Es una de las expresiones más intensas y rotundas que podemos formular. Y que hoy se extiende en un eco -hasta por los títulos de numerosos artículos- hacia la expresión de un hartazgo como pocos hay iguales. Y sin embargo el “se acabó” no puede ser más personal, aunque en ocasiones se amplíe a un grito colectivo. Como esta, en la que las campeonas del mundial de fútbol femenino, las que estuvieron y las que se fueron, se han alzado saturadas por completo de verse minimizadas, de que les toqueteen y pellizquen en reprimenda como a niñas, las abracen y besen en el triunfo porque el macho puede, las manipulen y usen como piezas de su indignante machismo. La Federación acaba de quitarle el sueldo y el coche a Rubiales, le pide que devuelva el móvil y el ordenador y no le permitirá usar recursos del organismo para su defensa jurídica. Con esto puede que se acabe lo del hasta ahora Presidente de la Federación Española de Fútbol pero no todo el magma que se adivina en la propia RFEF y en tantos otros entes parejos a ella. Y resultó -algo sabíamos- que ocurría desde hace mucho tiempo, y en otros deportes, y en múltiples profesiones y disciplinas donde manda el patriarcado o puede ejercer su poder. Que sigue ocurriendo así pasen los años y el esfuerzo de millones de mujeres de todas las épocas.
Abierta esa nueva vía, brotan historias largamente calladas, con heridas persistentes, y vamos asistiendo a un reguero de denuncias que se formulan con hechos y autores apenas sugeridos. Porque se sigue teniendo miedo. Porque se echan encima los ataques que culpabilizan a la víctima. Y porque hay profesiones en las que de hablar o callar depende hasta el contrato o el puesto de trabajo. Sobre todo en numerosas actividades que no se guían precisamente por la estabilidad, sino por la arbitrariedad de lo que gusta o se necesita, complace o no complace a quien decide. Y quien decide, como hemos podido comprobar en la selección femenina de fútbol, no es el mejor preparado o el más ejemplar.
Se dibuja sin embargo una realidad brutal, espeluznante, inabarcable incluso, que, por apenas esbozar el problema, no digamos ya protestar o denunciarlo, todavía tiene el cuajo de quejarse de que el feminismo en España es demasiado radical.
Es el feminismo de nuevo quien toma la antorcha, pero decir “se acabó” pleno de decisión y conciencia es un movimiento altamente liberador y capaz de extenderse y multiplicarse. Mujeres y hombres, seres humanos, que en un momento determinado experimentan la necesidad de cortar lo que sienten como injusto o como una pesada carga.
Trabajos, relaciones personales, la vida pública que gestione vidas de otros. Y llega un instante, nítido, en el que la reacción es plantarse, cortar. Uno mismo, o un colectivo, o toda una sociedad. Se acabó. Desde el amor y el desamor, la sumisión y la entrega a cuanto reproduce situaciones de desigualdad, de presión, de tiranía incluso.
Un escándalo internacional, una solidaridad mundial, un esperpento que nos avergüenza como país tras, lamentablemente, un espectacular triunfo deportivo que ha quedado un tanto opacado. Y que crece. Bochornoso cuanto rodea a Rubiales, el uso de su familia, pero también el abuso de medios o políticos sin escrúpulos que buscan en la basura metralla para herir al contrario. Y sacando, sin pudor ni vergüenza, desde al mismísimo Rubiales, a los desgastados comodines de ETA o el se rompe España. Pero cada vez surte menor efecto, porque quien ha afirmado “se acabó” ya no se deja encandilar con cuentos.
Hay quien recuerda el precedente del 15M. Tras el ilusionante despegue, millones de timoratos prefirieron lo malísimo conocido que la incertidumbre de cambios reales. El #MeToo feminista arrasó después en Estados Unidos y desde allí se extendió a buena parte del mundo. Pero ya saben que la involución no descansa y se vale hasta de fuego amigo para desbaratar los intentos que perjudican los privilegios del poder y se avanza y se retrocede a diferente ritmo.
