“El único veredicto es venganza, vendetta, como voto y no en vano pues la valía y la veracidad de ésta un día vindicará al vigilante y al virtuoso (...) Puedes llamarme V”
La plasticidad de la norma y de sus consecuencias ha ganado un lugar sublime en manos del CGPJ y de su actual virrey ya con fecha de caducidad. Cada vez más esta modesta crónica del lado oscuro de la Plaza de la Villa de París va conectando con los géneros distópicos que otros como Alan Moore cultivan con maestría. Dudo estar a la altura. Así, si hace unos días tenía que explicarles cómo se las habían apañado de una forma irregular para forzar un amparo a Llarena y asegurarse de que su bolsillo no sufra en Bruselas, ahora tengo de hablarles de cómo esos mismos arcanos del Derecho han servido para condenar a otro magistrado al limbo de los justos y privarle de su ejercicio jurisdiccional y de su sueldo durante unos cuantos meses cubriendo el doble objetivo de mantenerlo apartado de dónde no quieren verlo y de hacerle la Pascua florida, que tampoco es objetivo menor.
El palo y la zanahoria. Nunca hubo ocultación. Así se controla a los jueces según el propio Lesmes. Cierto es que se le olvidó explicar que, llegadas las postrimerías de su mandato, habría conejitos rechonchos y satisfechos y togados apaleados y maltrechos con un sólo baremo diferenciador: ser amigos o no serlo. Uno de los míos. La puerta abierta en la que todo es factible con un único control posible a través de un tribunal que él preside y cuya sala ha sido convenientemente abastecida. Pablo Llarena y José Ricardo De Prada. ¿Qué les separa además de un abismo de habilidades jurídicas? Uno di Noi. Un argumento que pesa más que cualquier mérito profesional.
A De Prada le están pasando la factura por muchas cosas, pero la menor no es la atribución a su independencia judicial del tenor de la sentencia que derrumbó a Rajoy. No es pequeña cuenta. El tornillo suelto de un mecanismo que el Partido Popular y sus mariachis judiciales y legislativos se habían ocupado de engrasar a la mayor empresa de salvar al partido de su putrílago.
José Ricardo De Prada es el único magistrado español que ha sido nunca juez internacional. Ningún otro español ha formado jamás parte de los tribunales internacionales creados con la finalidad entre otras de hacer justicia a los criminales de guerra. Nadie ha llegado a ese grado de reconocimiento internacional de su valía jurídica. A lo mejor por eso. De facto, recordarán que fue dejado fuera de la decisión sobre el ingreso en prisión de los condenados por la Gürtel, mujer de Bárcenas incluida, alegando que había pedido su pase a servicios especiales para hacer frente a la vista de los recursos de apelación de Radovan Karadzic. Y allí estaba hasta que las vistas del recurso se han celebrado y deliberado y hasta que el tribunal ha comunicado a las partes que la sentencia saldrá en diciembre. Ahora mismo se ultima la redacción y traducción por los equipos jurídicos del tribunal, bajo la dirección del presidente, y no hay cometido o función que requiera su presencia en La Haya.
Así las cosas, De Prada solicitó su reincorporación al servicio activo en la Audiencia Nacional y, a la vez, quiso presentarse como candidato con avales a vocal. Una batalla que ya se está librando. La decisión del CGPJ de no permitirle su vuelta al servicio activo -basándose en que no presenta certificación de lo que nadie está llamado a certificar- consigue en una carambola perfecta impedirle ser candidato a vocal e impedirle volver a la Audiencia Nacional. El triple salto se completa con dejarle sin ingresos. Dado que se buscó un mecanismo low cost para los actuales tribunales internacionales ad hoc (IRMCT), los jueces de los países sólo cobran por las horas de trabajo necesarias que certifican los presidentes de los tribunales. Así que como ya no hay trabajo en La Haya, De Prada no cobra de allí y como no le dejan volver a su puesto de la Audiencia Nacional, pues tampoco de aquí.
No es ese el principal de los problemas, pero no deja de constituir una preciosa paradoja no sólo sobre los bolsillos que se protegen sino también sobre la forma de entender el patriotismo y la forma de estar de España en el mundo. ¿Qué podría hacer De Prada desde esta situación imposible en la que le pone Lesmes para volver a su puesto en la Audiencia Nacional y recobrar una función protegida por la inamovilidad? Sólo le dejan la salida de renunciar al tribunal, pero si el magistrado español hace tal cosa, toda la apelación de Karadzic se viene abajo y todo debería comenzarse desde el principio con un nuevo tribunal conformado. ¿Qué pasaría con los compromisos internacionales de España y con sus socios si la renuncia de un magistrado español creara tal conflicto en un asunto que todavía remueve los cimientos de la sociedad balcánica? ¿Qué forma de entender España y lo que significa lleva a indignarse ante un inexistente cuestionamiento de la indemnidad de la jurisdicción en Bruselas y a prácticamente exigir que se cree un conflicto internacional por desbaratar un tribunal? Llarena versus De Prada. Todo con V.
De Prada no va a hacerlo por “responsabilidad ético profesional, institucional y de respeto a los compromisos del Estado Español con la ONU y con la Justicia Pena Internacional”, como ya ha dicho públicamente. ¿Se han solidarizado muchas asociaciones judiciales o muchos compañeros magistrados con él? La respuesta es no. Es evidente que el corporativismo ha sido ya devorado, con V, por el monstruo de la certidumbre de la supervivencia.
Tampoco hay que olvidar el objetivo de mantenerlo fuera de la Audiencia Nacional en un momento en el que el aliado jurisdiccional del PP, el magistrado Hurtado, ha pedido abandonar la Sección Segunda que debe conformar tribunal para, por ejemplo, el juicio de los Papeles de Bárcenas aún pendiente. Si De Prada se reincorpora, aterrizará allí y no hace falta decir que los que cortan el bacalao en la judicatura no lo quieren. Y los que cortan el bacalao mandan tanto y tan por libre que es posible que se hayan convertido ya en uno de los problemas de este país por su profunda deslealtad con el Estado, aunque vendan lo contrario.
Decía el personaje de Valerie Page en V de Vendetta: “Nuestra integridad vale tan poco, pero es todo lo que realmente tenemos, si salvaguardamos ese centímetro, somos libres”. Ite missa est.