En el momento en que se redacta este artículo, se desconoce cuaÌnto va a subir la luz en enero del anÌo que viene. No hay antecedentes de la decisioÌn de invalidar la subasta eleÌctrica del jueves que acaba de tomar el Gobierno –que, en la praÌctica, es una intervencioÌn del mercado eleÌctrico por parte del Ejecutivo– y, por lo tanto, no se saben los criterios que eÌste aplicaraÌ para fijar los nuevos precios.
Tan soÌlo la existencia de esa incoÌgnita confirma que la gestioÌn gubernamental en esta materia ha sido un desastre. Pero los errores, contradicciones, peleas entre ministerios y sinsentidos que la han precedido la habiÌan convertido en un resultado inevitable. Lo increiÌble es que Rajoy no hiciera algo, y ya hace semanas, para parar ese desaguisado. MantenieÌndose al margen hasta que el asunto le ha estallado en las manos, el presidente se ha convertido en el mayor responsable de lo que ha ocurrido.
Primero, por no haber abordado, y desde el momento mismo en que llegoÌ al Gobierno, una reforma profunda de los mecanismos de fijacioÌn de las tarifas y, en general, del mercado eleÌctrico, que desde los aÌmbitos maÌs diversos se viene reclamando desde hace anÌos. Pero Rajoy no estuvo nunca por la labor. En sus planes no figuroÌ en ninguÌn momento torcer el brazo a las companÌiÌas eleÌctricas –y a los poderes financieros, espanÌoles y extranjeros que estaÌn tras ellas– y que gracias al laxismo del Gobierno son algunas de las maÌs rentables de Europa.
DejoÌ hacer y que los precios de la luz subieran sin mayores cortapisas: sólo en 2013 lo han hecho en un 11%, cuando el PIB ha caiÌdo no menos del 1,4%, la demanda de electricidad auÌn maÌs y el IPC ha terminado casi plano (lo cual, ademaÌs, hace pensar que el riesgo de deflacioÌn debe de ser mucho maÌs serio de lo que se dice, porque soÌlo una caiÌda de precios importante en los demaÌs sectores ha podido compensar el efecto estadiÌstico del “tarifazo” eleÌctrico).
Y ese absurdo se ha producido, entre otras cosas, gracias a subastas como la de este jueves, sobre cuyos resultados ninguÌn ministro protestoÌ hasta ahora, y que son manejadas por bancos como Morgan Stanley, Goldman Sachs o el Deutsche Bank, que son los principales ofertantes de la energiÌa que compran las eleÌctricas en ese mecanismo infernal que hace mucho que deberiÌa de haber dejado de existir.
Otro aspecto fundamental del problema que el Gobierno ha evitado modificar –como tampoco lo hizo el anterior– es lo que en la jerga del sector se llama el “deÌficit tarifario”, un concepto que da por hecho que las eleÌctricas cobran en los recibos menos de lo que les cuesta la energiÌa que producen porque, ademaÌs de compensar sus costes, tienen que amortizar las inversiones que han hecho en el pasado para aumentar la capacidad instalada.
Desde hace anÌos, el dinero puÌblico, mediante los presupuestos o por otras viÌas, ha venido cubriendo esas diferencias –cuyo monto veniÌa fijado, a la postre, por las propias eleÌctricas– permitiendo que su negocio fuera bastante maÌs rentable de lo que la crisis econoÌmica habriÌa permitido, que siguieran repartiendo beneficios –este jueves mismo, coincidiendo con la poleÌmica subasta, Endesa anunciaba un dividendo reÌcord en varios anÌos– y posibilitando sus compras de empresas en el extranjero, sobre todo en LatinoameÌrica, y las inversiones que las hariÌan maÌs rentables.
Ese enjuague habiÌa funcionado siempre sin problemas. Pero hace unas semanas estalloÌ. El ministro de Industria se habiÌa comprometido con las eleÌctricas, y con los bancos, a que el Estado pondriÌa los 3.600 millones del deÌficit de tarifa que habriÌa de cubrirse antes del 1 de enero. A cambio de ello, la subida del recibo seriÌa soÌlo del 2%. Pero en un acto incomprensible en un Gobierno coordinado, el ministro de Hacienda dijo que no, que no se podiÌa aumentar maÌs el deÌficit puÌblico. Y Rajoy no abrioÌ la boca, como si la cosa no fuera con eÌl. De la trifulca entre ambos ministerios resultoÌ que los 3.600 millones se cubririÌan mediante un pago diferido durante 14 anÌos y que aunque, a la postre, correriÌa a cargo del erario puÌblico, privaba a las eleÌctricas de un dinero con el que contaban para ya mismo.
La venganza por tal desplante fue la subasta del jueves, en la que el precio de la energiÌa que se puso a la venta –sobre todo a cargo de los citados bancos extranjeros– subioÌ maÌs del 26%. Como ese porcentaje –que afecta al 40% de la energiÌa que entra en la red– debe compensarse con el aumento que el Gobierno fija para el restante 60% –el llamado “peaje”– , que Soria establecioÌ en un 2%, el resultado final era que la luz iba a subir no menos de un 11% a partir del recibo de enero.
Entonces, y por primera vez, habloÌ Rajoy. Para decir que eso no iba a ocurrir. Y, por el momento, no ha ocurrido. Pero, ademaÌs de que las eleÌctricas auÌn no han pronunciado su uÌltima palabra –y parece que tienen argumentos juriÌdicos para que sus posiciones ganen en los tribunales–, todo indica que el Gobierno carece de una estrategia alternativa para la fijacioÌn del precio de la electricidad. Que no ha tenido maÌs remedio que dar un golpe en la mesa porque el ministro Soria habiÌa hecho el ridiÌculo y porque ese 11% de subida no soÌlo hundiriÌa la popularidad de Rajoy y del Gobierno auÌn maÌs de lo que estaÌ, sino que propinariÌa un golpe adicional terrible a las posibilidades de recuperacioÌn de la economiÌa productiva. Pero que ahora no sabe por dónde tirar.
En un paiÌs normal, un desastre como este podriÌa llevar hasta a la dimisioÌn del presidente del Gobierno. Nada indica que algo parecido pueda ocurrir en el nuestro. Pero el vaso se estaÌ colmando. En menos de dos anÌos, Rajoy ha cometido demasiadas ineptitudes. Y no soÌlo la economiÌa no levanta cabeza –la morosidad bancaria supera ya el 13%–, sino que este Gobierno empieza a cabrear a los poderosos. Cuando menos, a algunos.