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¿Esta derecha es la que va a ganar?

10 de noviembre de 2022 23:12 h

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Isabel Díaz Ayuso hace bien su trabajo. Su verborrea incontenible, propia de una opositora que no quiere callarse nada de lo que se ha aprendido, confirma que cumple las tareas que le han encargado. Seguimos sin saber qué política hay detrás de lo que dice y se mantiene la sospecha de que ella es más bien un producto inventado por Miguel Ángel Rodríguez, como en buena medida lo fue el anterior pupilo de éste, José María Aznar. Pero de lo que hay poca duda es de sus palabras, de sus mensajes. Que son, ya sin ambages, los propios de una derecha extrema que linda con el franquismo.

Su larga entrevista del jueves en La Sexta, que se mire por donde se mire ha terminado por ser un acto propagandístico favorable a la señora Ayuso justo en medio de las protestas de los sanitarios madrileños, es un compendio de esas ideas. Hasta el extremo de considerar al cambio climático como una farsa detrás de la cual están los comunistas. Falseando la realidad del conflicto sanitario hasta extremos increíbles. Reiterando sus denuncias de que Pedro Sánchez se está cargando la democracia y quiere meter a la oposición en la cárcel. Mintiendo sin rubor alguno. Sabiendo que lo que se dice ahí queda, aunque sea un embuste. Como Trump y Bolsonaro.

Está claro que su contraataque tiene por objetivo tapar la crisis de su política sanitaria, que aparece cada día en términos más dramáticos. Muchos de los sanitarios que ahora protestan se habrán tomado muy mal sus palabras, casi un insulto para sus justas protestas. Pero los asesores de la señora Ayuso deben de haber pensado que los votos que se puedan perder por ahí serán sobradamente compensados por los de la derecha ayusista, que es muy grande y a la que hay que evitar que se plantee duda alguna sobre la solvencia de su líder. Y que no habrá muchos que se pasen a la izquierda por la situación de la sanidad.

Habrá que verlo. Pero la política se hace con apuestas. Y Díaz Ayuso y Rodríguez deben de haber apostado que la sanidad no va arruinar el plan de ganar las elecciones de mayo. Sobre todo porque el planteamiento de la presidenta tiene otro objetivo político: el de segar la hierba bajo los pies de Vox, que si se vacía electoralmente le puede dar la mayoría absoluta.

Con ese fin, la presidenta de la Comunidad de Madrid no ha tenido empacho alguno en robarle el discurso al partido de Santiago Abascal. Con sus puntos y sus comas, de manera mucho más clara de lo que lo había hecho hasta ahora. Lo sintomático es que no está sola en ese esfuerzo. Ella es la punta de lanza, pero por esa línea de endurecimiento se ha lanzado también, más moderado eso sí, el cada vez más desdibujado líder del PP, Alberto Núñez Feijoo, que probablemente se está metiendo en un túnel del que ya no será capaz de salir. Por no hablar del alcalde madrileño Martínez Almeida que tal vez sueñe ser candidato a la reelección con homenajes a la Legión y respeto a los sanguinarios héroes del franquismo.

El PP, azuzado por Ayuso, se está yendo a la derecha. Alguno, como el presidente andaluz Juan Manuel Moreno se resiste a hacerlo, seguramente porque él ya ha ganado las elecciones, pero los que aún han de librar esa batalla parece que han decidido que la clave del éxito es quitarle votos a Vox y que la única manera de hacerlo es hablar el lenguaje de la ultraderecha.

Buena parte del electorado ya firmemente vinculado al PP no expresará protesta alguna por ese giro. Porque su ideología es ya de por sí bastante extrema, y de ahí que en su momento Vox creciera tanto y tan rápido en esos ámbitos. O porque pueden coincidir en sus objetivos últimos.

Pero la clave de todas las elecciones está en el sector intermedio de la opinión, el que pulula entre la derecha y la izquierda moderada. Y ahí un discurso radical, de denuncias sin concesiones a quienes detentan el poder político, puede no ser mal recibido. Por culpa de la crisis económica, y sobre todo de la inflación, muchos españoles están realmente indignados y piden cabezas. El PP podría estar dispuesto a ofrecérselas.

Porque eso tampoco le compromete demasiado. Hoy se pueden decir barbaridades y dentro de diez o doce meses, moderar el tono y presentarse como centrista a las generales.

Esos planes podrán salir bien o no. O ser frustrados por contraataques de la izquierda que, a pesar de los problemas por lo que atraviesa su sector más extremo, parece estar en forma y no dispuesta a tirar la toalla. El futuro político a corto y medio plazo es una incógnita total y ninguna encuesta ayuda a desvelarlo. Por eso los meses que vienen van a ser muy intensos. Cada día habrá noticias o intentos de acaparar la atención mediática, aunque una semana después se queden en nada. Así se hace ahora la política, para desgracia de los que se han formado en otras maneras y contenidos.

Pero hay un dato inquietante más allá de todo eso. El del crecimiento de la ultraderecha o derecha radical en todo el mundo. Los demócratas han respirado aliviados por la victoria de Lula da Silva en Brasil y por el casi empate registrado en las elecciones legislativas norteamericanas. Pero sin ánimo de ser cenizos, habrá también que subrayar la enorme fuerza electoral que han mostrado las ultraderechas de ambos países y que esa fuerza sigue ahí a la espera de una nueva ocasión para prevalecer. Y sus correligionarios están igualmente sólidos en muchos países de Europa.

En casi todas partes, las opiniones públicas se han radicalizado hacia la derecha. Por culpa de esta crisis y, sobre todo, de la anterior, cuyos efectos aún se notan. Y la emigración, que no puede parar por tantos motivos, seguramente será el fenómeno que intensifique esa tendencia. Frente a esos peligros solo cabe consolidar las convicciones, dejarse de retóricas y hacer cosas para que la gente crea de verdad en la democracia.