Es tanta la intensidad informativa estos días (estos meses, estos años) que uno ya no sabe a dónde mirar, todo es urgente y todo son prioridades.
Ayer mismo: presión internacional para desahuciar a Maduro de Venezuela. ERC anuncia una enmienda a la totalidad para desahuciar los presupuestos. Los taxistas madrileños votan para desahuciar la huelga tras no conseguir desahuciar a las VTC. Hazte Oír es desahuciada como asociación de utilidad pública. El PP madrileño desahució dinero público para financiarse. Podemos, Errejón y Carmena siguen empeñados en desahuciarse. Theresa May busca un nuevo acuerdo para desahuciar al Reino Unido de la Unión Europea.
Supongo que habrá otros temas tanto o más importantes, pero ahora no caigo.
Por cierto: la semana pasada estuve en Granada con Ana, Encarna y otras activistas de Stop Desahucios. Hablamos de Venezuela, de presupuestos, taxistas, Errejón y el Brexit; hablamos de Vox, de los Goya, de Rosalía y de los tres desahucios que intentarían impedir al día siguiente. Me contaron cómo han crecido los desahucios por alquiler, y la cantidad de familias que se han hecho okupas al no poder pagar una vivienda o haber sido antes desahuciados de la propia. Me dijeron que el año pasado hubo 180 desahucios diarios en toda España, al nivel de los peores años de la llamada “crisis”.
Me descubrieron barrios que en las grandes ciudades se están vaciando silenciosamente, a golpe de subir alquileres y convertir edificios enteros en vivienda turística o de lujo. Me enseñaron la cantidad de pisos vacíos, que ahora además son tapiados para evitar su ocupación.
Me advirtieron que vienen muchos más desahucios, por la cantidad de gente que vive en el alambre y en cualquier momento pierde pie, además de los que consiguieron una reestructuración de su hipoteca y ya se les cumple sin que haya mejorado su situación. O los alquileres sociales que tanto costó lograr y que un día caducan y ya no hay banco con quien negociar porque vendieron los pisos a fondos buitres. Me hablaron de suicidios, de gente con la salud física y mental arrasadas, y de cómo los ayuntamientos “externalizan” el problema enviando a la gente a las plataformas antidesahucios.
Me confesaron su cansancio, pocos activismos tan exigentes como este. Demasiados años luchando a diario y enfrentándote a situaciones de alto voltaje emocional acaban pasando factura. Gente que se sale un tiempo, otros que no vuelven, tensiones internas, escisiones. La suerte (desgraciada suerte) es que nunca faltan relevos, cada semana siguen llegando nuevos afectados. Pero falta mucha gente, todos aquellos que pensamos que los desahucios no son asunto nuestro y que no vamos a sus asambleas ni acudimos a sus convocatorias.
Me contaron su decepción por cómo los medios nos hemos olvidado de un problema no resuelto. Otra vez invisibles, salvo si terminan en tragedia. Los medios, y los políticos, con otras prioridades, incluidos aquellos que hicieron de la vivienda su bandera. Y los ciudadanos, que ya no nos indignamos, ni siquiera nos conmovemos, aunque la realidad sea la misma que hace unos años nos provocaba indignación y conmoción.
Me recordaron que la vivienda sigue siendo el principal problema en España, con tintes de catástrofe humanitaria: miles de desahucios al año, pero también cortes de suministros, y muchas más familias que tal vez no serán desahuciadas pero se ven obligadas a gastar en vivienda todo el pan para hoy, hambre para mañana.
Me dejaron sin palabras, claro. Reconocí que yo mismo ya nunca escribo de desahucios, como si hubiesen pasado a la historia. Les prometí que escribiría algo, pero ya les advertí: “los lectores no quieren leer más sobre desahucios, huyen de un tema incómodo, consideran que ya han leído suficiente. Como no use el viejo anzuelo de ‘sexo gratis’, ya os digo que nadie hará clic en un artículo sobre desahucios”.