En buena parte de Europa, incluida España, el centro derecha se ha derechizado, cuando no se está viendo sustituido, como efecto de su competencia con las nuevas derechas nacionalpopulistas, que crecen. Fracasadas las políticas de cordones sanitarios, éstas se normalizan, pasan a formar parte del mainstream (Cas Mudde) al entrar en gobiernos nacionales, regionales y locales. Y veremos qué pasa el año que viene en las elecciones al Parlamento Europeo.
Las derechas europeas están desunidas. Las izquierdas, también. El alemán Manfred Weber, cabeza del Partido Popular Europeo, no ve con malos ojos un escenario de colaboración con la italiana Meloni, aunque otros democristianos alemanes han puesto el grito en el cielo. Está aún por ver si en Alemania el crecimiento demoscópico de la AfD, la Alianza por Alemania, derechizará a la Democracia Cristiana, desaparecida en Italia. Ha ocurrido en Francia, donde la derecha gaullista ha perdido peso a favor del populismo del antiguo Frente Nacional de Marine Le Pen (hoy Rassemblement National). Y también el socialismo ha colapsado en Francia, que se derechizó en materias de inmigración, cultura y orden público, para competir también con las posiciones del Frente Nacional (¿Se acuerdan del primer ministro, entonces socialista, Manuel Valls?). En Francia, donde el centroderecha y el Partido Socialista se han hundido, si no hay una reacción, las próximas elecciones presidenciales, a las que ya no se puede presentar Macron, un liberal sin partido, pueden acabar en un enfrentamiento entre Le Pen y Mélenchon, con graves consecuencias “patrióticas” para el proyecto europeo.
Estos fenómenos se registran también en varios países nórdicos, antes oasis de tolerancia y avances sociales, y del este europeo. Todos han aprendido de las tácticas electorales de Trump (que puede volver), tanto en la mentira, la manipulación y la creciente polarización, como por atender a sectores de la población que habían desatendido otros partidos, como los obreros industriales y algunas clases medias, que han perdido empleo y sueldo a favor de la automatización, la globalización y el neoliberalismo. No cabe olvidar que después del muy popular Obama llegó Trump. Por algo sería.
En España, el PP, bajo la presión de lo que en un principio fue una escisión, Vox, cuyos cuadros venían mayoritariamente de sus propias filas, no ha escapado a esta tendencia. De hecho, la moderación (en algunos aspectos) de un Rajoy llevó al nacimiento de Vox. Se podía pensar que éste se llevaba el elemento más extremo del PP y de sus votantes. Hay que recordar que el gran éxito de Aznar fue agrupar bajo ese partido desde la extrema derecha y el post franquismo al centroderecha liberal. Ahora el PP ha recuperado lo que había supuesto Ciudadanos, pero le queda la derecha a su derecha. Lejos de centrarse se ha derechizado para intentar recuperar esos votos que se le fueron. Incluido, recientemente, el voto más joven, los de 19 a 21 años, algo que estudió Cas Mudde y que viene a ratificar los datos del CIS para España. Lo mismo que en el resto de Europa. En Alemania, mucho joven ha abandonado a los antes dominantes SPD y CDU, para decantarse por los liberales, los Verdes, o la AfD, cuya organización de juventud, la Junge Alternative für Deutschland (JA), está cada vez más vigilada por los servicios de inteligencia por manifestarse como “claramente xenófoba” y “propagadora de un concepto racial de la sociedad basado en supuestos biológicos básicos”. El creciente atractivo de las extremas derechas para los más jóvenes en Europa es algo que nos diferencia de Estados Unidos, donde el trumpismo no ha conseguido, aparentemente, atraer el voto de esas cohortes.
Hay tendencias continentales y más allá (como EEUU, con un sistema de partidos muy diferente). España no es tan diferente, pero es algo distinta. Persiste el peso de una cierta herencia del franquismo, y está el tema catalán y del extinto terrorismo de ETA, que le dan más vuelo a la derecha, al menos fuera de Cataluña y del País Vasco y Navarra. PP y PSOE aguantan, aunque ya no en el anterior bipartidismo, ni está el futuro garantizado.
Las derechas nacionalpopulistas se han hecho más aceptables. Es lo que algunos llaman la melonización de la política. ¿Por qué? En Italia, la presidenta del Gobierno esconde sus orígenes fascistas. Al llegar al poder, junto a derechas radicalizadas como la de Salvini, su gran bandera es la del freno a la inmigración. Pero hay otras, como limitar la libertad de recurrir al aborto voluntario (véase Finlandia), negar el factor humano en el cambio climático y, por tanto, las políticas para atajarlo, bajar los impuestos y reducir lo público (educación y sanidad) aunque no las inversiones públicas en industria pues hay que competir con EEUU y China, que las practican a gran escala (del neoliberalismo al productivismo, como lo describe Rodrik). No les importa que les llamen populistas. Tampoco le importaba a Berlusconi, cuyo fallecimiento abre interrogantes sobre el futuro de Forza Italia, que en parte empezó todo esto allí y está integrado en el PPE. Berlusconi influía en España a través de Mediaset, la televisión más populista. Por el contrario, se vanaglorian de ello. Son hijos del agotamiento de la posmodernidad y el neoliberalismo, que, como ha apuntado el sociólogo canario José Saturnino Martínez, generan fenómenos como los rojipardos, que en España, pretendiéndose de izquierdas, reclaman la vuelta a ciertos elementos del franquismo como el corporativismo, el INI, o lo rural.
Cuidado con la contaminación desde la derecha extrema, que puede crecer hasta grados insospechados con la simbiosis entre la inteligencia artificial, especialmente la generativa, y el poder de las redes sociales para alcanzar unas capacidades extraordinarias de manipulación. El auge las redes sociales en los últimos lustros está detrás de mucha de la polarización actual en nuestras sociedades. Pero las razones de esta polarización y de la creciente fragmentación de las sociedades hay que buscarlas más allá, en los grandes cambios de todo tipo que vivimos. En una reciente comparecencia en el Congreso de EEUU, Sam Altman, CEO de OpenAI, la empresa que lanzó el ChatGPT, expresó su preocupación de que algunas personas pudieran utilizar modelos lingüísticos para manipular, persuadir y entablar interacciones individuales con los votantes. Otros analistas apuntan que esta simbiosis ha generado una herramienta poderosa para influir a través de la manipulación de emociones y percepciones. ¿Se empezará a ver en 2023, o en las muchas elecciones importantes en 2004? Fue Obama el que primero utilizó a fondo las redes sociales en la campaña de 2008. Fueron Trump y los partidarios del Brexit los que en 2016 manipularon a fondo estas redes para lograr sus objetivos (con la ayuda de Cambrige Analytica). Las posibilidades que se abren ahora con estas herramientas para influir a través de la manipulación de emociones y percepciones son mucho mayores. Enormes.
Sí, las derechas extremas derechizan a las derechas moderadas. Por la izquierda, también hay radicalizaciones similares. Entretanto, el centro, los centros, se vacían. Una excepción puede ser el Reino Unido, con un Partido Conservador radicalizado desde que el populista Farage lo empujó al Brexit, pero donde Starmer está logrando centrar el Partido Laborista, volver a ocupar ese terreno descuidado y, hoy por hoy, ganar. La desaparición de los centros deja a mucho ciudadano políticamente huérfano. No lo veremos en estas elecciones de 2023/2024. Quizás, solo quizás, en siguientes.