Muchos se han preguntado si la democracia estadounidense iba a sobrevivir a Donald Trump, a los muchos destrozos ocasionados en ella por el peculiar presidente republicano. Especialmente preocupado se mostraba Paul Krugman, el muy activo líder de opinión Premio Nobel de Economía. A las deficiencias del sistema, que las hay, se añadía los cambios sustanciales ejecutados por Trump. “La mayoría del Supremo fue elegida por un partido que solo ganó el voto popular una vez en las últimas ocho elecciones”. Con cargos vitalicios. Para ese remate ideológico de la justicia norteamericana había contado con el presidente del Senado, Mitch McConnell, quien se saltó las normas y nombró a la ultraconservadora candidata de Trump Amy Coney Barrett cuando solo faltaban unos días para las elecciones. Y nada menos que para sustituir a la gran Ruth Bader Ginsburg que llegó a cambiar la historia de su país.
Aún queda un mes para que Donald Trump ceda el testigo al presidente electo Joe Biden. Y todavía se contiene la respiración por si sucede algún percance. Son muchos los temores que despierta lo que todavía pueda hacer este ser que se niega a aceptar la derrota y despliega actividades que ningún otro presidente hizo en sus circunstancias. Programar la ejecución de seis condenados más del corredor de la muerte, que sumaría a los 13 que ya liquidó desde agosto: dos de ellos por crímenes cometidos en la adolescencia. Y cambiar las alianzas en Oriente Medio o participar presuntamente en asesinatos selectivos de envergadura en la zona.
Y, de repente, la democracia reacciona: William Barr, el Fiscal General nombrado por él y que le ha sacado de más de un apuro, dimite antes que secundar el delirio de Trump. Y el mismo presidente del Senado que le ayudó reconoce la victoria de Biden, tras haber denegado los jueces los requerimientos de Trump para revocar resultados electorales con falsas acusaciones de fraude. La justicia, incluso la afín a Trump, le abandona del mismo modo que la prensa lo hizo ya en una reacción decisiva, cuando cortó sus mentiras o las desenmascaró. EEUU demuestra que realmente le importa la democracia, a diferencia de otros países, como España, tan lastrados por una justicia partidista, cierta prensa servil y desinformadora, unos ideales que hablan de unidad antes que de democracia y tanto fascista, cuentista y aprovechado infiltrado que ni sorprende el rumor recurrente de golpes de Estado.
En España el Consejo General del Poder Judicial no solo sigue haciendo nombramientos, tras llevar dos años caducado, sino que se apresura para impedir que le alcance la intención del Gobierno de limitar sus funciones mientras esté en interinidad como ahora, apoyada por mayoría en el Congreso. Son cargos vigentes hasta la jubilación. La prensa conservadora lo dice bien claro: el CPGJ desafía al Gobierno, y desde otra banda se insiste en definir como “asalto a la independencia judicial” el intento de frenar esa extralimitación. Y ni en sueños denuncia los abusos y mentiras de los líderes que lastran la democracia como ha hecho la prensa norteamericana con Trump.
Entretanto, el Tribunal Constitucional, también caducado, sentencia que es delito agraviar verbalmente a la bandera. O decide que la libertad de expresión no ampara las protestas que perturben una ceremonia religiosa, en un país aconfesional como marca la Constitución. Y todavía hay quien defiende que escribir en un chat privado que quieres fusilar a 26 millones de españoles sí es libertad de expresión.
Trump se daba por contento si morían por COVID-19 entre 100.000 y 150.000 estadounidenses, implicaría que su administración habría hecho “a good job”. Ayuso, la promotora empresarial de Madrid con cargo al erario público, no va a cerrar la Comunidad, ni comercios, ni bares y restaurantes, cuando todos los gobiernos responsables de Europa y otras comunidades autónomas españolas lo están haciendo ante el aumento de los contagios. La prioridades son otras. Decía Krugman en el mismo artículo, recién conocida la mayoría que se apuntaba para Biden: “Necesitamos desesperadamente una nueva ronda de gasto federal en sanidad, ayuda para el desempleo y para empresas, y apoyo a las apuradas administraciones estatales y locales”. Hay políticas que salvan vidas y las hay que las destrozan.
74 millones de seres apoyan aún a Trump, se pegan por él, pero la mayoría lo manda a su casa. La política espectáculo para dummies lo encumbró, como a la camorrista Ayuso, que basa su propaganda en la bronca con el Gobierno de España para poder hacer su trabajo de gerencia del PP.S.A. en Madrid. Cueste lo que cueste, hasta enfermedad y vidas, lo mismo que Donald Trump.
La democracia se salva si los ciudadanos la aman y luchan por ella. Es el quid cuya respuesta inquieta en España. Y que no se llegue a entender que ésa es la base sobre la que se asienta todo. No hay economía, sin vida. No hay sociedad sana, sin justicia, ni información independientes. No hay derechos y libertades para todos, sin democracia.