El último funeral de estado, por la muerte de Suárez, fue oficiado por un político franquista. Político pues Rouco Varela no le habló a sus fieles sino a España, e invocó a la Guerra Civil como amenaza para que Catalunya se dé por vencida.
España como sociedad, España como nación y España como estado están viviendo una crisis profunda y vendrá inevitablemente una reforma de lo que existe. Los poderes en juego ya están actuando, por un lado blindando la corona y, por otro, cerrando filas frente a Catalunya, como muestran los medios de comunicación españoles. Si no es el Gobierno es Botín o es Rouco. Debemos ser muy conscientes de ello pues todos estamos implicados y tendremos que tener una opinión.
La crisis económica tuvo graves consecuencias en las vidas de la mayor parte de las personas pero es la política de la derecha la que conduce a una quiebra de los pactos sociales. Los recortes en la cobertura pública van acompañados del robo de lo cortado y como eso se hace obscenamente en público, tal prepotencia produce humillación y desesperación impotente. Pero las respuestas sociales a esas políticas, desgraciadamente, no llegan a tener la fuerza de parar siquiera los sucesivos golpes del Gobierno a la sociedad. Pero tampoco las protestas contra el recorte de libertades y la deriva autoritaria del estado son capaces por si mismas de cuestionar esa política.
Lo que está planteando una crisis del estado tal como está configurado son dos cuestiones, por una parte, la desnudez de la Corona, que es vista con gran distancia, cuando no hostilidad, por un número creciente de ciudadanos, especialmente en Euskadi y Catalunya (el monarca sabe que el peor público de una Copa del Rey es el de Bilbao y Barcelona). Y, por otra parte, que la sociedad catalana viene teniendo desde hace unos años un debate abierto y ha expresado con mucha claridad que quiere poder votar para decidir su futuro como país.
Rouco es franquista y brutal pero no tonto. La cuestión nacional es lo que está inmediatamente sobre la mesa, y las decisiones que tomen los políticos nos van implicar a todos.
Para comprender hasta qué punto el debate que vive la sociedad catalana es democrático conviene recordar que aproximadamente entre el setenta y el ochenta por ciento de los encuestados está a favor de poder celebrar un referéndum o una consulta. Pero es aún más significativo el dato de que el 87,3% aceptaría el resultado de la votación. Es decir existe tal voluntad de convivencia entre los catalanes, tal conciencia y sentir que forman un mismo país que solo uno de cada diez encuestados se excluye del acuerdo. Ese tanto por ciento de personas que no es partidaria de la consulta y sin embargo aceptaría su resultado es lo que marca la diferencia de un país con una envidiable calidad democrática.
Podemos comparar esas actitudes con las que ofrecen la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles. O, francamente, podemos abrir los oídos y mirar a los lados y comprobar como lo más característico de la cultura civil española es la imposibilidad de discutir sobre ese asunto sin bramar, insultar y amenazar con el Ejército. Pero ése es otro tema.
Es evidente que la sociedad catalana es más que un espacio lingüístico y cultural, es un proyecto cívico común y un sujeto político soberano. Con independencia de lo que digamos cualquiera o lo que diga el estado español, está claro que la sociedad catalana se considera a sí misma una nación. El significado hoy día de la palabra “nación” es discutible pero constatamos que los catalanes ya existen en el mundo y en la historia por ellos mismos, eso es una realidad pues la ideología es una de las realidades más potentes. Lo único que les impide existir como lo que comúnmente se llama nación es que el estado español se lo niega. ¿Tiene derecho a hacerlo? ¿Es justo y democrático? O, dicho de otro modo, ¿tenemos derecho a hacerlo y actuamos así con justicia y democráticamente? Yo digo que no. Nadie tiene derecho a mantener sometido por la fuerza a un país, como dicen ser masivamente los catalanes.
Sería España contra Catalunya. Si la derecha nacionalista española consigue que su postura sea aceptada por la mayor parte de la población que vivimos fuera de Euskadi y Catalunya entonces sí que se habrá consumado la ruptura nacional de España, serían dos naciones enfrentadas sin posibilidad de pactos. España contra Catalunya.
Sería el Estado contra Catalunya. El PP pretende que el Congreso vote contra la voluntad explícita de la sociedad catalana. Si el PSOE se abraza al PP en esa maniobra ya no sería el Gobierno de un partido con mayoría absoluta sino los dos grandes partidos estatales que definen los límites del régimen político español. Sería el estado español contra Catalunya.
No fue el PSOE quien recogió firmas contra Catalunya, tampoco fue precisamente quien recurrió el estatuto al Constitucional. No tendría por qué apoyar ahora las consecuencias de esas irresponsabilidades, pero en este momento es un partido del que podemos esperar cualquier cosa. Incluso el suicidio político.
En el caso de que el estado español se posicionase contra la voluntad de Catalunya, ¿qué caminos le quedarían a los catalanes si no quieren suicidarse como ciudadanos? Alguien tendrá que hacerse esa pregunta.
La sociedad catalana necesita y va a necesitar en los próximos tiempos que quienes, sin ser catalanes, vivimos en España y deseamos verdaderamente vivir en democracia y libertad apoyemos su demanda. O seremos cómplices por asentimiento de unos políticos ignorantes, ciegos y locos. Tan ignorantes como para desconocer la sociedad catalana, tan ciegos como para no ver que no es un capricho de políticos aventureros sino una demanda firmemente asentada en toda esa sociedad y tan locos como para estar instalados en la idea de que, si es necesario, se sacarán los tanques en las ciudades y se detendrá a los dirigentes de un país. Es un sueño delirante en Europa, ¿no? Sin embargo, esa fantasía violenta es alimentada día a día desde medios de comunicación españoles.
La ideología franquista, como toda ideología totalitaria, actúa sobre la sociedad dividiendo, como entendía Carl Schmitt, entre amigos y enemigos, delimita por fuerza dos campos ideológicos y, que nadie olvide que una parte clave de la defensa de la democracia en España fue, es y será el reconocimiento de la diversidad nacional. Posicionarse contra Catalunya hoy es cerrar filas con la derecha nacionalista española y configurar una España definitivamente no democrática.
Y defender a Catalunya es defender la democracia y la libertad. Por ellos y por los demás ojalá el Gobierno se vea forzado a cambiar de actitud y, tras la sentencia del Constitucional, se abra a un diálogo político y legal que permita la consulta. Si no es así, parece lo previsible, le deseamos lo mejor a los catalanes y entendemos que tenemos el deber de apoyarles del modo que podamos.
La ciudadanía catalana nos plantea a todos un dilema democrático, y como tal dilema hay que escoger. Nos hacen un favor a todos, ya es hora de hablar de lo que es verdaderamente la democracia y la libertad. Sin miedo.