Los descartes
Para mí la política es el arte de extraer sabiduría colectiva poniendo la oreja
Aunque no lo parezca, la vida sigue. Digo la vida normal, la que nos ocupa a los ciudadanos, la que se palpa en la calle. Algo muy diferente a la vida publicada. Estos días, por ejemplo, la Feria del Libro se moja, pero también convierte a la literatura en tema de conversación. Es un gusto conversar sobre algo que te apasiona y olvidar un rato el tumulto exterior. En uno de esos cócteles que ofrecen editoriales, medios especializados o grandes grupos se les ocurrió entregar en la entrada una suerte de posavasos en la que aparecía impresa la mitad de un título de obra literaria, con el reto de que buscaras a quien tuviera la forma de completarlo. “... piensa en mí”, rezaba el mío, lo que me abocaba a volcarme en un “Mañana en la batalla...”, que no logré hallar. La batalla, sí. La batalla está en todas partes. La política, el poder y el periodismo son estos días un campo de minas del que es difícil salir incólume.
Así que llegamos a hoy que es mañana y a la batalla, esa que parece imposible soslayar. Algunos lo logran o les obligan. Asistimos a la feria de los descartes, a la salida de foco de los que han sido expulsados del ruedo político por la cruda realidad. Vemos a los que son conscientes y a los que se resisten, y es entonces cuando nos damos cuenta de que el voto modesto de cada uno acaba convirtiéndose en una fuerza arrolladora que arrastra con ella hasta a los más recalcitrantes. Sólo hay que esperar. El poder es tan difícil de obtener y de conservar que tiene sus propias mareas. Los nombres se borran de sus playas a fuerza de desaciertos y de elecciones. No es cierto que nunca pase nada. Pasa, vaya si pasa. Muchos de los que desembarcaron en ofensivas de novedad, han caído por el peso de su levedad. Otros aún lo harán.
Cuando uno llega a la categoría de carroña, en términos políticos, también huele. Está muerto. Los buitres lo señalan en su vuelo circular. La única cuestión es si el interesado se da cuenta o si persiste en su afán zombie de continuar. Podríamos cifrarlo en la intensidad de su dignidad. Nos dejó Ribera y sacaron a Casado; hoy Arrimadas afirma que abandona la política, como si no fuera que la política la ha desdeñado a ella. Una despedida a tiempo es un último logro, y así lo ha entendido Alberto Garzón, que ha sido diputado y ministro y difícilmente será nada más. A qué empeñarse, si ayudas más al salir. O tienen a la patética Macarena Olona como una mariposa golpeando contra la luz de un foco que se ha apartado de ella definitivamente. Miren a Bal volver a su puesto fijo, tras un intento de ser primer espada en una suerte que no es la suya. La irrelevante ministra Llop, que no irá en las listas, porque a la larga la trampa campa y lo que era claro en el Senado se ha magnificado en un ministerio en llamas. Esperemos a ver qué vida lleva el gran Marlaska, que debería arder también en la pira sacrificial de las listas. Vean a Vara que ya se iba, aunque le hayan hecho volver un rato a hacerle la autopsia a su derrota para ganar tiempo
Así funciona la democracia. Los ciudadanos no sólo dan el poder con sus votos sino que señalan con su indiferencia a los malditos. Porque si no te han respaldado, quemas y si quemas, la política acaba por soltarte. ¿Qué de difícil tiene entender el mensaje? Iglesias se inmoló en Madrid y lo que restaba de su partido en estas municipales. El que ha sido más votado es más requerido en las listas, el que pierde respaldo a chorros resulta una rémora. ¿Cómo obviar tal mandato del pueblo? Los descartes salvan la pesca, también la de votos. Las ministras que más división y más contestación han provocado dentro del gobierno no pueden aspirar a continuar. Es todo cuestión de cuánto aportas. Si no sumas, restas y si restas haz caso a Supertramp y take the long way home, porque nadie es imprescindible y menos tú.
Excepto que sea obscenamente cierto lo que la candidata contó en una entrevista de gran audiencia y lo que se juegue en estas horas no sean ya los garbanzos sino mantener el nuevo nivel de vida. Es fácil acostumbrarse a lo bueno. Cien mil euros al año por no saber honrar el cargo son imposibles de revalidar fuera. Ahí comienzan muchas luchas a brazo partido que personalmente son a vida o muerte, pero que no tienen nada que ver con los intereses del pueblo. Importan las políticas y los idearios, no tanto las personas. Hay quien lo ve clarinete y quien no soporta la idea de perder sus ventajas. Y es que te subes al coche oficial y vuelas desde el pabellón de autoridades y después quieres convertir en un drama del pueblo lo que es sólo tu miserable pérdida de la moqueta.
La democracia es un régimen de opinión pública; cuando pierdes su favor, cuando te desmoronas en las encuestas, cuando los votos no te respaldan, ni ser el Rey Sol puede salvarte del acabamiento. Nadie debe los puestos a nadie que no sean los ciudadanos y su respaldo. A veces la política es como una balsa en medio de un naufragio: si sólo resiste el peso de un número determinado, los que intentan subir a bordo desde el agua deben quedar fuera si no quieren hundirla en sus intentos por quedar a salvo. Los descartes son la primera batalla dentro de la esta guerra que no dará tregua hasta finales de junio. Luego empezarán otras, pero esa historia se contará en su momento.
Y que la vida sigue: los libros resguardados de la lluvia, el suceder de las estaciones y la indefectible llegada de las urnas en las que será el pueblo el que hable, griten lo que griten todos ahora. Procuren que no acabemos todos hartos, que de hartura también se muere. A eso ayudan los descartes, a despejarnos las dudas. Que no les quepa ninguna.
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