Ah, qué tiempos aquellos en que los partidos nacionalistas eran responsables, moderados, constitucionalistas, firmaban pactos de legislatura, colaboraban lealmente en la gobernabilidad del Estado y se conformaban con unas cuantas competencias transferidas, partidas presupuestarias, infraestructuras y cesiones de tributos. No como estos de ahora que ni le cogen el teléfono al candidato Feijóo, apoyan amnistías y referéndums, exigen un nuevo modelo territorial o directamente la independencia.
Oyendo a Feijóo lamentar la falta de apoyo del PNV y Junts, y viendo sus intentos por acercarse a ellos y cortejarlos, se diría que sufre nostalgia de tiempos mejores. Que echa de menos a Pujol y Arzalluz, los dos líderes históricos del nacionalismo catalán y vasco de derecha que los más jóvenes tendrán que buscar en Wikipedia porque ni les sonará el nombre. Otra época.
En aquellos tiempos remotos, Pujol y los convergentes eran para la derecha política y mediática española unos chupasangres que exprimían la debilidad del PSOE, además de corruptos y enanos que no hablaban castellano; mientras que Arzalluz era un racista antiespañol que se beneficiaba políticamente de los atentados de ETA. Hasta que el PP necesitaba sus votos para la investidura o para sacar adelante presupuestos y leyes, y de pronto eran prohombres de Estado con los que se podía negociar y pactar. Entregándoles lo que pidieran, que el PP aflojaba fácil con tal de gobernar; y haciendo la vista gorda con la corrupción, en el caso de CiU. Hasta que el PP conseguía la mayoría absoluta o pasaba a la oposición, dejaba de necesitarlos, y volvían a ser chupasangres y racistas contra los que todo valía, incluida la guerra sucia policial en el caso de Cataluña.
Oír a Feijóo diciendo en el Congreso que él es más “sensible” que nadie con la “España autonómica”, que siente “empatía” por los cuadros, votantes y base social del PNV, porque “parte de su base social es la nuestra”; oírle reprochar a Junts que se haya desviado de la senda de sus antecesores, o recordarles a ambos partidos que son de centroderecha y no pueden apoyar una política económica progresista, es pura melancolía. Si así pretende atraerse al electorado “moderado” de ambos partidos, va listo. Que alguien le explique a Feijóo lo que ha pasado en España en los últimos veinte años, y la manera en que su partido ha boicoteado política y judicialmente cualquier posibilidad de desatascar el problema territorial, la forma en que convirtió un conflicto político en asunto penal y policial, su negativa a reformar Estatutos o abrir mesas de diálogo.
De paso, que alguien le cuente a Feijóo cuál es el principal motivo por el que ni los herederos políticos de Pujol ni los de Arzalluz pueden darle su apoyo: “hazte así, Alberto, que tienes ahí un poco de ultraderecha”.