La semana pasada fue la de la alegría. Las mujeres celebramos la victoria sobre la infame “ley Gallardón” el mismo día que se celebraba en todo el mundo el Día Internacional por el Derecho al aborto. Aquí hemos conseguido por el momento parar la ley. En muchos países las mujeres pobres –jamás las ricas- pagan con sus vidas cualquier intento de hacerse dueñas de sus propios cuerpos, de su sexualidad, de su dignidad y libertad. Sabemos, no obstante, que el peligro no ha pasado porque la ley sigue en un Tribunal Constitucional nada objetivo y en manos del PP. También sabemos que la derecha moral ha convertido el derecho al aborto, en todo el mundo, en el enemigo a batir. Esto es así porque en el derecho al aborto se dirime la (des)igual ciudadanía de las mujeres. El empeño mundial contra este derecho no tiene que ver con ningún asesinato, sino con el control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres, con el poder de los hombres, con los roles de género dentro y fuera de la familia, asuntos estos que generan una enorme tensión política, no hay más que ver lo que ocurre con la violencia de género o con la desconfianza hacia el feminismo.
Por eso, el derecho a la libertad absoluta de elección respecto a la maternidad debe figurar en la Constitución para que deje de depender de las mayorías parlamentarias o de tribunales trucados. Esta reivindicación es consecuente con las acciones que las diversas iglesias reaccionarias y las formaciones más conservadoras están llevando a cabo en el sentido contrario, introduciendo en diversas constituciones la prohibición de este derecho. Lo han conseguido en varios países latinoamericanos e incluso lo han conseguido en Irlanda. Por eso, como feministas debemos empezar a plantear que ahora que parece que se vislumbra alguna posibilidad de que se abra un proceso constituyente, éste recoja este punto. Debemos exigírselo a los partidos y a los dirigentes políticos. He escuchado a Pedro Sánchez decir que quiere que el matrimonio igualitario figure en la Constitución ¿por qué no el derecho al aborto? Sólo este derecho nos garantiza la plena igualdad y el respeto a nuestra dignidad, autonomía e integridad corporal y moral. Y sólo el hecho de que figure en la Constitución nos garantiza que va a respetarse.
Cuando se habla de aborto hay una premisa obvia que, sin embargo, no se tiene siempre por tal. Puesto que sólo nos embarazamos las mujeres, nadie excepto nosotras puede decidir qué hacer con un embarazo. Y como el embarazo es una experiencia intransferible y personalísima, solo la mujer embarazada tiene potestad para tomar una decisión que atañe a ese embarazo, a su propio cuerpo. Cualquier intromisión en esa posibilidad de elegir es una vulneración de derechos fundamentales. Sólo nosotras, ellos jamás, somos consideradas, durante los meses de embarazo, meros objetos gestantes al servicio de otra cosa: del patriarcado, de una determinada moral, de los intereses del estado…de lo que sea. Nuestra autonomía queda, durante nueve meses, en suspenso. A los hombres jamás les puede ocurrir algo semejante. Como bien explica la profesora de derecho constitucional, Mar Esquembre, cuando se prohíbe el aborto se produce una suspensión temporal al derecho a nuestra libertad, a nuestra dignidad, a la inviolabilidad física y moral, a derechos fundamentales que los hombres mantienen en todo momento. Esto es porque el modelo normativo de lo humano que se impone es masculino y las mujeres somos tratadas como excepciones a la norma masculina. Dentro de esta concepción normativa masculina el embarazo es entendido como un estado excepcional.
Que el aborto de un feto de semanas o días es comparable a un asesinato no se lo creen ni ellos y eso ha quedado ya bien claro. Por supuesto que me alegro de que Rajoy haya dejado caer la ley Gallardón, pero conviene dejar constancia –para el futuro- que eso demuestra que tampoco en el PP creen verdaderamente, ni siquiera los ministros más píos, que abortar sea asesinar. Si creyeran en su fuero interno que se está asesinando a más de 100.000 “personas” cada año, supongo que no estarían hablando de que a la ley le falta consenso o que divide a la sociedad. ¿Llevan años hablando de asesinatos y matanzas de bebés y ahora lo dejan porque la ley divide a la sociedad? No. Lo cierto es que la historia del aborto demuestra que ni la Iglesia ni las fuerzas conservadoras se ocuparon del aborto hasta que las mujeres comenzaron a poner en discusión el contrato sexual. Si han abandonado la defensa de la ley contra el derecho al aborto es porque ni sus propios votantes están a favor de la misma y porque, naturalmente, nadie piensa que abortar sea como asesinar. Eso sólo lo piensa una minoría muy reducida frente a la cual sí que existe un amplio consenso social, pero que tiene suficiente poder como para cambiar leyes a su favor. Y no olvidemos que siempre que hay graves problemas sociales, desde una crisis económica hasta una guerra, lo primero que se ataca es la autonomía de las mujeres, especialmente de las adolescentes (de ahí el empeño en mantener la prohibición para estas del aborto). Por eso, tenemos que adelantarnos.
El embarazo no puede, en ningún caso, suponer una suspensión temporal de la libertad, del derecho a la integridad física y moral, ni del derecho a la intimidad, a la autonomía plena ni a la maternidad libremente decidida que incluye tanto el derecho a ser madre, en las mejores condiciones posibles, como a no serlo, también en las mejores condiciones. Las mujeres debemos conservar la plenitud de nuestros derechos siempre, en todo momento, igual que los hombres. Por esa razón, en nombre de la igualdad consagrada en el artículo 14 de la Constitución, el derecho a poder decidir sobre nuestros embarazos tiene que formar parte de los derechos constitucionales porque sólo así estaremos seguras frente a tribunales que están en manos de los intereses de los partidos políticos, y porque sólo así la Constitución será verdaderamente igualitaria. Puede que a mucha gente todavía le chirríe esta reivindicación pero, como he mencionado a contrario sí se está introduciendo y, además, es plenamente coherente con los principios que deben informar una constitución democrática y que tenga la igualdad entre los sexos como uno de sus valores más importantes.
Ahora que la mayor parte de la ciudadanía reivindica la apertura de un proceso constituyente, las mujeres tenemos que hacer valer nuestro estatuto de ciudadanas y titulares de los mismos derechos que los hombres en todos los momentos de nuestra vida, también durante el embarazo, que no es un estado excepcional, sino normal. Por eso, es el momento para que el movimiento feminista y las feministas que militan en los partidos nos unamos con el objetivo de conseguir que nuestra norma fundamental reconozca la igualdad y nuestro derecho a decidir. No parece fácil, pero murallas más altas hemos derribado las mujeres.