Dejando el pasado atrás
El principio de un nuevo año suele envolver un tiempo propicio para la benevolencia con nosotros mismos, a la vez que fantaseamos con lo nuevo que haremos en el futuro, que, cuando llega, justamente deja de serlo. Estrenamos los días de enero como unos calcetines o un móvil, o, como es nuestro caso, un tocadiscos (que entonces también llamábamos pick up) nuevo “del trinque” pero muy vintage. Para sorpresa de mis hijos, por unas horas ha sustituido a Spotify, victoria pírrica al fin.
Recuperar los discos de vinilo, arrumbados como La Transición en el trastero de la abuela, ha tenido el efecto propio de una catarsis de alcance limitado: una sacudida interior de las emociones, con el sabor de la añoranza de un pasado bonito a pesar de la idealización.
Vivimos a flor de piel, derrapando, sin densidad vital suficiente como para darles a los sentimientos la oportunidad de que arraiguen en nuestro interior. La digitalización nos ayuda a deslizarnos, aún más si cabe, con una prisa tan trivial como vulgar.
El patinaje acalambrado, por excitante y excitado, de vivencias disfrazadas de intensidad no favorece que nos paremos a pensar, porque no hay otro modo de hacerlo que poner interiormente el pie contra la pared y afrontemos que solo a base de maduración personal seremos capaces de dejar el pasado donde le corresponde.
Entonces quizá descubramos lo que hace un siglo advirtió Marcel Proust en El tiempo recobrado (1922), que es el séptimo volumen de su obra En Busca del tiempo perdido. “Es así: si gracias al olvido, el recuerdo no ha podido establecer ningún lazo, arrojar ningún eslabón entre él y el minuto presente, si quedó en su lugar, en su fecha, si conservó sus distancias, su aislamiento en el hueco de un valle o en lo alto de una cumbre, de pronto nos hace respirar un aire nuevo, precisamente porque es un aire que se respiró antaño, ese aire más puro que los poetas han tratado en vano de hacer reinar en el paraíso y que no podría dar esa profunda sensación de renovación más que si ya hubiera sido respirado, porque los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos”.
A las causas vitales les sucede lo mismo que a los paraísos proustianos, que solo aquellas que parecen perdidas son las que merecen ser luchadas. El 2023 pide a gritos desde sus balbuceos que vivamos hacia delante, sin que ningún episodio por doloroso que sea suponga una hipoteca definitiva sobre el futuro. El pasado nunca se puede cambiar, aunque se puede comprender, como muestra la monumental obra de Proust. La alternativa es un dolor destructor.
No nos dejemos arrastrar por la corriente de desesperanza que encara la vida real como si fuera una promesa incumplida, y, por lo tanto, como decepcionante e injusta. A cada uno nos toca interpretar la realidad única de la vida, en cuyo recorrido nos perdemos y reencontramos. Una mujer o un hombre buenos son quienes tienen una buena opinión de la vida, que como la apasionante New light que canta John Mayer, renuevan la alegría de vivir:
Oh you don't think twice 'bout me
And maybe you're right to doubt me but
But if you give me just one night
You're gonna see me in a new light
…
I wanna break through
I wanna know the real thing about you
So I can see you in a new light.
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