En todo el mundo, el consumo de información ha aumentado extraordinariamente estas últimas semanas. El resumen es que ha crecido en especial en los grandes medios, en particular en la televisión y, en paralelo, en las redes sociales. Los ciudadanos compatibilizan el uso de los medios más abiertos y generalistas con los más especializados y fragmentados a través de las redes sociales.
El confinamiento en los hogares ha permitido a la televisión tradicional en abierto recobrar un protagonismo que poco a poco iba perdiendo estos últimos años. La información se ha convertido en el género más seguido. Los grandes programas de espectáculo o la producción de series se han visto interrumpidos. En el fondo esto está siendo su salvación. La publicidad se ha hundido y en la actualidad las cadenas no pueden mantener los costos de una programación convencional. Una buena parte del sector de la producción de programas y series en televisión está en plena caída hacia el abismo.
La crisis que viven las cadenas nacionales contrasta con el extraordinario rendimiento que obtienen las plataformas de ‘streaming’ para las que el confinamiento mundial se ha convertido en un maná económico. Ahora, su problema es el de cómo poder producir nuevas series cuando toda la actividad industrial está detenida. Confían en que se trate de un problema temporal y que en unos meses puedan recuperar su capacidad de generar nuevos contenidos. De momento, al no depender de la publicidad, sino del abono directo de los usuarios, su éxito comercial es abrumador. Es uno de los negocios beneficiados por la emergencia sanitaria mundial. Es una pena que no exista aún una alternativa española competitiva que haya podido aprovecharse del fenómeno.
Las redes sociales viven por su parte un período de eclosión incontenible. La extensión de su capacidad de interconexión tiene un grave inconveniente: el descontrol absoluto de sus contenidos. Nadie en el mundo se hace responsable realmente de lo que aquí aparece. La proliferación de campañas de intoxicación organizadas campa a sus anchas. Tampoco existe un control real sobre lo que cada individuo puede ver o hacer. Como siempre, el peligro no está en quienes usan las redes con civismo y bonhomía. El problema recae en las miles de voces malintencionadas perfectamente organizadas que cooperan con la contaminación informativa. El último estudio realizado al respecto por el Pew Research Center en Estados Unidos concluye que los ciudadanos que se informan prioritariamente por redes sociales son los que menos saben sobre la evolución del COVID-19 y más de la mitad de ellos (57%) son conscientes de acceder cotidianamente a datos falsos sobre el asunto.
Si la crisis de la publicidad es grave para las otrora poderosas cadenas de televisión, para las radios y la prensa es demoledora. Ahora mismo, todos los medios tiemblan ante el panorama que se presenta. Desgraciadamente, los sistemas de pago directo a periódicos por parte del usuario aún no están muy extendidos en España. Apenas existen medios que cuenten con una significativa red de socios que puedan sostener su negocio. Los periódicos tradicionales más importantes ven aún más negro un panorama ya de por sí difícil. Hay que tener en cuenta que para contribuir al desastre, los pocos ejemplares que se vendían en papel han dejado de hacerlo en su mayoría por los actuales problemas de impresión y distribución.
Los medios ya han recurrido urgentemente al gobierno para buscar colocarse en la lista de sectores gravemente afectados por la emergencia nacional y exigen ayudas inmediatas para garantizar su subsistencia. Veréis pocas noticias publicadas al respecto, a pesar de que la intensidad de sus presiones es incesante. El problema del gobierno es el de determinar en qué lugar coloca a las empresas de comunicación en la lista de prioridades a las que atender.
La estructura de los medios en España está absolutamente vinculada a la obtención de beneficios económicos directos. No existen grandes grupos diversificados capaces de compensar una crisis con otras posibles vías de ingresos. Esto equivale a asumir la enorme debilidad que nuestro mapa mediático tiene. Tampoco hay grandes mecenas, al estilo de Jeff Bezos en The Washington Post, que puedan participar en este negocio como defensores de su existencia sin necesidad de considerarlo su actividad estratégica.
Todo este trasfondo financiero puede que sirva para explicar la peculiar politización con que algunos medios en España abordan el tratamiento de la emergencia sanitaria que vivimos. En algunos casos evidentes, más que contribuir a crear un clima social optimista y a extender los necesarios mensajes de ánimo colectivo para afrontar el sufrimiento generalizado, secundan sin límite campañas ideológicas en favor de intereses políticos concretos. De esta forma, buscan hacerse necesarios para que esos partidos se vinculen a garantizar su subsistencia. Plantear la lucha contra el COVID-19 como si hubiera opciones ideológicas alternativas más eficaces es querer engañar a la ciudadanía.
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