No me des amparo, baby

Elpidio está desamparado. Después de tantas voces clamando y escandalizándose porque denunciara las presiones en la prensa y no hubiera acudido a la petición formal al Consejo General del Poder Judicial, cuando lo hace, ni siquiera la han admitido a trámite. Que ni lo miran, vamos. No voy a teorizar aquí sobre lo acertado de esta decisión teniendo en cuenta que el escrito presentado por el juez Silva para demandar amparo es, cuanto menos, extravagante. Y ahí lo dejo.

A mí lo que me choca es la ordalía que se monta cada vez que un juez le reconoce a la opinión pública que los intentos de presión por parte del poder político existen. Esas voces gritan: si le presionan que lo denuncie, que lo denuncie, que lo denuncie. Incluso no tienen empacho en impostarse e instarle a hacerlo con diligencia, como hizo Enrique López, refiriéndose precisamente a Silva, en su flamante estreno como magistrado constitucional. Y que eso lo dijera López, precisamente López, que no solo ha sido vocal del Consejo sino incluso su portavoz; López, que sabe mejor que nadie que si de alguna forma se vehiculan los intentos de influencia política en las decisiones judiciales es precisamente a través de esos mismos vocales , pues tiene muchas mandangas. En este país no hay político que se atreva a llamar a un juez, es cierto, para qué, siempre tendrá un vocal de cabecera que “se interese” en su nombre.

Pero además de eso, él como todos sabe perfectamente que la figura del amparo es un estrambote inútil que sólo puede perjudicar al magistrado que acuda a él sin que sea posible obtener ningún beneficio de solicitar esa supuesta protección del Consejo. Y eso que la competencia más valiosa de este órgano, la más importante, esa de la que nunca debió hacer dejación , es precisamente, la de salvaguardar la independencia judicial. Pero eso no da puntos.

El caso Silva nos deja ver una de las caras de la moneda. Si el juez decide pedir el amparo debe reconocer que se siente perturbado, es decir, no sólo que hay intentos de presión sino que a él le afectan al menos perturbando su ánimo. Lo que ya es mucho reconocer. Pero es que además, según figura en resoluciones de la Comisión Permanente, para concederlo se espera no sólo que el juez se sienta perturbado sino que su independencia “debe haber resultado ya afectada en el ejercicio de sus funciones” (ver denegación al juez Barceló en investigación corrupción Unió Mallorquina). Vaya papeleta. Porque una vez reconocido que tu independencia se ha visto afectada, pueden pasar dos cosas: la más común que el CGPJ te deje tirado y al pie de los caballos, perturbado y sin amparo, lo que estadísticamente es lo más probable. La segunda, que te conceda un amparo que no sirve para nada, que no pasa de una mala palmadita en la espalda y de una especie de regañina al mundo para que se dejen de pasar con el juez en cuestión.

Un verdadero amparo, una figura que de verdad protegiera al juez y en su figura a los ciudadanos que esperan Justicia, tendría que tener poder coercitivo, es decir, debería de tener alguna posibilidad de hacer cesar la presión o intromisión ilegítima que se estuviera produciendo.

Haría falta una figura no sólo que tuviera un contenido de protección legal sino que, además, no dependiera de ese reconocimiento implícito de debilidad que se le pide al juez. El amparo debería proporcionarlo de oficio el Consejo y debería de ser este órgano de Gobierno de los jueces el que estuviera alerta y valorara de forma independiente los ataques a la independencia judicial. Hablar de esto es como predicar en el desierto. Las presiones brutales se producen siempre en casos en los que la Justicia apunta cerca del poder político y este poder político afectado siempre tiene unos vocales dentro del mismo que cortarían con su voto cualquier acción de este tipo. Así que aunque la demanda de amparo de Elpidio Silva hubiera sido un dechado de corrección forense, partía ya con posibilidades rayanas en cero de obtenerlo.

La próxima vez que otro juez tenga a bien contarles que los Reyes son los padres no se lo tomen a mal. Es lo que hay.