Comienzo a escribir este texto con la esperanza de que usted, lector, no haya escuchado el discurso del presidente brasileño Jair Bolsonaro en la Asamblea de la ONU. Si lo hizo, me disculpo. Sin rodeos. En Brasil no somos así, créame. Al menos la mitad del país está tan avergonzado como yo.
Por tradición, Brasil es el primer país en hablar en la ONU. Hace apenas unos años, esto significó que por primera vez una mujer pronunciara el discurso inaugural en la Asamblea General de las Naciones Unidas – Dilma Rousseff – llenando de orgullo a las mujeres brasileñas como ella.
Esta vez, el discurso de Bolsonaro, en su duro portugués militar, le mostró al mundo como uno de los líderes más delirantes del mundo. Bolsonaro ha sido el primer presidente elegido democráticamente en defender una dictadura militar latinoamericana en el seno de Naciones Unidas. Ha atacado a Venezuela y Cuba, y ha dicho que los militares brasileños “ganaron esa guerra”, porque, en su opinión descabellada, Brasil estaba “al borde del socialismo” en la década de los sesenta, lo que contradice cualquier estudio serio de la Historia brasileña.
También ha argumentado que los “misioneros cristianos” están siendo perseguidos en todo el mundo, sin mencionar que los cristianos radicales se están articulando, con su apoyo, para perseguir los derechos de las minorías LGBTI y de las mujeres. Ha dicho que Trump es un gran aliado y ha atacado a Macron como “neoimperialista”. Pero su alucinación paranoica acaparó de verdad la atención de los líderes mundiales cuando mencionó la Amazonia.
Para Bolsonaro, “el Amazonas está intacto” y los incendios que han llamado la atención de todo el mundo son “normales”, aunque hay varias investigaciones en curso sobre los llamamientos a los agricultores para hacer un 'día del fuego' juntos. Ha aprovechado la oportunidad para decir que las comunidades indígenas y tradicionales a menudo prenden fuego a sus tierras “por razones culturales”, echando la culpa a los que viven en el bosque y lo protegen. Y asegura que el gran problema en la Amazonia son los “ecologistas radicales” que han incorporado la “ideología” en las políticas ambientales.
Sobre los pueblos indígenas, Bolsonaro ha ido más allá. Ha prometido de antemano que no va a ampliar las tierras indígenas porque, según su visión distorsionada, “los indios son humanos como nosotros” y quieren desarrollo. Simplemente no pueden porque son utilizados por “ONG” y “gobiernos extranjeros” que no quieren el desarrollo del país. Dice que la reacción global a los incendios en la Amazonia desafió la soberanía nacional y llenó a su gente de patriotismo.
Entonces, cita dos veces a uno de los principales líderes indígenas de Brasil, el Jefe Raoni, de la etnia Caiapó, nominado para el Premio Nobel de la Paz. Dice que “un solo liderazgo no habla por todos los indígenas”. Y menciona a una joven indígena que forma parte de su comitiva, de la etnia Kalapalo, que está de acuerdo con su Gobierno y sentenció que ella, sí, representa a los indios.
Bolsonaro mostró al mundo lo que pretende hacer con las tierras indígenas: abrirlas a la explotación, dividir a los líderes, aislar a los que no están de acuerdo con el uso económico de su territorio, y comprar a los demás a cambio de mucho, mucho dinero. Un reportaje de Agencia Pública reveló que el plan ya está en marcha, y Funai, la agencia que se suponía protegía la forma de vida de los amerindios brasileños, está siendo designada para convertirse en un intermediario de los intereses mineros en tierras indígenas, lo que actualmente está prohibido por la Constitución. Para ello, tendrán que cambiar la ley, con el apoyo de tres quintos de los miembros del Congreso. El Gobierno ya está trabajando en ello.
Bolsonaro acaba de mostrar al mundo lo que pretende hacer con la Amazonia: acabar con ella. Qué lástima.