Ahora ha sido Turquía, siguiendo la estela. Se ha permitido dar un puntapié a la democracia, por muchos que sean los atenuantes. Lo que lleva a los guardianes de las esencias a cuestionarse la propia naturaleza del sistema en el que el pueblo decide. A las urnas las carga el diablo, dicen. Vive el mundo momentos precarios en las libertades. Y todo avisó con antelación.
Llamar democracia a lo que regentaba Erdogan en Turquía es un eufemismo pero algunos preferían pensar que cumplía las formas. Al punto de convocar un referéndum para convertirse oficialmente en una autocracia. Ganado de antemano, por supuesto. Lo curioso es que un nutrido sector de turcos ha avalado y potenciado a un dirigente que ya carga a su espalda el encarcelamiento de cien mil personas con la excusa del presunto y oportuno golpe de Estado que sufrió. Intelectuales, periodistas independientes, jueces, profesores, militares demócratas, son los principales objetivos de su cruzada. Muchos han sufrido torturas.
Ahora, el Erdogan que ostenta todos los poderes, podrá legalizar la pena de muerte y ejecutar disidentes como hizo otro colega admitido sin problemas por Occidente, el dictador golpista de Egipto, Al Sisi. Sujeto al que Trump recibió ya con todos los parabienes.
Sean mayoría o no, millones de turcos han llegado a la conclusión de que necesitan un tirano para tiempos difíciles. O, los norteamericanos, un esperpento millonario sin escrúpulos, a quien ahora adorna el juego de la guerra –con daños reales– para acrecentar el mito. El presidente de Estados Unidos se ha apresurado a felicitar a su “homólogo” turco –titulan con precisión–. Son los líderes idóneos para estos tiempos de confusión en los que unos pocos tienen mucho que ganar y millones de personas tanto que perder.
La democracia no está en cuestión, sino quienes la pervierten. A veces imagino a esa pléyade de votantes de “lo inconveniente” plantados en un bancal como el que plasmó José Luis Cuerda en Amanece que no es poco. Cada mañana, los encargados del jardín, les riegan con mimo y siembran nuevos esquejes. Ahora han colocado a sus líderes en el poder, con indiferencia vegetal. Dispuestos a lanzarse al abismo, llevándonos a todos de la mano.
Los cultivadores son los mismos que a lo largo del día criticarán las deficiencias del desorden que apuntalan. Esos que, cubiertos por el agua y a punto de ahogarse, seguirían tecleando con las dos manos libres contra los enemigos de sus trampas y privilegios. Esa gota malaya, ese ejército dispuesto a segar cualquier idea de progreso.
Millones de personas son incapaces de relacionar que las políticas de la desigualdad tienen consecuencias. Que matan tanto o más que las bombas y camiones de los fanáticos. Muchos turcos declaran las buenaventuras que esperan del nuevo régimen: trabajo, riqueza, una vida mejor. La mayoría de los votantes de Trump lo creen también. Pero así se sembró y alimentó. Con las mentiras, la banalidad y la infantilización de la sociedad, sobre un sustrato de profunda injusticia social. Y de abandono de los más vulnerables.
Francia, el país que cambió el signo de la historia con la Revolución del XVIII, podría llevar a la presidencia a una mujer ultraderechista acérrima. Los establecidos temen más a Jean-Luc Mélenchon que a Marine Le Pen. El antiguo primer ministro Lionel Jospin ha venido a demostrar que al partido socialista francés se le fueron antes las figuras de la izquierda que los votantes. Ahora aterra su “extrema izquierda”. 65 años, curado de muchos espantos, harto de muchos desvaríos, se ha lanzado a la arena con su imagen más provocadora. ¿Seguro que no se lo explican? El tinglado que se montaron los partidos que nos llevaron a la crisis de todos los valores ya no funciona, por mucho que se empeñen. Cómo será que los medios franceses no paran de hablar de Venezuela. Aunque cueste creerlo: Venezuela también en Francia.
Como en España. “Así empieza lo malo”, leo, con… el autobús de Podemos. Ah, ¿no había empezado ya? Por la insistencia se diría que con las primeras papillas. Pero, en definitiva, otro spot de la sociedad del espectáculo. No mayor que la perfomance continua de la derecha. Será que los ciudadanos ya no entienden otra cosa. “Lo malo”, lo peor, es la prioridad de las iras del sistema que no demuestra sino su propia degradación.
Tras el trance de la Semana Santa, exaltado este año a conciencia, nos caímos de bruces sobre la realidad. Tenemos a 120 empresas disfrutando del trabajo casi esclavo de presos. A la sanidad pública descuartizada y utilizada. En Madrid no se cobran servicios a la privada, con la jefa entretenida en hacerse la rubia. La peste creada por Aguirre, la rubia por antonomasia, con sus contratos y dispendios, da cada día nuevos signos de putrefacción.
¿Y las autopistas quebradas? Nos van a costar no menos de 5.500 millones de euros y ahora el ministro del ramo avanza su venta porque igual, sin deudas, ya son rentables. Para sus nuevos dueños. O no. Porque las previsiones con las que se construyeron fueron erróneas y siempre está nuestro dinero para sufragarlo. Y esto se vota una y otra vez.
¿Y Rato? ¿Cabe más escandalosa trayectoria? “Rato se comportó en el poder como un cleptócrata profesional, como el vicepresidente de una república bananera, con el descaro y la impunidad de quien se sabe por encima del bien y del mal”, escribe Ignacio Escolar. Sello de la casa PP, con bañador rubio.
Rajoy va testificar ante la Audiencia Nacional por la Gürtel. Con todo el aparato que apoyó a la infanta Cristina en su juicio a su favor. Y nos damos por contentos con una declaración, como testigo, del presidente del PP de la Gürtel. Y reconociendo que es un hito en el sistema, además. La reacción visceral del PP, acusando al PSOE a través de un comunicado de estar detrás de la llamada judicial, da idea del comatoso estado de la Justicia en España o de la concepción del PP sobre su funcionamiento.
Estamos hablando de un país en el que pasan sin trascendencia alguna las andanzas de López Madrid, yerno del empresario Villar Mir, amigo de los reyes, compiyogui de la reina por más señas, con Granados, la Púnica y la dulcemente llamada policía “patriótica”. Sonroja enumerarlo y aquí no pasa nada. Realmente, en España, también se votó a un partido que había implementado la Ley Mordaza. Y otros partidos sensatos y moderados, constitucionalistas, se dicen, le dieron la mayoría que les faltaba para seguir gobernando.
Francamente, el autobús de Podemos, la madre de todas las andalucías y las apuestas mediáticas por el candidato que vaya a llevar al desastre al PSOE como a sus colegas en Francia es casi ya lo de menos. La propia impotencia de la denuncia, de escribir como la página que se lanza a un agujero negro a abrirse paso con desigual fortuna. Cuanto se anunció, se cumple y en sus peores escenarios. Y ahí siguen sus autores empecinados en lo mismo.
“Si supiera que el mundo termina mañana, yo, todavía hoy, plantaría un árbol”, escribió el líder negro Martin Luther King, asesinado en 1968. A pesar de todo. Por dignidad, siquiera. Ideas que sobrevivan, no bancales de excluidos útiles.