Tan preocupadas estaban todas las mentes bien pensantes que hay en España por la dificultad y la inestabilidad de lograr una mayoría de izquierdas para sustentar al gobierno de coalición PSOE y UP, tanto inquietaba a las personas de orden la necesidad de tener que apoyarse en nacionalistas e independentistas, tanto les estremecían las profecías apocalípticas contra el gobierno rojosatánico pronunciadas por José María Aznar y otros profetas del bipartidismo vintage, que pocos se apercibieron de que la dificultad y la inestabilidad están, en realidad, en la derecha.
La derecha española es, hoy, una tormenta perfecta. A un lado empuja la tempestuosa estrategia de acción y asalto permanente que necesita mantener Vox, conscientes de que si se paran se caen, porque tendrían qué explicar cuáles son sus políticas y solo tienen una: ser españoles. Al otro, ventea la resacosa urgencia de Ciudadanos e Inés Arrimadas por mantener una relevancia que no se sustenta ni en votos, ni en diputados, pero que prefieren ignorar esperando, como las avestruces, que lo que no se ve no se siente. En medio, el Partido Popular y Pablo Casado, incapaz de ofrecer la calma anticiclónica de moderación y criterio que exige la situación porque ni la tiene, ni le sale, ni se la acaba de creer.
A las tres derechas sólo las une y las pone de acuerdo el no a alguien o la urgencia de bloquear al otro. En el momento en que han de ponerse de acuerdo para ejecutar algo en positivo con sus votos, el caos se apodera de la derecha, para solaz y ventaja de una izquierda a la cual le han regalado la mayoría ampliada en la Mesa del Congreso. En Andalucía les unió echar al PSOE y a Susana Díaz, en Madrid capital, que no repitiera Manuela Carmena y en la Comunidad de Madrid, cerrarle el paso a Ángel Gabilondo. Allí donde su acuerdo debe basarse en políticas y objetivos comunes, todo se vuelve un sainete y una telecomedia, como en Murcia o en las Cortes.
Si algo se evidenció en la constitución del Congreso es que a Partido Popular, Ciudadanos y Vox lo único que les arrejunta y les cohesiona reside en la negación furibunda de Pedro Sánchez. Cuando tienen que ponerse de acuerdo para conseguir algo en común la fiesta no acaba nunca, que diría Ricardo Costa, mártir de la corrupción popular. Da escalofríos sólo imaginar a esta derecha turbulenta e imprevisible repartiéndose el Gobierno del Estado. Serían capaces de tumbar sus propios presupuestos; con esta ruina de derecha el cielo es el límite del desastre.
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