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Demoler la cruz

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Demoler la cruz. Acelerar la degradación natural con la voladura de una obra fascista como símbolo de la restitución de la democracia. Destruirla como hicieron los aliados con la cruz gamada del Zeppelinfeld en Nuremberg, donde los nazis realizaban sus actos de fuerza y exaltación. La ciudad alemana restaurará el estadio para recordar lo que allí sucedió, pero sin la esvástica presente. El ejemplo a seguir para nuestro lugar de vergüenza. Destruir la cruz, desacralizar la abadía, sacar a los monjes del lugar, devolver dignidad a los represaliados enterrados y transformarlo en un memorial al estilo del que hay en Auschwitz o al de Rivesaltes para mostrar la barbarie en la que también participó la Iglesia Católica por mucho que le pueda ofender recordarlo. 

La cruz es en sí misma una exaltación del franquismo porque la Iglesia fue colaboradora necesaria del democidio español y porque el monumento tuvo como especificidad su carácter religioso. La moral y la norma católicas servían como elemento represor de los presos que lo construyeron y de los cuerpos de los que allí yacen. Franco no permitió que hubiera ningún represaliado en sus criptas que hubiera renegado del catolicismo entre los más de 34.000 republicanos que fueron trasladados sin permiso de sus familias al no encontrar suficientes fascistas que enterrar en el mausoleo. Ni el nacionalismo español ni el catolicismo pueden separarse del franquismo y esa mancha la tendrán para siempre en su legado. 

El Gobierno no lo va a hacer, aunque sea necesario para resignificar de manera efectiva el mamotreto de Cuelgamuros. Sin hacerlo ni pretenderlo ya es una de las falacias que está usando la extrema derecha para oponerse a una ley a la que se enfrentan de manera personal y familiar por poner negro sobre blanco que sus antepasados fueron los responsables de miles de muertes, expolio y corrupción. No aprende la izquierda en lo que respecta a los procesos de memoria, no hay nada que pueda hacer para atraer a la derecha al respeto a las víctimas. Hay que hacerlo pese a ellos, en contra de su resistencia.

La pervivencia de la cruz en el complejo franquista es muestra del complejo del PSOE. Una ley de memoria democrática timorata y que en algunos aspectos roza la burla a las víctimas. La permanencia de la cruz a pesar de que el relator de derechos humanos Pablo de Greiff expresó que la simple existencia del Valle de los Caídos es una exaltación del franquismo deja en evidencia la incapacidad del PSOE, ahora con Unidas Podemos, de mostrar ambición para aprobar una ley que otorgue a España una cultura democrática que se rija por los estándares europeos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial.

La cruz no es solo símbolo de la barbarie del franquismo, sino de lo exiguo de una ley que tiene como punto más sonrojante la negación a las víctimas del franquismo del mismo estatus que a otras víctimas que tienen un carácter privilegiado en nuestra democracia. No hay víctimas de primera y segunda categoría pero España se empeña en jerarquizar y poner en el punto más bajo a los represaliados por la dictadura. El colmo de esa humillación es la normativa en cuanto a reparación que incluye un inventario del patrimonio robado y expoliado pero sin la posibilidad de recuperarlo ni tener ningún tipo de indemnización, no vayan a molestar a las grandes empresas y fortunas de este país construidas sobre las fosas comunes de los demócratas.

La cruz tiene que caer y el resto del monumento permanecer, para cuando vayamos a visitarlo recordar el espíritu de Max Aub, que en su vuelta del exilio insistió en visitar Cuelgamuros para honrar a los que lo levantaron. Porque la dignidad para las víctimas se erige también tumbando la cruz del monumento, por mucho que ofenda a los creyentes que no sintieron ofensa alguna al ver cómo fue levantada con la sangre de los represaliados.