Según todos los oráculos demoscópicos, se ha terminado la era de las mayorías absolutas. Se acabaron los rodillos monocolores que los gobiernos denominaban interesadamente “estabilidad”. El próximo domingo el sagrado orden bipartito PP-PSOE probablemente se dejará la mitad de sus votos y, aunque todavía resulten ser las fuerzas más votadas, ya nada será como antes. A estas alturas nadie duda de que el sistema de partidos emanado de la Transición atraviesa su peor momento y que se está prefigurando una gran transformación con actores nuevos, que cristalizará definitivamente en las próximas elecciones generales.
Después de sufrir la mayoría absoluta de Rajoy, la ciudadanía debería recibir con cierto gozo la aparición de un nuevo escenario más plural. Se nos dirá que vienen tiempos oscuros de inestabilidad y de incertidumbre. Los agoreros del poder son maestros en la estrategia del miedo. Pero a la inmensa mayoría de nuestra sociedad debería asustarle muchísimo más que continuara el PP al frente de ayuntamientos y comunidades. Cómo vamos a desear gobiernos estables que eliminan derechos, recortan gasto social y privatizan servicios públicos para enriquecer a sus amigos. Cómo vamos a querer que continúe la certidumbre de estar siendo gobernados por un partido que se ha financiado ilegalmente, que ha repartido sobresueldos en negro a sus dirigentes y que tiene a sus tesoreros en la cárcel. Preferimos la inestabilidad y la incertidumbre, por supuesto.
Quienes critican la multiplicidad de fuerzas parlamentarias de esta nueva etapa lo que están cuestionando es la democracia misma. No les gusta que la gente vote lo que les dé la gana. Sin embargo, a mí me encanta que la voluntad ciudadana le niegue la mayoría absoluta al PP o al PSOE y elija corporaciones o parlamentos con cinco o hasta ocho grupos distintos. A partir del 24M se abre una nueva etapa donde el peso de las decisiones no estará monopolizado por el ejecutivo, sino que necesariamente deberá pasar por la consecución de acuerdos políticos en los parlamentos o en los plenos municipales. Llegó la hora de la democracia, la hora de la política. La política no es la causa de la corrupción ni de la desafección ciudadana. Esas son consecuencias de la falta de política precisamente, ahogada por las mayorías absolutas y por la carencia de controles en manos de la oposición institucional, entre otras causas.
El desafío de la nueva etapa, que sin duda es transicional, pues aún no hemos llegado al cambio de ciclo, va a requerir que las fuerzas políticas sean audaces y generosas. Autocrítica en los viejos partidos turnantes y renuncia a la prepotencia en los nuevos proyectos morado o naranja. Sería terrible que en los cuatro puntos cardinales se repitiera el poco edificante espectáculo de Andalucía, donde la presidenta Susana Díaz se cargó una coalición que le daba estabilidad para adelantar elecciones en clave exclusivamente partidista y que ahora es incapaz de encontrar socio ni siquiera fugazmente para la investidura. Junio debe ser mes de pactos, con luz y taquígrafos. Ni Podemos ni Ciudadanos pueden seguir jugando a Pepito Grillo o a Peter Pan, tendrán que asumir responsabilidades, investir presidentes y alcaldes, acordar programas de gobierno o pactos de legislatura o, al menos, pactos de investidura, pero no podrán seguir mirando para otro lado esperando noviembre, por miedo al desgaste en los próximos comicios generales. Eso sería una barbaridad, una inmadurez y un escándalo. Y también causaría desgaste, probablemente.
Las cosas no siempre suceden tal como las deseamos. Ni los votos se reparten atendiendo a premiar el trabajo de unos u otros. No suele haber justicia en las urnas. Así que Podemos y las candidaturas municipales de confluencia tendrán que entenderse con el PSOE para poder desbancar al PP en muchas instituciones. Lamentablemente el PP continuará como fuerza más votada en muchos lugares, injustificadamente por supuesto, y si sigue gobernando en minoría porque los partidos de las izquierdas hemos sido incapaces de ponernos de acuerdo, la ciudadanía no nos lo perdonará jamás. Y hará bien. A partir del 25 de mayo habrá que trabajar mucho para tejer complicidades y poder articular gobiernos alternativos desde la izquierda basados en programas de izquierda para la mayoría social.
Y en esa tarea habrá que contar con los partidos de izquierdas que llevamos décadas trabajando en condiciones muy difíciles para llegar a un escenario como el que se abre ahora. Porque son quienes atesoran coherencia, transparencia, ideas y experiencia, valores muy necesarios en este nuevo tiempo político. Por ejemplo, Chunta Aragonesista (CHA). Unos dicen que harán unas cosas u otras, pero nosotros ya las hemos hecho. Los portavoces de CHA en las Cortes de Aragón fueron los únicos en renunciar al coche oficial y al escolta. Los concejales de CHA en Zaragoza han sido los únicos en renunciar a las dietas por asistencia a sociedades municipales. Los diputados de CHA en Cortes fueron al TSJA a renunciar formalmente al aforamiento. Yo mismo como diputado del Congreso renuncié el primer día al plan de pensiones privado y fui de los primeros en hacer pública mi nómina y mi agenda. Hemos sido ejemplo de transparencia y de renuncia a privilegios. Y ahora vamos a ser argamasa para construir un gobierno alternativo al PP-PAR desde la izquierda y el aragonesismo. Ojalá se aproveche esta oportunidad en la mayor parte de instituciones para que el IBEX-35 no nos robe esta nueva etapa histórica que asoma.