Todo el mundo habla de la 4ª Temporada de The Crown, los episodios transcurren al principio de los 80, cuando por primera vez en la historia dos mujeres ocupan los dos puestos más importantes en el Reino Unido: la reina y la primera ministra Margaret Thatcher. Dos mujeres en un mundo de hombres, en un mundo que se está apagando y otro que empieza a emerger: un mundo, más emocional y mediático, que tendrá en Lady Di uno de sus mejores símbolos fundacionales. Se cuela también Diana, como tercera mujer-vértice de la temporada. Pero todavía es un cervatillo asustado y solo en medio de la partida de caza.
Los dos mundos chocan como dos tazas de té, o dos vasos de whisky, en las audiencias entre la soberana y la primera ministra. El viejo ya caduco del imperio británico, pero también el del estado del bienestar de la posguerra europea, que la soberana valora por la estabilidad de sus súbditos. Y el mundo que empiezan a traer los vientos del otro lado del Atlántico que representa la sra. Thatcher. Ese nuevo imperio sin más política que el mercado, que la economía despiadada.
En uno de esos encuentros oficiales, en tan solo una conversación entre estas dos líderes, se condensan los cambios que se ciernen sobre el modelo europeo. “¿No deberíamos, por deber colectivo, ayudar a los parados desesperados? ¿Qué hay de la moral económica?”, pregunta la Reina. A lo que Thatcher responde que para cambiar el país hay que dejar de lado esos valores anticuados del deber colectivo. “Hay hombres y mujeres, con intereses propios, que intentan ser mejores. Ese es el motor que impulsa una nación”, concluye la política. Es la muerte de lo social y el triunfo del sálvese quien pueda. Esa ha sido la piedra filosofal del neoliberalismo. Esa quizás sea la piedra atada al cuello que le lleve a su final. Porque si algo nos está demostrando la pandemia mundial es precisamente lo contrario. Solos no vamos a ningún sitio. Es como colectivo, como sociedad, como tenemos que afrontar este periodo.
Parece que estamos viviendo tiempos también de transición, tiempos bisagra que abren una puerta que todavía no sabemos dónde nos lleva, pero a riesgo de ser ingenua creo que deberían ser tiempos de lucha para recuperar ese bien común. No estamos solos. Nos han hecho creer que deseando las cosas muy fuerte, y trabajando alineados con el cosmos o con lo que diga el último manual de autoayuda, lo conseguiremos. Pero no siempre es así. No tiene por qué ser así. Somos frágiles, y tenemos derecho a serlo. Eso también nos lo ha demostrado esta pandemia, y como sociedad tenemos que cuidar muy bien ese derecho a la fragilidad. Ya ves, Paul Lafarge defendía el derecho a la pereza hace más de un siglo, y ahora debería defenderse el derecho a la fragilidad.
Por cierto, los dos únicos momentos de conexión y algo de empatía entre la reina y la primera ministra son, precisamente, en dos muestras de fragilidad. Cuando Thatcher cree haber perdido a su hijo Mark, en el París-Dakar. Y cuando la obligan a dimitir sus “barones/varones” y se siente por primera vez perdida, sola y traicionada. La reina, pese a la mala relación, le ofrece su consuelo.
Ojalá la fragilidad nos haga fuertes para unirnos y podamos echarnos una mano, y no dejar a nadie en la estacada. La fragilidad une.