El “se acabó” parte de España de nuevo. De nuevo, porque hasta en la vieja historia se intentaron aquí revoluciones abortadas. Y es potente y firme, nace de unas mujeres fuertes que no se dejan avasallar y que animan a otras muchas mujeres. Y a hombres, también hay hombres esta vez. Siempre menos de los deseables.
No más tirones de oreja a mujeres hechas y derechas, ni besos sujetando la cara porque así le guste celebrar los éxitos al jefe. No más manipulaciones, ni mentiras. Pero tampoco más clientelismo. Y desde ahí un “se acabó” como causa general. El periodismo lo precisa para sacarlo de su agonía que arroja vómitos de basura en cada estertor. Basta de encumbrar a indeseables, mintiendo salvajemente sobre los inexistentes logros de políticas cuyo único mérito es nutrir las arcas de sus promotores con el dinero de los contribuyentes. No más farsas: acaben de una vez de alimentar con su presencia las tertulias de la manipulación, las cloacas del periodismo. Se acabó, es el único camino.
Porque la sociedad española ya venía gestando su propio “se acabó” de las pocilgas políticas y mediáticas (además del machismo, no sin problemas). Porque ver encumbrar por encima de sus resultados electorales a unos neofascismos que están acabando con una serie de derechos adquiridos con gran esfuerzo y desde hace décadas no podía ser inocuo. Por eso se votó lo que se votó el 23 de julio, saltando por encima de la falsa demoscopia que induce posiciones ante las urnas. Y a pesar de ellos -y aunque por poca pero suficiente diferencia- los ciudadanos se decantaron por progresismo y “periferia”, la España real que no se circunscribe a Madrid.
Se acabó vivir al pairo de quienes, puestos a elegir, admiten corrupción y fascismo antes que menoscabar la unidad ficticia de la patria. Se incluyen ahí presuntos socialistas que deberían conocer historia y argumentos. Este artículo del magistrado emérito José Antonio Martín Pallín en ctxt.es, profundamente erudito, claro y valiente, está lleno de información esencial. Verán que ningún estamento internacional ha avalado las duras condenas de España por poner unas urnas para votar en un referéndum y sí censuraron la violencia represora que envió el gobierno del Mariano Rajoy, siempre el PP. Un “desaguisado, que ha sido rechazado unánimemente por toda la doctrina jurídica internacional y por la totalidad de los órganos judiciales a los que se ha pedido la detención y entrega de Carles Puigdemont y Antoni Comín”. Porque tiene su miga el caso de querer amarrar y doblegar a quienes odian... para que no se vayan. Un ejemplo claro para decir: se acabó y ni aun así lo dicen todos los implicados. Hay mecanismos para dejar tranquilas conciencias decentes también en “La cuestión catalana”.
Se acabó, debe acabarse, que todos paguemos el precio de las políticas que aplica nuestra peculiar derecha. Entre ella, siempre, el tener a los ancianos en las residencias sin refrigeración con temperaturas récord de calor y con comida podrida, y, con suerte, dado que son los que se salvaron de cierto salvaje e impune protocolo en la pandemia. O el elevar muros de ladrillos sin otro fin en sí mismo para dar negocio a las constructoras mientras se restringen medicamentos esenciales para dolencias graves. La constante afición por favorecer a los ricos a costa de los más desfavorecidos.
Cuando se adopta la decisión firme de un “se acabó” se despliega la necesidad de fulminar todo abuso, todo lo injusto. Y es imprescindible agostar también el miedo, porque atenaza y merma mucho más sucumbir a él que combatirlo. Las niñas han aprendido con las campeonas del mundo de fútbol que pueden ser lo que quieran. Y lo mejor es que todos sabemos ya también -algunas desde hace muchos años- que optar por un “se acabó” resuelve muchos problemas. Toda la vida viendo resurgir la escoria con diferentes caras y la misma desfachatez. No les quepa la menor duda: de haberlo hecho mucho antes y con la voz y la fuerza de un gran número de ciudadanos estaríamos en una posición infinitamente más positiva y satisfactoria para la mayoría. Es que ya está bien: se acabó.