Ponme guapo, Montoro

Hoy arranca la campaña de la renta, y yo estoy pensando pedirle al ministro Montoro que si tiene un rato libre me eche una mano con mi declaración. Si me la hace él, estoy seguro de que me sale a devolver, y hasta me devuelven por los años anteriores en que me salió a pagar. Basta que aplique sobre mis ingresos y retenciones el mismo método que usa con las cuentas públicas este genio de los números.

Este año lo ha vuelto a hacer. Ha logrado que el déficit público sólo se pase unas centésimas del autorizado por Bruselas: el 6,62% frente al 6,5% que nos marcaron como objetivo para 2013. Visto lo visto, yo no me apostaría una cena a que en 2015 no cumpliremos el 4,2% a que estamos obligados. Parece una locura recortar en dos años otros 25.000 millones para llegar a ese 4,2%, pero con Montoro nada es imposible. El mago de Hacienda es capaz de conseguir el superávit en un par de años más. Y con bajada electoral de impuestos, ya verán.

Qué digo un par de años. En realidad ya hemos conseguido superávit, lo que pasa es que las autoridades europeas son muy quisquillosas y no nos lo reconocen. Ayer Montoro anuncióeufórico que ya tenemos “superávit estructural primario”, lo que traducido significa que, si no contásemos la deuda pública, los intereses y los efectos de la crisis, estaríamos ya en superávit. Sólo un quisquilloso se pone a mirar la deuda, los intereses, la crisis y otras minucias milmillonarias.

Parte del éxito contable de Montoro va por ahí: no dejes que unos miles de millones te estropeen una bonita cifra de déficit. El truco está en no contabilizar como déficit mucho del dinero que sin embargo gastamos y debemos. Pasa con las ayudas a la banca, rescate incluido, cuya condición siempre es que no compute como déficit. Tenemos que devolver decenas de miles de millones, pero mientras no nos estropeen la contabilidad, nada que temer. Otro tanto con los 2.400 millones para rescatar las autopistas fallidas: se tituliza la deuda convirtiéndola en bonos, y así no la contamos.

No sólo le pediría a Montoro que me hiciese la declaración de la renta. Si se prestase, le pediría también que me cuadrase el presupuesto familiar para llegar a final de mes, que es otra de sus especialidades. Igual que el final de mes de la familia media se adelanta cada vez más, así hace Montoro con el final de año, avanzándolo mes y pico a su cierre habitual. El ministro de Hacienda se tomó las uvas de 2013 en noviembre, que fue cuando cerró el año en materia de gasto: dio orden de que después del 25 de noviembre no se computase ningún gasto, y que las facturas que llegasen después de esa fecha pasasen a 2014. Es decir, lo que hacemos todos a final de mes: tirar de tarjeta o dejar a deber hasta el mes siguiente.

Después de que me haga la declaración y me arregle el final de mes, aun puedo pedirle un tercer favor al ministro: que me ponga guapo. Que se traiga su maletín y me ponga guapo, pero guapo, guapo, como él sabe. Su habilidad con el maquillaje es admirable. Él lo niega todo, dice que de cosmética, nada, que su belleza es natural, pero el año pasado ya Eurostat tuvo que darle un tirón de orejas y subirle el déficit real, afeándole el maquillaje contable. A base de retrasar pagos y devoluciones, consigue arañar otras pocas décimas de déficit público.

Aún no le hemos pillado el truco que ha usado esta vez, pero los analistas coinciden en señalar lo sospechoso que ha sido el último trimestre de 2013. Entre otras cosas extrañas, se redujo el gasto público pese a aumentar el número de empleados públicos y pagar la extra a los funcionarios. Huele raro, pero ni caso. Es sólo Montoro.