fielmente retratados ante las cámaras.
Gracias a ese formato de campaña, hemos podido confirmar la bochornosa cobardía del presidente Rajoy y hemos asistido al desinfle de la burbuja Soraya, falaz alternativa a la inoperancia de su jefe: había mostrado un campanilleante aplomo para bailar (de aquella manera) en El Hormiguero, pero cuando se trató, como en el debate a cuatro, de dar respuestas sobre la corrupción en el PP y de manejar argumentos sobre los recortes de su Gobierno, la vicepresidenta, incapaz, fue perdiendo los nervios. Y eso que aún no había estallado el escándalo de los diplomáticos. Sáenz de Santamaría dejó patente la enorme diferencia entre una rueda de prensa sin preguntas (donde no dices nada aunque engoles mucho la voz), o unos favorecedores carteles preelectorales (en donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), y la transparencia de un cuerpo a cuerpo en el que se te ven todas la costuras. Gracias al debate, la maquillada sparring de Rajoy hizo perder al PP la oportunidad de presentarla como una alternativa creíble a posibles pactos postelectorales.
En los debates hemos corroborado también la notable inanidad de Pedro Sánchez, con la que se lleva por delante lo que restaba de credibilidad a su partido. Viendo lo que está pasando con el Partido Socialista francés, la deriva del PSOE sería una muestra más de la profunda reformulación que necesita, in extremis, la socialdemocracia europea. Sami Nair dice que lo de Francia es “el resultado de más de 30 años de demagogia y de impotencia política”. La reflexión sirve para este lado de los Pirineos, y la intervención de Sánchez en el debate a cuatro su más rigurosa representación.
Pero quien mayor favor ha hecho a los ciudadanos en los debates es, precisamente, Ciudadanos. Su actuación televisiva ha sido tan impagable que no se les va a pagar, que diría Buenafuente. Si en el debate a cuatro Albert Rivera ya no era el yerno perfecto sino el hombre intranquilo, en el debate a nueve Marta Rivera de la Cruz crucificó definitivamente el producto falsamente centrista que los marketineros de Ciudadanos han tratado de vender. Por si quedaba alguna duda de que lo suyo (su programa plagiado) es más falso que un Chanel de Taiwan, la otra Rivera embarró los tacones de la formación en el más repugnante de los charcos: negar la influencia del género en la violencia machista. La otra Rivera lleva años dando muestras de su talante, pero fue en el debate, face to face, donde no pudo disimularlo.
Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Alberto Garzón (vergonzosamente excluido del debate a cuatro) han demostrado, sin embargo, en los debates una altura política que parecía ya quimérica en este país. Desplegando una batería de propuestas justas y defendiéndolas con convincente capacidad, todos ellos han desmontado la maquinaria destructiva con la que la derecha y sus medios afines los han torpedeado durante meses. El cuerpo a cuerpo ha sido la hora de la verdad, y no lo han desaprovechado. Podemos e Izquierda Unida-Unidad Popular representan el cambio real, y sigue doliendo en el alma que no hayan sido capaces de minimizar las diferencias para hacer frente común. (Como duele en el alma que PACMA no haya querido tampoco esa confluencia, pero esa es otra historia, que también habrá que contar). Confiemos, al menos, en que los acuerdos que no han sido posibles antes puedan serlo después del 20D. Es una oportunidad histórica, y lo saben. Lo sabemos.